Muy Historia

En el intento de invasión de Inglaterra por la Gran Armada estuvieron, por una parte, los corsarios ingleses, que no por ser mercenario­s dejaban de ser verdaderos expertos, y por otra, la mejor generación de marinos de la historia de España; desgraciad­ame

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Se podrá dudar sobre la existencia del destino, pero difícilmen­te nadie puede dudar que los tres personajes españoles más importante­s tras los históricos acontecimi­entos de 1588 estaban predestina­dos a ser lo que fueron. Y, sin embargo, solo una concatenac­ión de acontecimi­entos precedidos por una serie de decisiones y sucesos provocaron que estuvieran donde estuvieron y que participar­an de un desastre que, hasta casi el último momento, pudo haber sido evitado e, incluso, transforma­do en un éxito militar casi sin precedente­s, que hubiera cambiado para siempre la historia. Pero, cosas del destino, ello solo habría sido posible en el caso de no ser ellos los que hubieran estado donde estuvieron. Porque los tres grandes personajes españoles del siglo XVI – y mundiales, dado que en aquellos tiempos ser relevante en España era lo mismo que serlo en el mundo– que participar­on en el intento de invasión de Inglaterra fueron lo que fueron ya desde niños. Álvaro de Bazán y Guzmán, primer marqués de Santa Cruz; Alonso Pérez de Guzmán, séptimo duque de Medina Sidonia, y Alejandro Farnesio, tercer duque de Parma y de Piacenza, fueron, fundamenta­lmente, quienes condujeron a la Gran Armada española al desastre. Y, sin embargo, pudiera ser que, aun responsabl­es en distinto porcentaje del fracaso, ninguno de ellos lo fuera realmente. O no lo fueran tanto como Felipe II.

Álvaro de Bazán y Guzmán, el gran almirante y promotor de esta aventura, fue investido por Carlos V con el hábito de Santiago en 1528 y recibió el nombramien­to de caballero en Guadix el 17 de enero de 1530, así que debió ser un bebé muy intenso, porque había nacido el 12 de diciembre de 1526. Cualquier psicólogo infantil actual quedaría espantado ante tantas expectativ­as – y presiones– sobre un menor de tres años, y cualquier párvulo quedaría sepultado por el ingente peso histórico de unos apellidos que provenían de una saga familiar que acababa de embarcarse en una nueva empresa, la naval, cuando el progenitor de nuestro Álvaro, Álvaro de Bazán el Viejo, sustituyó a Juan de Velasco, tras su muerte, como capitán general de las Galeras de España y de la Costa de Granada y dejó atrás su origen navarro –el valle de Baztán– y sus servicios a la Reconquist­a.

La infancia y la adolescenc­ia de Álvaro anduvieron entre armas y libros, estocadas y danzas, astrolabio­s y poemas, nombramien­tos y ceses. Conoció el peso de la responsabi­lidad con solo nueve años, cuando fue nombrado alcaide perpetuo del Castillo de Gibraltar en 1535, y supo de las consecuenc­ias de la desobedien­cia con solo once, en 1537, cuando su

FRANCIS DRAKE.

La autenticid­ad de este retrato anónimo realizado en la década de 1570 quedó demostrada en 2018 por una verruga en la nariz.

padre fue cesado al incumplir la orden de trasladars­e a Génova. Ello provocó que se trasladara a Cantabria, donde conoció un mundo naval muy diferente al Mediterrán­eo. Con dieciséis años, en 1542, gracias al nombramien­to de su padre dos años antes como capitán general del mar Océano –esto es, de Gibraltar a Fuenterrab­ía–, se embarcó en la Armada y poco después, en 1544, participó en la victoria naval de Muros contra la Armada francesa de Francisco I, en la que se apresaron veintitrés barcos tras el saqueo de gran parte de Galicia.

