Muy Historia

LOS QUE VOLVIERON TODAVÍA ESTÁN AHÍ

De lo mucho que nos aguarda bajo las aguas en Galicia, son los pecios de la Gran Armada de 1588 uno de los conjuntos arqueológi­cos más prometedor­es. Sus restos, de ser estudiados, pueden aún reescribir parte de su historia.

- MIGUEL SAN CLAUDIO SANTA CRUZ ARQUEÓLOGO (UNIVERSIDA­D DE TEXAS A&M)

Galicia está a menos de cinco días de navegación de los finisterre­s de Bretaña y Cornualles, en un punto privilegia­do de las relaciones atlánticas europeas. Su posición estratégic­a compromete el tráfico del norte de Europa, y es el lugar idóneo desde donde alcanzar esas costas. Como contrapart­ida, fue objetivo de los que desafiaban el predominio español en el océano. Y es que, desde 1580 –año de la anexión de Portugal–, las costas gallegas se vieron inmersas en un estado de guerra constante hasta la firma del Tratado de Londres de 1604. La actividad bélica generó un rico registro arqueológi­co subacuátic­o que contrasta con el escaso desarrollo de la arqueologí­a subacuátic­a posclásica en nuestro país.

El elevado número de yacimiento­s, en magnífico estado de conservaci­ón, ofrece la ocasión de conocer detalles de la expansión marítima española y del esfuerzo bélico en el Atlántico. Los pecios de la Gran Armada de 1588 y de la de 1596 –25 buques hundidos en Finisterre– y el rico yacimiento del galeón Santiago de Galicia en Ribadeo son ventanas únicas sobre el esfuerzo marítimo español en aquellos años, imposible de alcanzar en ninguna otra parte del mundo. En los últimos años investigam­os muchos de estos pecios y otros que se van conociendo, como el de Punta Farelo en Camariñas o el más reciente de Mugardos. Estos yacimiento­s son reflejo de lo que aguarda bajo las aguas en Galicia, y los pecios de la Armada de 1588 son uno de los conjuntos arqueológi­cos más prometedor­es.

EL NAUFRAGIO DEL REGAZONA

El galeón veneciano Regazona – que debía su nombre a su armador, Jacome Regazon– era uno de los mejores buques de la Armada de 1588. Además de por su tamaño, tripulació­n escogida y condicione­s marineras, destacaba por su armamento de 32 cañones de bronce. De grandes dimensione­s, tenía un porte de unos 912 toneles machos. Martín de Bertendona izó en él su bandera

de general de la Escuadra de Levante. Esta fuerza la formaban naves mediterrán­eas y sufrió el mayor porcentaje de pérdidas. De diez buques enviados al Canal, solo dos regresaron a la Península, uno de ellos el Regazona.

Peleó bien contra los ingleses y, tras circunnave­gar las islas británicas, llegó a Muros en octubre de 1588. Había perdido casi todo el velamen, así como mucha jarcia. Venía sin las dos anclas grandes, sin el batel principal y con daños estructura­les. Aun así y a pesar de las protestas de Bertendona por tener las jarcias y las velas “muy cascadas de las tormentas pasadas”, el Regazona partió de Muros rumbo a La Coruña el 4 de diciembre, pues el marqués de Cerralbo, Capitán General de Galicia, ordenó agrupar todos los buques supervivie­ntes en el puerto de la capital gallega.

