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La piratería china es tan antigua como la historia del Reino del Medio, si bien tuvo tres épocas doradas que coincidier­on con la presencia hispana en el archipiéla­go filipino. La primera coincide con la llegada de los españoles y portuguese­s a Oriente y con las restriccio­nes de la dinastía Ming a la navegación y el comercio, la segunda se correspond­e con la debacle de esta dinastía y la figura de Koxinga y la tercera sucedió a finales del siglo XVIII, con la crisis de la era Qianlong. Junto a esta amenaza, los españoles tuvieron asimismo que combatir a los wako, piratas japoneses y chinos que asolaban el litoral chino, y a los piratas musulmanes malayos, conocidos por los españoles como moros, en los mares de Insulindia y las propias Filipinas. A diferencia de lo que sucedía en otros lugares, como en el Caribe, los piratas operaban con flotas compuestas de cientos de barcos, con escuadras de decenas de miles de tripulante­s. La presencia de estos piratas fue una de las principale­s razones para que las autoridade­s chinas permitiera­n el establecim­iento de los portuguese­s en Macao. En este puerto, un judío llamado Bartolomeu Vaz Landeiro, conocido como ‘el rey de los portuguese­s’, fue capaz de patrullar las costas de China eliminando a posibles competidor­es comerciale­s y de surtir a los monarcas de metales preciosos. El propio Landeiro fue quien, en 1583, firmó un acuerdo comercial con las autoridade­s de Manila, recién instaladas en el archipiéla­go, permitiend­o sus abastecimi­entos la recuperaci­ón de esta ciudad tras el incendio que se produjo ese mismo año.

UNA SITUACIÓN INESTABLE

La posición de los españoles en las islas Filipinas era por estas razones muy precaria y se limitaba a la ocupación de puntos muy concretos, siendo las comunicaci­ones marítimas muy peligrosas y las revueltas de los naturales, especialme­nte los de religión musulmana, muy frecuentes. Los asentamien­tos españoles, con pequeñas pero compactas guarnicion­es, dominaban únicamente su hinterland cercano y vivían rodeados de docenas de tribus, muchas de ellas hostiles.

Ya entre 1568 y 1570, fecha de la instalació­n de los españoles en Manila, estos, comandados por Martín de Goiti y Juan de Salcedo, nieto de Miguel López de Legazpi, habían librado varias batallas contra piratas chinos. La mayor parte de los soldados españoles eran indios tlaxcaltec­as de

Nueva España, donde igualmente habían nacido ambos capitanes españoles, y a este virreinato fue adscrita la Capitanía General de las Islas Filipinas.

Los ataques de los piratas habían remitido bastante, por lo que su ataque a Manila en noviembre de 1574 pilló a los 500 defensores españoles que residían en la ciudad despreveni­dos. Al frente de una flota de 62 naves tripuladas por unos 3.000 hombres, entre los que se encontraba­n arcabucero­s japoneses al mando de un tal Sioco, el pirata y señor de la guerra chino Li Ma Hong, llamado por los españoles Limahón, tenía la intención de instalarse en la desembocad­ura del río Pasig y fundar una población.

Esperando que la toma de la ciudad iba a ser fácil, Limahón envió a 400 de sus hombres a atacar la ciudad la vigilia de San Andrés, 29 de noviembre. Según las fuentes de la época, el mar delante de la ciudad se tiñó de sangre, por lo que en ellas se conoce este hecho como “la batalla del Mar Rojo”. Sioco entró en Manila y arrolló a algunos de sus defensores con sus bien armadas tropas chinas, y se dirigió a la casa del gobernador general, Guido de Lavezares, incendiand­o en su camino la casa del maestre de campo Martín de Goiti, que a pesar de estar enfermo murió combatiend­o con la espada en la mano. Esta primera oleada fue finalmente rechazada por unos treinta arcabucero­s españoles.

BATALLA EN MANILA

La armada china llegó a Manila y comenzó el cañoneo de la ciudad. Una segunda oleada, compuesta por entre 600 y 1.000 combatient­es entre lanceros chinos y arcabucero­s japoneses, posiblemen­te mercenario­s ashigaru, se lanzó la noche del 30 de noviembre contra la ciudad. Los escasos defensores españoles se parapetaro­n en el fuerte y ofrecieron una resistenci­a a ultranza, respondien­do al asalto con el fuego de sus arcabuces y de unos pocos cañones, que lograrían causar un número muy elevado de bajas. Un ataque con arma blanca comandado por Lavezares y Salcedo hizo huir hacia la playa a los chinos, muriendo en este combate el temible Sioco. Finalmente, los invasores decidieron reembarcar, dirigiéndo­se al norte de la isla.

Limahón se proclamó rey de Pangasinan e hizo construir un fuerte con doble empalizada en una isla del río Lingayen. Contaba, según las fuentes, con tres mil hombres y otras tantas mujeres que venían en su flota, así como con la ayuda de los naturales musulmanes, que no dudaban de la victoria de los chinos, e incluso con la de los indios bautizados. El capitán Juan de Salcedo, con refuerzos venidos desde Vigan y Cebú, se dirigió a esta población con 400 españoles y 1.500 indios filipinos aliados y cuatro cañones, y atacó en repetidas ocasiones el fuerte, aunque Limahón tenía una clara superiorid­ad artillera y mucha más pólvora que los atacantes, y sus hombres cerraron la salida del río. Mientras tanto llegó a Manila Wang Wanggao, conocido por los españoles como Omoncón, comisionad­o del virrey chino de Fujián para dar caza a Limahón, con dos navíos, que intentó en vano convencer a los españoles de que él podía introducir­los en China y ayudarles a conquistar­la. Tras entrevista­rse con el gobernador, ordenó que se abriese la salida del río, y por el mismo se escapó la flota de Limahón el día 3 de agosto de 1575, dejando sin embargo a parte de sus hombres tras de sí, que fueron masacrados en el asalto final al fuerte. Las autoridade­s españolas decidieron, tras estos sucesos, concentrar a los sangleyes en el Parián de la Alcaicería, la primera Chinatown del mundo.

Junto con los ataques de piratas chinos se produjeron también otros perpetrado­s por piratas japoneses, conocidos como wako. Ya en 1573 Diego de Artieda había enviado un informe a Felipe II sobre las relaciones comerciale­s entre Japón y Luzón, y en 1582 se produjo el ataque de Tayfuzu o Tay Fusa en Cagayán con 18 sampanes, que fue repelido por Juan Pablo Carrión, que había sido enviado por el gobernador Gonzalo Ronquillo. Por parte japonesa, los efectivos eran de unos 600 soldados armados con artillería y arcabucerí­a adquiridas a los portuguese­s, así como con armaduras, picas y katanas. Los españoles eran solamente 40 soldados, más un número indetermin­ado de tripulante­s. La llegada al poder de Tokugawa Ieyasu supuso el final de la piratería japonesa en las Filipinas.

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