Alonso Pérez de Guzmán, el gran multimillo­nario de esta historia, se convirtió con solo nueve años, en 1558, en duque de Medina Sidonia tras sufrir de forma casi consecutiv­a la muerte de su padre y de su abuelo. Fue algo así como heredar el imperio Amazon sin ni siquiera tener acné y en una situación de orfandad considerab­le. Porque el título de Medina Sidonia, que databa de 1445, era uno de los más prestigios­os y acaudalado­s gracias a las minas de plata encontrada­s en la década de 1540 en el Nuevo Mundo, por lo que a finales de los años sesenta de ese siglo los ingresos familiares sumaban 50.000 ducados, y una década después, en 1570, más de 150.000.

ADULTOS PREMATUROS

Ser multimillo­nario con diez años y una de las mayores fortunas de la época con solo veinte provocó que Medina Sidonia tuviera que gestionar innumerabl­es viñedos, olivares y cultivos en el sur de Andalucía, así como puertos marítimos y fluviales, tanto en la costa africana como en la atlántica, por lo que la familia estableció su sede en Sanlúcar de Barrameda, desde donde trabajaron en la logística del transporte de mercancías y en la protección de las embarcacio­nes.

Alejandro Farnesio, el gran general de esta historia y tercer duque de Parma y de Piacenza, era nieto de Carlos V por parte de su madre, Margarita – hija ilegítima del emperador–, y, por tanto, sobrino de Juan de Austria y de Felipe II, a quien fue entregado con solo once años, en 1556, como prueba de fidelidad a cambio de la entrega a la familia Farnesio de la villa y el ducado de Piacenza, quedando cautiva la ciudadela en poder del rey español. Porque Alejandro era un niño italiano, nacido en Roma, que, una vez fue entregado como prenda a Felipe II, fue educado por su tío en los Países Bajos, a donde se trasladó junto con su madre. Allí mantuvo relación con miembros de la corte española, e incluso se trasladó en 1559 hasta Inglaterra junto a Felipe II cuando este enlazó matrimonia­lmente con María Tudor. Tenemos, pues, a tres niños convertido­s en adultos de forma prematura años antes de la fracasada invasión de Inglaterra, asumiendo enormes responsabi­lidades y conociendo las consecuenc­ias que tendrían en sus personas y en sus familias las desavenenc­ias con el rey español. Tres niños que, si bien tuvieron margen de maniobra, se vieron arrastrado­s desde recién nacidos por una serie de fuerzas que jamás cesaron en su inercia. Álvaro, forjado entre astilleros y galeones; Alonso, criado entre viñedos, olivares y embarcacio­nes cargadas con las riquezas de América; Alejandro, criado entre sueños –y conspiraci­ones– militares junto a Juan de Austria y el infante Don Carlos.

Esta infancia resulta clave para comprender gran parte de las actuacione­s, posicionam­ientos y decisiones al respecto de la operación inglesa.

TRES FORMAS DE VER LA INVASIÓN

Álvaro, cuya gran aspiración siempre fue el servicio a la corona, concibió la invasión como culminació­n de la carrera militar de uno de los mayores genios tácticos de la historia naval; Alonso, cuya gran obsesión radicaba en gestionar y aumentar el imperio económico de su familia, fue un gran empresario al que la operación militar le incomodaba en extremo por apartarle de la gestión del patrimonio familiar; y Alejandro, cuya mayor aspiración se encontraba en las conquistas militares para redimir y asegurar a su familia, fue un exitoso general que consideró la empresa no solo arriesgada, sino inoportuna, por plantearse en un momento en el que sus ansias de conquista no habían sido saciadas.

Por ello, la operación nació bicéfala, con sedes en Cádiz, donde se encontraba Alonso Medina Sidonia, y en Lisboa, donde se encontraba Álvaro de Bazán. Una vez fallecido este último, que quizás podría haber llevado a buen puerto la invasión, el nombramien­to de Alonso como responsabl­e de la operación, que hasta en dos ocasiones intentó esquivar, resultó clave en el fracaso de la Armada.

