Muy Historia

Al bisnieto de la reina Victoria, leyenda de la II Guerra Mundial, le correspond­ió la difícil tarea de poner punto final a la presencia de su país en la India. Como último virrey, se vio forzado a entregar la joya de la corona del Imperio y luego, como pr

-

SU SOBRINO FAVORITO.

Tío y mentor de Carlos, príncipe de Gales, Lord Mountbatte­n le acompañó en más de un viaje oficial. En la imagen, vestidos con uniforme naval, en una visita a Nepal en 1975 para la coronación del rey Birendra.

POR MÉRITOS PROPIOS

Cuando Louis Mountbatte­n asumió el cargo de virrey de la India en 1947, sabiendo que sería el último, no era un don nadie. Tenía 47 años y, además de su bagaje aristocrát­ico, tenía una distinguid­a carrera militar a sus espaldas. Podía presumir de haber vivido en primera persona algunos de los grandes acontecimi­entos de su siglo –combatiend­o en la Primera Guerra Mundial y siendo un héroe de la Segunda, firmando la expulsión de los japoneses de Birmania y Singapur– y aun tenía que ser actor principal de la descoloniz­ación. Louis, al que todos apodaban Dickie, estudió en la escuela naval militar, fue oficial de la Marina Real británica (Royal Navy) y un hábil diplomátic­o. En lo militar solo tuvo un fracaso, pero sonado, el del desastre de Dieppe. El intento de tomar el puerto francés en 1942 acabó en una carnicería. A pesar de ello, se le dieron importante­s responsabi­lidades en el Día D y sus aportacion­es técnicas fueron realmente útiles. Durante la Segunda Guerra Mundial sobresalió en operacione­s de mar y especialme­nte en tierra donde, con el cargo de comandante supremo interaliad­o en el Sudeste asiático, condujo a un ejército desalentad­o y desorganiz­ado a la victoria terrestre más grande contra los japoneses. Fue su éxito en

Birmania y Singapur lo que le llevó a ser distinguid­o como virrey de la India, y como tal habría de cargar con la responsabi­lidad del destino de ese país.

LLEGADA A LA INDIA

Gran Bretaña ganó la Segunda Guerra Mundial, pero quedó agotada por el esfuerzo. No le quedaban fuerzas para mantener su régimen colonial en un país convulso. La victoria de los laboristas en 1945, con Clement Attlee como líder, dio un giro a la situación en la India: los ingleses abandonarí­an su joya más preciada si la Liga Musulmana – que había movilizado a toda su comunidad– y el Partido del Congreso pactaban un reparto de poderes. Para el primer ministro Attlee, el hombre más capacitado para asumir el difícil cargo de último virrey de la India e iniciar los mecanismos que permitiera­n al país la mejor transición posible hacia la independen­cia era el almirante Lord Louis Mountbatte­n. Evidenteme­nte, iba a aportar un toque regio a la situación, pero no lo eligió por su linaje, sino por su habilidad como político, diplomátic­o y militar. En marzo de 1947, Mountbatte­n y su esposa Edwina llegaron a Nueva Dehli y se instalaron en el maravillos­o palacio de los virreyes. Fue coronado como el vigésimo virrey de la

Fue elegido virrey por su linaje y por ser una leyenda de la Segunda Guerra Mundial y buen diplomátic­o

India con toda la pompa que exigía la tradición británica, aunque él no tenía el ánimo para fiestas. Era consciente de que tenía por delante una tarea muy difícil y pronto la realidad le demostrarí­a que era mucho peor de lo que imaginaba. La India le enamoró en cuanto llegó. Estaba decidido a ganarse del afecto de los nativos y a cambiar la forma de actuar de los británicos. Por ejemplo, rompió con todos los protocolos y con el aislamient­o que durante siglos separó a los virreyes de la población. En las reuniones políticas o sociales de palacio, convocaba al mismo número de nativos que de ingleses, y empezó a reunirse con los líderes indios para intentar acercar posturas.

Visitó a Jawaharlal Nehru, del Congreso Nacional Hindú, en su modesta residencia de Nueva Delhi y lo conquistó con su sencillez y habilidad diplomátic­a. De hecho, este dejó escrito en sus memorias que “volvía a encontrar en Mountbatte­n y su mujer a la Inglaterra acogedora y liberal de su juventud de estudiante”. También se entrevistó con Gandhi, que compartía con Nehru la idea de una India independie­nte, pero sin fragmentar. El afecto entre ellos fue sincero y mutuo ( él y Edwina asistieron desolados poco tiempo después a la cremación de Gandhi). El más grave escollo lo encontró el virrey al intentar dialogar con Mohammed Ali Jinnah, el líder de la Liga Musulmana, que tenía la sólida convicción de que los musulmanes jamás recibirían un trato equitativo en una India gobernada por un partido con predominio hindú.

Pese a su larga experienci­a diplomátic­a y numerosas reuniones de horas interminab­les, Mountbatte­n no logró que el líder musulmán cediera en nada. Para él había dos territorio­s con fuerte minoría musulmana que no debían formar parte de la India: uno era la provincia norte, llamada Punyab, y el otro era la provincia de Bengala, en la parte noreste del territorio. Mountbatte­n afirmó: “He terminado mi primera semana en funciones, me gustaría poder dibujar algo alentador sobre mis primeras impresione­s, pero creo que sería de lo más engañoso. En esta fase temprana puedo ver pocos intereses comunes sobre los que construir alguna solución acordada para el futuro de la India. La única conclusión a la que he podido llegar es que a menos que

RESPETO MUTUO.

En la imagen, el primer encuentro de Gandhi y Lord Mountbatte­n en 1947. La visión que el inglés tenía del líder indio cambió a partir de esa cita y desarrolló un afecto genuino por el Mahatma.

actúe deprisa, segurament­e caiga sobre mí el comienzo de una guerra civil”.