Esa noche, entre Munguía y Sisargas, un fuerte viento de oeste-sudoeste se llevó el papahígo mayor, quedando solo con la vela de trinquete, abatiendo hacia las islas. A unos 50 pasos de la costa, en el canal, rodeados de bajos, consiguier­on fondear con las anclas en una situación imposible. Todos a bordo querían varar el buque en un arenal cercano para al menos salvar las vidas, pero Bertendona se mantuvo firme y al amanecer ordenó disparar cañonazos de auxilio, contestado­s por dos pinazas de vizcaínos –probableme­nte balleneros– desde el inmediato puerto de Malpica. Los vascos, tras picar las anclas, los tomaron a remolque, pasando entre las islas y el cabo San Adrián, “por donde no se ha visto que aya pasado navío”. En ese momento se levantó viento del oeste-sudoeste, favorable para seguir la navegación, “tan milagrosam­ente que si los marineros no fueran conocidos creyesemos heran ángeles que avían venido a socorrerno­s”. Desde La Coruña se ordenó a las galeras Diana y Princesa dar remolque al galeón, aunque, a juicio de Bertendona mal mandadas, fracasaron en la operación. El galeón hubo de pasar la noche del 7 de diciembre fuera del puerto, con una sola ancla y, aunque se envió otra ancla y una vela, al día siguiente se levantó otro temporal de componente sur que empujaba la nave “hacia las rocas del lado de la ría de Betanzos”. En ese momento desertan los pilotos que habían traído de Muros, así como el contramaes­tre

Los cañones del Regazona, uno de los mejores buques de la Gran Armada, se usaron para defender La Coruña

y once marineros, dejándolo casi sin brazos para gobernar el buque. Un role del viento hacia el SSE permitió cortar los cables de las dos últimas anclas y gobernar hacia la ría de Ferrol para evitar chocar con las rocas. Allí se vio en apuros, con la costa a sotavento y sin anclas para fondear. Un intento con el anclote del batel fracasó, yéndose el barco irremediab­lemente hacia la ensenada de Cariño.

Sin recursos para fondear, sin anclas ni hombres suficiente­s, Bertendona buscó un lugar donde varar de una manera controlada: “Hubimos de encallar en el mejor lugar que se pudo”. Tras la varada, el general ordenó abatir el palo mayor para quitar pesos altos y evitar que el barco se abriese. Gracias a su pericia, el barco quedó estable, varado, adrizado y estanco, por lo que Bertendona se dirigió por mar a La Coruña, distante siete millas, para tratar con el marqués de Cerralbo las necesidade­s para el salvamento. Mientras estaban reunidos, llegó noticia de que el galeón se había inundado y dado a una banda. Ya nada se pudo hacer, ni siquiera el desembarco de la artillería mejoró la situación. Aun así, Bertendona siguió intentando el salvamento del buque. Felipe II mostraba interés en ello por ser un galeón veneciano y “haber de devolverse a esa señoría”, de modo que pronto se pasó a recuperar la artillería, carga y bastimento­s. El 18 de diciembre, el marqués informa al rey: “Hasta ahora se le ha ido sacando borrachas y alpargatas, pólvora y vino, y la artillería; faltan todavía dos cañones, mas será seguro el sacarlos”.

Este naufragio fue providenci­al para la defensa del reino. Los 30 cañones recuperado­s se desplegaro­n en el Castillo de San Antón, en La Coruña, desde donde dieron una calurosa bienvenida a la contraofen­siva inglesa de Drake y Norrys denominada Contraarma­da de 1589.

El buque debía de estar varado en poca profundida­d, sobresalie­ndo del nivel de la marea baja; solo así se explica que se salvara la mayor parte –si no toda– de la artillería y munición, además de los bastimento­s y efectos incluso de escaso valor.

El 17 de enero de 1990, buceadores recolector­es descubrier­on varias piezas de artillería, un ancla y vasijas a la entrada de la ría de Ferrol. Este pecio se identificó con el Regazona, aunque esta adscripció­n ha quedado descartada en los últimos tiempos. El pecio del galeón veneciano debe encontrars­e más cerca de la playa, en fondos más someros que los de Punta Fornelos. Otro pecio descubiert­o en Punta Barbeira, al oeste de la ensenada de Cariño inmediata al puerto exterior, demostró ser un buque de vela del siglo XIX. Así pues, el Regazona todavía no ha sido hallado. Bertendona escogió un lugar donde varar el galeón de forma controlada para garantizar su salvamento. La mejor alternativ­a en aquella costa rocosa y relativame­nte profunda era la playa de Cariño. Precisamen­te aquí, en la segunda mitad de los 80, un buceador deportivo localizó una pieza de artillería sobre un fondo de arena. Sería una magnífica noticia localizarl­o en ese lugar –tal es nuestra hipótesis–, bajo un fondo arenoso, en un ambiente anaerobio y protegido de la acción mecánica del mar.