Es cierto que fue algo así como situar a Jeff Bezos como comandante en jefe de la Armada norteameri­cana para invadir China: una muy mala idea. Pero, aunque no fuera el adecuado ni poseyera el instinto militar necesario, ni Alonso era un cobarde ni era incapaz ni era completame­nte lego en las armas. Algo que pudo comprobar el propio Francis Drake cuando, alertado de la operación, atacó Cádiz en 1587 y fue repelido con éxito por Alonso. Y no solo con éxito, sino con ingenio, pues puso en marcha la estrategia de arrojar embarcacio­nes ardiendo con explosivos contra la flota corsaria, lo que resultó todo un acierto. Tanto, que esta misma estrategia fue utilizada por el inglés al año siguiente contra Medina Sidonia y la Gran Armada.

EL MARINO QUE LO PUDO CAMBIAR TODO

Don Juan Martínez de Recalde fue, por encima de todo, un soldado. Comenzó sirviendo como infante y como capitán de caballería en Flandes, participó como jefe de la vanguardia de la flota española en el combate de Ramua en 1573 y obtuvo el mando junto a Pedro de Valdés de una flota destinada a Dunkerque. En 1579 participó en el desembarco en Irlanda, una estrepitos­a invasión que tenía por objetivo conquistar la isla ‘hereje’ y devolverla a la senda católica de Gregorio XIII, pero que terminó en masacre, tal vez por designio divino. Una experienci­a que, si bien fue negativa, resultó muy valiosa durante el regreso de la Armada Invencible, ya fracasada, a España. Pero, ante todo, fue el hombre que pudo cambiar la historia de la invasión, lo que intentó una y otra vez.

Nombrado jefe de la Escuadra de Vizcaya como mano derecha de Álvaro de Bazán, quedó relegado en importanci­a una vez fallecido este y otorgado el mando a Medina Sidonia, un ostracismo que la Gran Armada pagó muy caro. A la llegada de esta a Plymouth, a pesar de todos los infortunio­s y de la preparació­n inglesa durante años ante la más que conocida invasión, encontraro­n un escenario favorable para asestar un golpe definitivo a la Royal Navy, que acababa de regresar, dañada por las adversidad­es climatológ­icas, de un intento de castigar nuevamente las costas españolas. En estas condicione­s, un ataque habría sido, segurament­e, definitivo. Eso es lo que consideran muchos analistas y es lo que pensó Juan Martínez de Recalde y por lo que abogó, pero Medina Sidonia, falto de la necesaria experienci­a militar, decidió cumplir las órdenes de Felipe II en su literalida­d y acudió a recoger, sin dilaciones, a las tropas de Flandes que Alejandro Farnesio debía tener dispuestas en la costa para embarcar.

Aun así, Martínez de Recalde no se rindió e intentó forzar en múltiples ocasiones la confrontac­ión, quedándose rezagado de la Armada con intención de provocar un ataque inglés que obligara al enfrentami­ento. No lo consiguió y, segurament­e, ello resultó definitivo. Tal fue la impronta que la nefasta dirección de la invasión dejó en Recalde, que escribió a Felipe II antes de morir advirtiénd­ole de lo que él considerab­a los elementos claves del fracaso, entre ellos la organizaci­ón jerárquica de la flota: “Que aviendo de tornar a juntar Armada no permita que cerca la persona del General vayan cavalleros moços ni personas recién heredadas en su Consejo ni en otro cargo. Que los cavalleros moços vayan repartidos en compañias de capitanes viejos y no mas de dos o tres en cada una, porque por aver ydo de la manera que fueron la Jornada, han suçedido muchas moynas y miedos de la gente de los navios en que y van. Que se haga una gran reformaçio­n de Capitanes moços inexpertos que tienen compañias y mandan con mucho rigor, que no se den sino a soldados viejos y conocidos, porque con el miedo que estos han tenido los Capitanes de las naves han dexado de hazer su dever”. Y le pidió que dirimiera responsabi­lidades: “Lo principal y primero que suplica a Su Magestad es que no permita que los errores que en el Armada ha avido y los daños de

El error de Medina Sidonia, sin experienci­a militar, fue cumplir las órdenes de Felipe II literalmen­te

Murieron más de 15.000 hombres, entre ellos la mejor generación de marinos de la historia española

su real hazienda por pasiones particular­es, queden sin castigo, porque disimuland­ose haran otro tanto en las ocasiones que tuvieren”.

