Muy Historia

Victoria emperatriz

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VICTORIA I DEL REINO UNIDO.

Fue reina desde el 20 de junio de 1837 hasta su fallecimie­nto el 22 de enero de 1901. En la imagen, retratada por George Hayter en 1838 –en el trono y con túnica, corona y cetro– con motivo de su coronación el 28 de junio de ese mismo año.

Nacida en 1819, Victoria I fue monarca británica desde la muerte de su tío paterno, Guillermo IV, el 20 de junio de 1837, hasta su fallecimie­nto el 22 de enero de 1901. Su reinado de 63 años y 261 días es el segundo más largo de la historia del Reino Unido, solo superado por el de su tataraniet­a Isabel II. Los 122 diarios que dejó escritos sirvieron para dar a conocer su verdadera influencia política y para revaloriza­r su figura. Fue ella quien apoyó sin fisuras la visión expansioni­sta de su primer ministro, Benjamin Disraeli, convencida del efecto beneficios­o que tendría el Imperio en sus súbditos, pero sus intentos de exportar los valores victoriano­s al mundo provocaría­n un choque de culturas y conviccion­es que haría tambalears­e a la reina y a su Imperio hasta la médula.

EL CALDO DE CULTIVO DEL CONFLICTO

Solía haber un ejército de sirvientes que atendían las necesidade­s de los británicos en la India; muchos fueron fieles a las familias inglesas durante toda su vida, pero otros alimentaro­n un resentimie­nto amargo y un ansia de venganza contra los sahibs y las memsahibs cuyos caprichos tenían que satisfacer. Uno de ellos fue Azimullah Khan, que en 1850 se unió a los seguidores de un noble indio que también tenía sus quejas contra los británicos: Nana Sahib, príncipe desheredad­o por la Compañía y líder de los maratas. En 1853, Azimullah viajó a Gran Bretaña para recuperar los derechos de su señor y quedó sorprendid­o por el humo y la miseria de Londres. No vio rastro de la riqueza y la prepotenci­a mostradas por los ingleses en la India y se indignó por la forma en que ‘esa’ Inglaterra había tratado a los suyos. Pronto el destino le daría la oportunida­d de resarcirse.

Inglaterra estaba a punto de entrar en la primera gran contienda de la era victoriana, la Guerra de Crimea contra Rusia. Habían pasado 40 años desde la última vez que el ejército británico había luchado en un conflicto importante, y estaba mal preparado y mal dirigido. Crimea fue así escenario de una de sus derrotas más estrepitos­as, la carga de la Brigada Ligera (25 de octubre de 1854). Por primera vez en la historia de los conflictos armados, el sufrimient­o de los hombres y el fracaso de los generales fueron descritos al público gracias al primer correspons­al de guerra: William Howard Russell, del diario londinense TheTimes.

Entre los muchos que leían sus crónicas se encontraba el atribulado Azimullah, que decidió dar un rodeo en su vuelta a la India y pasar por Crimea.

EL PRÍNCIPE REBELDE.

Bajo estas líneas, Nana Sahib con su escolta, ilustració­n de 1860 que muestra al líder indio dejando Lucknow para encontrars­e con la fuerza rebelde que avanza desde Malwa. Al frente de los cipayos, Nana Sahib se rebeló contra los británicos.

Lo que vio le demostró que los británicos no eran invencible­s. De nuevo en su país, empezó una campaña de rumores y subversión que alimentó el resentimie­nto de los evangelist­as, que desdeñaban las prácticas religiosas de hindúes y musulmanes. La tensión iba en aumento y la protección de los agentes británicos de la Compañía de las Indias Orientales dependía de sus tropas nativas: sims, gurkhas, patanes, hindúes y musulmanes, que en 1850 habían alcanzado los 260.000 hombres, más de 10 veces los soldados británicos en la India.

LA MASACRE DE KANPUR

La lealtad de estos soldados era vital, pero la Compañía tomó, al parecer, una decisión desastrosa en 1857: utilizar grasa animal de vaca y de cerdo (prohibida la una para los hindúes y la otra para los musulmanes) para engrasar los cartuchos de los rifles. Verdad o rumor, el caso es que este hecho provocó el inicio de la revuelta conocida por los ingleses como el Motín Indio y por los indios como la Primera Guerra de Independen­cia. Nana Sahib se unió a la lucha con su ejército y su traición derivó en la Masacre de Kanpur: más de 100 mujeres y niños británicos asesinados sin piedad por los rebeldes.

Las noticias llegaron a Gran Bretaña en diciembre y la reacción fue de horror. Habían sido ultrajados. Victoria escribió a la esposa del gobernador general en Calcuta: “Nuestros pensamient­os están centrados en la India. Mi corazón sangra por los horrores que se han cometido por gente otrora tan amable contra las pobres mujeres de mi país y los niños inocentes. Me atormentan día y noche”.

Miles de tropas de refuerzo llegaron al lugar de los hechos y el palacio de Nana Sahib fue saqueado, pero este había huido con sus seguidores y con Azimullah Kan a las montañas. Fueron perseguido­s durante años, pero nunca los encontraro­n y los británicos buscaron otros en los que vengarse.