NAUFRAGIOS DE LA GRAN ARMADA EN LA CORUÑA

Tras el regreso a España de la Gran Armada, el gobierno inglés decidió explotar el fracaso español. Un ataque contra los buques supervivie­ntes, imponer a un pretendien­te al trono de Portugal en Lisboa y establecer­se en las islas Azores, además de la perseguida y nunca alcanzada captura de la Flota de Indias, parecían tareas al alcance de los ensoberbec­idos ingleses.

El 4 de mayo de 1589, la respuesta inglesa, formada por una Armada todavía mayor, aunque más abigarrada, que la enviada por España un año antes, encontró en La Coruña a seis supervivie­ntes de la Gran Armada: la nao San Bartolomé, la urca Sansón, las galeras Princesa y Diana y los galeones San Juan y San Bernardo.

La Sansón era una urca mercante de origen alemán, de Emden, de 500 toneles machos. Encuadrada en la Escuadra de Urcas, resultó incendiada durante el ataque. La nao San Bartolomé, de 636 toneles machos, construida probableme­nte en el Cantábrico, había pertenecid­o a la Escuadra de Andalucía de 1588 y fue barrenada por su propia tripulació­n el día 6 de mayo en el puerto coruñés para evitar su captura por el enemigo, ya que estaba en reparación y con la artillería en tierra. El galeoncete San Bernardo, de 235 toneles machos, construido en 1586, estaba encuadrado en la Escuadra de Portugal, reino en el que había sido construido. Se encontraba carenando en la playa y sin artillería y sobrevivió al ataque porque los ingleses olvidaron destruirlo en su retirada.

Las galeras Princesa, al mando de Palomino, y Diana, mandada por Pantoja, habían abandonado la Gran Armada de 1588 en el mes de julio, tras salir de La Coruña y enfrentars­e al golfo de Vizcaya. Las dos colaboraro­n en el salvamento del Regazona.

El galeón San Juan o Sao Joao de Portugal era la nave más impresiona­nte de todas las presentes en el puerto coruñés. Almiranta General de la Gran Armada de 1588, la segunda en el mando tras la Capitana había sido construida en 1586 en Portugal. Desplazaba unos 700 toneles machos y era la nave mejor artillada de todas, con 58 piezas, 46 de bronce en “igualdad de género y peso, como artillada de artillería hecha a propósito”. Había estado bajo el mando de Juan Martínez de Recalde, fallecido en La Coruña al poco de arribar de la Jornada. A bordo de este buque había regresado Diego de Bazán (hijo del marqués de Santa Cruz) como capitán de una compañía de infantería embarcada en la nao San Juan Bautista hundida en Irlanda, quien combatirá gallardame­nte en la defensa de la ciudad. El San Juan estaba gravemente averiado y, tras la muerte de Recalde, era Martín de Bertendona el encargado de las reparacion­es de todos los buques surtos en La Coruña.

Una vez divisada la Armada inglesa, los buques españoles se situaron formando un arco defensivo en el frente de mar de la bahía. El San Juan y las galeras Princesa y Diana se apostaron junto al fuerte de San Antón (armado con los cañones del Regazona) y cañonearon juntos a la flota inglesa empujándol­a hacia la costa opuesta. Dos buques

ingleses embarranca­ron y fueron abandonado­s tras descargar su artillería.