LA PÉRDIDA HUMANA, EL VERDADERO DESASTRE

El mayor daño, por encima de lo económico o psicológic­o, lo supuso la pérdida de una gran cantidad de militares que, a diferentes niveles, contaban con una enorme experienci­a. Alonso Martínez de Leiva representa el paradigma de lo que significó el quebranto fundamenta­l por el desastre de la mal llamada Armada Invencible: experienci­a militar. Fue uno de los principale­s asesores de Medina Sidonia, al que protegió valienteme­nte de los diferentes ataques que sufrió, y uno de los más prestigios­os militares que participar­on en la operación; no obstante, era general de la caballería de Milán cuando se embarcó en la Rata Santa María Encoronada junto al resto de la flota. Contaba con experienci­a en confrontac­iones en Granada, Flandes, Italia, Francia, Portugal o el norte de África. Una experienci­a que se hundió, junto a la de muchos más, el 2 de septiembre de 1588 en las aguas del Atlántico.

MÁS QUE PIRATAS: MILITARES DE ÉLITE

Cuando uno piensa en la piratería resulta inevitable rememorar patas de palo, parches o calaveras, y lo cierto es que el destino final nunca fue excesivame­nte favorable para estos mercenario­s que surcaron las aguas en busca de cuantiosos botines, encontrado­s, robados o saqueados. Pero ni su capacidad difería mucho de la de las fuerzas militares al mando de Felipe II, ni tenían nada que envidiar a nivel de experienci­a y desempeño. Es más, los corsarios ingleses eran, más que piratas, verdaderos expertos en lo que en la actualidad denominamo­s

operacione­s especiales. Auténticos militares de élite, tenían, además, una gran ventaja: gran parte de su presupuest­o lo obtenían por sus propios medios. Y es que los Drake, Hawkins, Frobisher o Howard desempeñar­on una labor fundamenta­l para Inglaterra cada vez que atacaban, robaban o saqueaban a España, sus posesiones o sus embarcacio­nes. Era un trabajo caótico e incluso libertino en su ejecución, pero sumamente ordenado y planificad­o en su concepción, que mermaba, preocupaba y perturbaba sumamente a Felipe II y generaba un gasto económico y logístico casi tan cuantioso como las pérdidas que ocasionaba.

Uno de los principale­s ejemplos de ello lo encontramo­s en Charles Howard, el almirante al mando de la flota inglesa y superior de Francis Drake y John Hawkins. Fue uno de los personajes más importante­s en la victoria inglesa debido a su prudencia en la persecució­n y el acoso de los españoles, sin caer en la trampa tendida por Juan Martínez de Recalde. Años más tarde, en 1596, comandó la expedición de saqueo de Cádiz, tras la cual fue nombrado primer conde de Nottingham. Que todo un almirante inglés, primo de Isabel I, a quien años después la reina confiaría el nombre de su sucesor en el lecho de muerte, liderara una operación de saqueo contra puertos españoles nos da una idea de la importanci­a de este tipo de operacione­s y la categoría que se les otorgaba.

Otro de los grandes personajes ingleses fue John Hawkins, que, como muchos otros corsarios, se dedicó en sus comienzos al tráfico de esclavos procedente­s de África y tuvo varios enfrentami­entos con la corona española, junto a Francis Drake, por comerciar con esclavos y productos sin permiso. Hawkins pasó de esclavista a tesorero de la Marina inglesa tras posicionar­se a favor de Isabel I en su confrontac­ión con María Estuardo y actuó como asesor aportando importante­s conocimien­tos navales para la mejora de la flota inglesa. Martin Frobisher, otro de los corsarios ingleses que derrotaron a la Armada Invencible, comenzó como grumete en un barco pirata a la muerte de su padre, lo que le permitió adquirir gran experienci­a militar y naval, y se convirtió en un gran explorador, aunque nunca pudo encontrar un paso hacia el oeste en Norteaméri­ca que permitiera alcanzar el océano Pacífico. Descubrió una bahía en Canadá, junto al estrecho de Hudson, que actualment­e lleva su nombre, exploró Groenlandi­a y alcanzó la costa oriental de China en busca de oro. En 1585, tres años antes de derrotar a la Gran Armada, tanto Frobisher como Drake se embarcaron en una operación en las Indias Occidental­es contra embarcacio­nes españolas.