Lo que pasó en Kanpur se usó para justificar terribles crímenes. En Londres, figuras de la talla de Dickens decían: “Debemos vengarnos con medidas más feroces”. Y eso es lo que estaba ocurriendo ya. Los ingleses revelaron de pronto un salvajismo oculto que les horrorizó a ellos mismos, hasta tal punto que en Gran Bretaña poderosas voces protestaro­n contra esa evolución hacia la barbarie, incluidas las de la reina y el príncipe Alberto. Las noticias que llegaban de la India eran una burla de esa ‘civilizaci­ón’ que decían querer extender. Victoria escribió al gobernador general: “Debo desaprobar cualquier represalia contra ancianos, mujeres o niños. ¿Cómo podríamos esperar ningún respeto o estima hacia nosotros en el futuro?”. La reina declaró el 7 de octubre Día Nacional de la Humillació­n “para que nosotros y nuestro pueblo podamos humillarno­s ante Dios todopodero­so para obtener el perdón de nuestros pecados y orar a su divina majestad para la restauraci­ón de la tranquilid­ad”.

La matanza de mujeres y niños ingleses en Kanpur se usó para justificar terribles crímenes

VICTORIA TOMA LAS RIENDAS

En 1858, el gobierno británico decidió que un país de las dimensione­s de la India no podía ser dirigido por una empresa comercial privada. Fue el fin del gobierno de la East India Company. El príncipe Alberto ayudó a redactar el edicto real merced al cual

EL PRÍNCIPE Y EL AUTOR.

A la izquierda, fotografía de 1850 del escritor Charles Dickens (18121870), procedente de un negativo original de Herbert Watkins. A la derecha, retrato del príncipe Alberto, marido de la reina Victoria, realizado por John Partridge en 1840.

SU REFUGIO.

La reina Victoria y el príncipe Alberto hicieron del Castillo de Windsor, en el condado de Berkshire, Reino Unido, su principal residencia real. Escenario de muchas visitas diplomátic­as, desde él dirigían su imperio. Allí estaban cuando recibieron las terribles noticias de la masacre de Kanpur y allí moriría Alberto.

cibió la sanción real el 27 de abril de 1876. Victoria fue la primera en ostentar el título de Emperatriz de la India y lo fue desde el 1 de enero de 1877 hasta su muerte. La monarca aprendió hindi, se hacía acompañar en público de ayudantes indios, vistió el sari en alguna ocasión e incluyó el curry en sus menús, pero jamás puso un pie en la India.

Ante los monarcas indios, el orden jerárquico quedaba claro si había un emperador británico

JORGE V, ESPLENDOR IMPERIAL

Para conmemorar la coronación del rey y la reina del Reino Unido se celebraba en India el Delhi Durbar o Durbar Imperial (el término deriva de la palabra mogola durbar, que significa corte noble). Era una celebració­n de masas en Coronation Park, Delhi, que se llevó a cabo en tres ocasiones: 1877 (Victoria), 1903 (Eduardo VII) y 1911 (Jorge V), pero la única a la que asistió el monarca en persona fue esta última. Eduardo VIII abdicó en diciembre de 1936, antes de realizarse la ceremonia, y su sucesor, Jorge VI, estuvo a punto de visitar la India y tener su propio Durbar, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial y el movimiento por la independen­cia de la India (el Congreso Nacional Indio llamó al boicot) lo impidieron.

En diciembre de 1911, seis meses después de haber sido coronados en la abadía de Westminste­r, Jorge V y su esposa la reina María llegaron a la joya de su corona para asistir al Delhi Durbar de su proclamaci­ón como emperadore­s de la India. Como era la primera vez que un rey británico pisaba el país, los eventos que rodearon la visita fueron espectacul­ares. Prácticame­nte todos los príncipes gobernante­s indios, nobles, terratenie­ntes y personas notables de la colonia acudieron a rendir pleitesía a sus soberanos. En medio de un deslumbran­te despliegue de pompa y poder, Jorge utilizó la impresiona­nte Corona Imperial de la India. Creada ex profeso para la ceremonia (las Joyas de la Corona no pueden abandonar suelo británico), está fabricada con esmeraldas, rubíes, zafiros, 6.100 diamantes, un gran rubí coronándol­a y un capuchón de terciopelo y armiño. Desde ese acto, no ha vuelto a ser utilizada y está guardada junto a las Joyas de la Corona en la Torre de Londres, aunque no es parte de ellas. La emperatriz lució una tiara magnífica que hoy pertenece a Isabel II, llamada Tiara del Durbar de Delhi. Los emperadore­s apareciero­n en un balcón del Fuerte Rojo para saludar al medio millón de personas que habían acudido a verles y luego viajaron a lo largo del subcontine­nte.

Parecía que el dominio británico de la India había alcanzado su cénit, pero bajo este extravagan­te despliegue se escondía una gran fragilidad. La realidad era que el poder británico sobre la India se estaba desmoronan­do. El Reino Unido, que parecía haber olvidado la sangrienta revolución de 1857, seguía sin dar un trato justo a los campesinos. En 1917, Gandhi viajó en tren por toda la India escuchando sus quejas. Tiempo después, junto al Congreso Nacional Indio, encabezó grandes actos de desobedien­cia civil; el más importante, en 1942, el movimiento ‘Abandonad la India’, al que se unió el 75% de la población. En su discurso, el Mahatma dijo: “Aquí hay un mantra que te doy. Puedes imprimirlo en tu corazón y dejar que cada aliento tuyo lo exprese. El mantra es: ‘Haz o muere’. O liberar a la India o morir en el intento. No viviremos para ver la perpetuaci­ón de nuestra esclavitud”. Fue como decir: “Ya hemos tenido suficiente”. Después de la Segunda Guerra Mundial, la disolución del Raj solo era cuestión de tiempo.

UN DÍA PARA RECORDAR.

Fotografía coloreada de los reyes Jorge V y María de Teck el día de su coronación (22-6-1911). Perteneció a Marion Crawford ‘Crawfie’, institutri­z de las princesas Margarita e Isabel (la futura reina Isabel II).

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