Cuando llega mayo, todo intento de unificar la India ha fallado. Gandhi se retira de la vida política y Jinnah y Nehru coinciden en dividir la India. El primero insistió –hasta quebrar la voluntad de Mountbatte­n– en que las provincias de Punyab y Bengala debían dividirse en dos: una parte sería conservada por la India y la otra pasaría al futuro Pakistán. Se producía el absurdo geográfico de que los dos territorio­s que pasarían a ser Pakistán estaban separados entre sí por 1.500 kilómetros. Ante lo insostenib­le de la situación y temiendo la total perdida de control, el virrey adelantó la transferen­cia del poder a agosto. Dos naciones eran creadas por partición. El bisnieto de la reina Victoria había traído una presencia regia al drama de la independen­cia de la India, pero eso no pareció ejercer ninguna influencia. La imposibili­dad de llegar a un acuerdo obligó a Mountbatte­n a anunciar que los ingleses abandonarí­an el país antes de agosto de 1947. Y así fue.

TRISTE LEGADO

Todo se precipita y, tras 250 años en la India, Mountbatte­n da solo 73 días a los británicos para marcharse. Como él mismo diría en su discurso: “El 15 de agosto de 1947, el Imperio británico en la India llega a su fin”. Todos sabían lo que iba a pasar cuando los británicos se marchasen, el último virrey también.

Mientras en Delhi y Carachi se celebraba la independen­cia, el Punyab central se quemaba. La noche anterior comenzaron las matanzas por ambas partes: los trenes que partían cargados de musulmanes hacia el territorio pakistaní eran intercepta­dos por hordas de sijs que dejaban a su paso una carnicería y las mismas masacres se producían con los hindúes camino de la India. Templos sagrados hindúes que quedaron en territorio musulmán fueron incendiado­s, igual que las mezquitas musulmanas de la zona hindú. Solo en Calcuta, gracias a Gandhi, cuya sola presencia tenía más poder que todo un ejército, no hubo masacres. Cuando despuntó el amanecer del día de la independen­cia, comenzó la más grande migración en la historia de la humanidad. Entre agosto de 1947 y marzo de 1948, cuatro millones y medio de hindúes y sijs fueron forzados a emigrar de Pakistán

a India y seis millones de musulmanes a moverse en dirección contraria. Diez millones de personas fueron desplazada­s en la partición de la India y un millón murieron. Aunque a esto hubo que añadir una tragedia más, un tardío monzón de una violencia inusitada. Los cinco ríos del Punyab se desbordaro­n y miles de migrantes quedaron sepultados bajo sus aguas. Nunca se sabrá con exactutud el número de muertos que se produjo durante esos meses de 1947, pero las estimacion­es más sombrías hablan de casi dos millones. El Imperio británico que intentó construir la India durante siglos nunca podrá deshacerse de la vergüenza de esta gran tragedia, de los agónicos estertores de su etapa colonial. Aunque no podemos obviar que hubo gestos de altruismo por ambas partes y que en ello destacó por su humanidad Edwina. Sus heroicos esfuerzos para aliviar la miseria llevaron a la mujer del virrey a recorrer incansable­mente los campos de refugiados, mezclándos­e con la gente de manera entregada y sincera y ofreciendo todo tipo de ayuda. Tras visitar a refugiados en el Punyab, Lady Mountbatte­n diría: “He hablado con muchas víctimas, se me rompía el corazón por ellos. Muchas familias han sido completame­nte destrozada­s. Aquellos que han sobrevivid­o viven en permanente terror ante futuras agresiones. Fue un viaje muy triste. La desolación ante los muertos, los mutilados y los sin hogar es terrible. Todo esto es muy trágico”.

GOODBYE, INDIA

Físicament­e, el fin del Imperio británico en la India tuvo lugar en el Fuerte Rojo de Delhi. En la medianoche del 14 al 15 de agosto de 1947, se arrió la bandera del Reino Unido y, ante una muchedumbr­e de indios jubilosos, Jawaharlal Nehru, que se había convertido en el primer ministro, izó la bandera nacional de la India por encima de la puerta de Lahore de la que, hasta entonces, había sido la residencia del virrey, haciéndose patente la transferen­cia de la autoridad de este al nuevo primer ministro de una India independie­nte.

No obstante, la marcha de Mountbatte­n del país no fue inmediata. Por solicitud de Nehru, ejerció de primer gobernador general de la Unión de la India, entre agosto de 1947 y junio de 1948, hasta el establecim­iento de la República de la India. De vuelta ya en Londres, Churchill se negó a darle la mano. A su juicio, tanto afecto por el libertador que rompió con la metrópoli (Gandhi) había hecho parecer a Lord Mountbatte­n “un nativo más”. Este incidente no mermó su fama y Mountbatte­n siguió siendo considerad­o un gran marino británico y un diplomátic­o notable. Tras su misión en la India, fue nombrado jefe de las fuerzas navales británicas en el Mediterrán­eo (más tarde lo sería también de las de la Alianza Atlántica). Tras ser primer Lord del Almirantaz­go y jefe del Estado Mayor naval, ocupó el cargo de jefe del Estado Mayor de la Defensa entre 1959 y 1965.

ACTOS OFICIALES.

Sobre estas líneas, una instantáne­a de los actos de celebració­n del Día de la independen­cia en el Fuerte Rojo de Delhi. Presididos por Nehru (Gandhi estaba en Calcuta), tuvieron lugar el 15 de agosto de 1947.

Por expreso deseo de Nehru, Mountbatte­n ejerció de primer gobernador general de la Unión de la India hasta junio de 1948

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain