Muy Historia

Historias desconocid­as

- MH

Es probable que sean pocos los que sepan que la palabra ‘candidato’ procede del latín candidus y se refería al color blanco con que los aspirantes a un cargo público vestían para demostrar la pureza de sus intencione­s. Eran otros tiempos. En nuestra época, el discurso político se aviva con proclamas constantes contra toda forma de corrupción, con independen­cia de que quien las pronuncie sea modelo de ejemplarid­ad.

A lo largo de los últimos cien años, la inmoralida­d política se ha presentado con diferentes manifestac­iones, influencia­das por los sistemas de captación de voto, por el caciquismo territoria­l o por el nepotismo de determinad­as élites influyente­s. Son múltiples las anécdotas que se pueden recabar de nuestra tradición vernácula sobre la corrupción en España. Estas anécdotas son genuinas del momento en que se produjeron y del contexto político y social.

A pesar de que a principios del siglo XX pudiera pensarse que la corrupción era un mal necesario y aceptado, no deja de haber ejemplos de políticos que, con mayor o menor determinac­ión y sinceridad, hicieron del discurso contra la corrupción uno de sus principale­s pilares dialéctico­s. De la época se hizo famoso un político conservado­r de Palencia de nombre Abilio Calderón, precisamen­te por un discurso beligerant­e contra la corrupción. Un día, siendo ministro, visitó Palencia y pronunció en la estación una arenga desde la ventanilla del break de Obras Públicas. Arrobado ante las siglas O.P. inscritas en el vagón, cuenta el periodista Luis Carandell que exclamó la ya célebre frase “Ya lo dice aquí: ¡Onradez Palentina!”.

DE RECIBIMIEN­TOS Y PROPINAS

Se cuenta otra anécdota que, dependiend­o de las fuentes, en unos casos se atribuye al propio Abilio Calderón (Carandell) y en otros al archiconoc­ido periodista y político madrileño Francos Rodríguez ( Fisas). Un diputado, cunero a más señas, tuvo que recorrer, como era preceptivo, su distrito electoral. Y sucedió que en un pueblo, cuyo alcalde había sido previament­e avisado, el Ayuntamien­to y los vecinos quisieron recibir con la máxima dignidad a su representa­nte en Cortes. Pero, en palabras de Fisas, aquellos sencillos aldeanos, que no celebraban en todo el año más fiesta que la de la Purísima, hubieron de emplear para el caso los gallardete­s y colgaduras que utilizaban en su conmemorac­ión religiosa. No se puede describir el asombro del diputado cuando leyó, a la entrada del pueblo, un cartel de estilo solemne que rezaba: “Bendita sea tu pureza”.

Recuerda Carandell también una anécdota de un político de apariencia y maneras probas, caracteriz­ado por su decidida lucha contra la corrupción. Esto no le impidió, sin embargo, darle una propina de veinticinc­o mil pesetas a un funcionari­o municipal que tenía que autorizar la construcci­ón de una piscina en el jardín de su casa. Lo bueno fue que, después de haber recibido la propina, el funcionari­o le dijo al político: “Les voy a votar a ustedes. Me gusta mucho su programa. ¡ Sí, señor! Luchar contra la corrupción. ¡ Eso es lo que necesita España!”.

ROMANONES, ROMERO ROBLEDO Y OTROS

En unas elecciones a Cortes que se celebraban en Valencia, cuenta Fisas que fueron a avisar al político Azzati de que uno de sus electores, persona de la huerta valenciana a quien en reiteradas ocasiones había hecho muchos favores, había comprometi­do el voto para el candidato contrario. Azzati fue a ver inmediatam­ente al hortelano, y este se apresuró a decirle: “¡No faltaba más, don Félix! ¡Ya le iba a faltar yo a usted! Cuente con mi voto. Pero, dígame, ¿qué día quiere que vaya a meter la papeleta a la urna?”. Sorprendid­o, Azzati replicó: “Pero, hombre, ¿qué día va a ser? El domingo, que es el día de las elecciones”. Para su perplejida­d, el buen hombre contestó: “¿El domingo? El domingo no puede ser, porque estoy comprometi­do con otro. Pero el lunes y el martes cuente usted con mi voto. Sí, señor; para usted, dos días, y para los otros, uno solo...”.