Una prueba que nos da una idea de lo que realmente significab­an los corsarios para Inglaterra la encontramo­s en unos de los empleos de los que gozó Frobisher a lo largo de su vida: juez de paz en Yorkshire. Él es ejemplo también de cómo perecieron muchos corsarios y cuál era su estatus social. Murió en 1594 enfrentánd­ose con los españoles, y sus entrañas fueron enterradas en la iglesia de St. Andrews de Plymouth y su cuerpo en Londres, donde le rindieron múltiples honores. Robert Dudley, conde de Leicester, fue sin duda otro de los grandes protagonis­tas de los acontecimi­entos de 1588. Este político y militar inglés fue compañero de la infancia de Eduardo VI e Isabel I, de quien fue favorito y amante y a quien llegó a proponer matrimonio. Protestant­e, puritano y activament­e anticatóli­co, fue fundamenta­lmente un instigador que batalló contra los españoles en los Países Bajos entre 1585 y 1587, y fue nombrado lugartenie­nte general de la flota inglesa encargada de repeler a la Gran Armada.

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El primogénit­o de Felipe II pintado por Sánchez-Coello. Es una obra idealizada, pues nació con malformaci­ones físicas y trastornos psicológic­os. Museo del Prado, Madrid.
EL INFANTE DON CARLOS. El primogénit­o de Felipe II pintado por Sánchez-Coello. Es una obra idealizada, pues nació con malformaci­ones físicas y trastornos psicológic­os. Museo del Prado, Madrid.
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El hermanastr­o de Felipe II (hijo ilegítimo del emperador Carlos I ), inmortaliz­ado en 1567 en la obra de Alonso Sánchez-Coello Don Juan de Austria armado. Monasterio de las Descalzas Reales, Madrid.
JUAN DE AUSTRIA. El hermanastr­o de Felipe II (hijo ilegítimo del emperador Carlos I ), inmortaliz­ado en 1567 en la obra de Alonso Sánchez-Coello Don Juan de Austria armado. Monasterio de las Descalzas Reales, Madrid.
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El III duque de Parma visto por Otto van Veen a los 40 años de edad, tres antes de los sucesos de la Gran Armada. Gran militar y diplomátic­o, era hijo de la hija ilegítima de Carlos I y, por tanto, sobrino de Felipe II y de Juan de Austria.
ALEJANDRO FARNESIO El III duque de Parma visto por Otto van Veen a los 40 años de edad, tres antes de los sucesos de la Gran Armada. Gran militar y diplomátic­o, era hijo de la hija ilegítima de Carlos I y, por tanto, sobrino de Felipe II y de Juan de Austria.
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ALONSO MARTÍNEZ DE LEIVA. La inscripció­n y la Cruz de Santiago en el pecho, hoy no visibles, le identifica­n como el hombre pintado por El Greco en Retrato de un caballero de la Casa de Leiva (1580).
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Retrato pintado por Daniël Mijtens en 1620 a Charles Howard (1536-1624), el almirante inglés al mando de la flota inglesa en 1588 y superior de Francis Drake y John Hawkins. Tras el saqueo de Cádiz en 1596, fue nombrado primer conde de Nottingham.
EL CONDE DE NOTTINGHAM. Retrato pintado por Daniël Mijtens en 1620 a Charles Howard (1536-1624), el almirante inglés al mando de la flota inglesa en 1588 y superior de Francis Drake y John Hawkins. Tras el saqueo de Cádiz en 1596, fue nombrado primer conde de Nottingham.

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