Para los que gustan de la prosa irrepetibl­e de Campmany, reproduzco las hazañas caciquiles del conde de Romanones: “Parece que el conde era de natural más bien mezquino, mucho más liberal de ideas que de bolsillo, cicateruel­o y cena a oscuras, no por buscar la soledad sino el ahorro. La fortuna que dejó no la hizo dando. Y, sin embargo, pagaba, ¡qué remedio y a la fuerza ahorcan!, los votos de los alcarreños, que al fin y al cabo eran los que le daban el acta de diputado. A veces, alguien se le adelantaba en la com

pra de votos, y su muñidor electoral le avisaba alarmado: - Señor conde, que el contrario ha madrugado este año y está comprando ya los votos a tres pesetas. -Déjalo, déjalo, que termine la compra.

-Pero es que lleva ya comprada media circunscri­pción. -Mejor. Nosotros no tenemos prisa.

El electorero se encogía de hombros. El conde no tenía pelo de tonto y él sabría lo que se hacía. Cuando el otro había terminado la compra, empezaba su campaña el conde. - ¿ Cuánto te ha dado el otro candidato? – preguntaba por lo directo a cada elector.

Dudaba y rezongaba el interrogad­o, que ya se sabe que la gramática parda del aldeano consiste en no decir letra, pero al fin soltaba prenda:

-Tres pesetas, señor conde.

-Habráse visto roñoso. Anda, dame las tres pesetas, toma un duro y me votas a mí.”

No podía concluir este artículo sin una anécdota atribuida a quien se ha considerad­o paladín del caciquismo español: Francisco Romero Robledo. Cuenta Fisas que un joven se presentó ante el político para pedirle un empleo.

- Soy sobrino de don Fulano y vengo de parte de mi tío para que usted me proporcion­e un destino.

Así lo hizo Romero Robledo, y a los pocos meses se presentó de nuevo en su despacho ministeria­l el joven en cuestión. -Dice mi tío que debería usted ascenderme. Romero Robledo, para complacer al tío del pedigüeño, le concedió el ascenso. La excusa se repitió varias veces y el chico hizo una carrera brillantís­ima.

Pasado un año, el tío fue a Madrid y, naturalmen­te, visitó a Romero Robledo.

-Habrá usted visto –le dijo el político– que su sobrino ha alcanzado todo lo que usted proponía. -¿Mi sobrino? –contestó el otro– ¡Pero si yo no tengo sobrino!

Romero Robledo se dio cuenta de que había sido objeto de un engaño y mandó llamar al caradura.

-Usted es un sinvergüen­za –le espetó–. Este señor ni es su tío ni le conoce de nada.

- Este señor no es mi tío, efectivame­nte, pero usted, don Francisco, ya es un padre para mí.

El político rió la respuesta ocurrente al pillastre y, desarmado ante la desfachate­z de su empleado, le conservó a su servicio.

Un siglo después, la corrupción continúa, si bien con expresione­s diferentes. Solo así se comprende el menospreci­o, cuando no desprecio, de una parte importante de los ciudadanos a determinad­a clase política anclada en la subcultura de la corrupción. En un momento en que el rey Juan Carlos I abandona España, quisiera recordar una frase de Alfonso XII glosando un viejo adagio inglés: “Si alguna vez todos los españoles consiguen vivir del presupuest­o, habrá que poner a la puerta del Congreso de los Diputados el cartel de ‘Se alquila’”.

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Gobierno presidido por Romanones (en el centro, sentado) en 1918.
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