Ese mismo día, los ingleses desembarca­ron en Oza a 8.000 hombres y una batería de tres piezas gruesas de bronce, avanzando hacia la capital gallega. Con el desembarco inglés, las naves cambiaron de posición hacia la defensa de la ciudad. El galeón San Juan, con su potente artillería, a pesar de tener alguna en tierra, cerró por mar el frente de tierra de las murallas. Con Bertendona a bordo, tenía como capitán a Francisco Valverde y lo defendía Diego de Bazán con su compañía. Desde su nueva posición, descabalgó a dos de las piezas inglesas que lo ofendían y mató a los servidores de la tercera. Con la toma del barrio de La Pescadería, la situación del galeón se hizo insostenib­le, lo que forzó a su abandono el viernes 6 de mayo tras dos días de combate. La dotación se retiró al fuerte de San Antón reforzándo­lo. Martín de Bertendona narra por su pluma cómo acabó con la vida de catorce o quince de los asaltantes mediante “una mina de barriles de pólvora que para el efecto dejé hecha”. El galeón ardió desde ese viernes hasta el domingo por la noche, lo que solo se explica de estar asentado sobre el fondo. Ese mismo día ardió la nao San Bartolomé.

De las cincuenta piezas que lo armaban, aunque alguna permanecía en tierra, los ingleses solo pudieron recuperar quince o dieciséis, pues el resto explotó con la sobrecarga de pólvora o se fundió por el intenso calor. Los ingleses llevaron como botín el metal de los cañones, una demostraci­ón del primitivo sistema inglés de organizaci­ón militar que exigía beneficios económicos con los que resarcir a los “inversores”. Se llegaban a recuperar en plena campaña piezas de artillería inservible­s con el único propósito de aprovechar el metal. Tras la destrucció­n del San Juan, las galeras

Los ingleses hallaron en La Coruña a seis supervivie­ntes de la Gran Armada: una nao, una urca, dos galeras y dos galeones

fueron enviadas al puerto de Betanzos para resguardar­las, dejando a la mayor parte de sus dotaciones en la ciudad para unirse a la defensa. El asalto inglés resultó caótico y desorganiz­ado, más propio de una expedición pirata. Una vez rebasadas las defensas exteriores, la localizaci­ón de bien surtidas bodegas de vino y el ansia de botín causaron a los ingleses la pérdida de la jornada. Las fuerzas defensoras pudieron retirarse a la Ciudad Alta y permitiero­n la puesta de esta en defensa. El ataque fue a estrellars­e contra los muros de la Ciudad Alta defendida por la guarnición de la ciudad, supervivie­ntes de la Armada, milicias y mujeres.

El ataque a La Coruña fue demoledor para la Contraarma­da inglesa. Murieron varios cientos de soldados, cuatro capitanes y alrededor de 3.000 hombres de otras clases. Se perdieron 5 o 6 embarcacio­nes quemadas en la playa de Oza, dos buques dentro del alcance de los cañones del Castillo de San Antón y dos lanchas echadas a pique por los defensores de la isla apoyados desde la fortaleza de San Carlos. Significat­iva fue la deserción de los aventurero­s holandeses que acompañaba­n a los ingleses con la promesa de una parte del botín: viendo la ocasión perdida, se volvieron al norte. No causó menor daño la quiebra del factor sorpresa. El plan inglés quedó desvelado y se puso en armas toda la fachada atlántica peninsular, especialme­nte Lisboa. Contra la pérdida de unas pocas naves españolas y un escaso botín, los ingleses malograron todos los objetivos estratégic­os previstos y facilitaro­n el fracaso de su jornada, que se saldó con pérdidas mucho mayores que las sufridas por Felipe II el año anterior.

LOS PECIOS DE 1588

La importanci­a de La Coruña durante el gobierno de Felipe II ha brindado hallazgos importante­s del período. En el año 2001, durante un dragado, descubrimo­s alrededor de la isla de San Antón un área que conservaba numerosos objetos muebles y varios pecios de diferentes épocas. En dos zonas concretas, se documentar­on materiales arqueológi­cos con una cronología compatible con el ataque inglés de 1589. En concreto se recuperaro­n varias botijas de transporte marítimo y una espada ropera de lazo completa. Anteriorme­nte en este punto se retiraron varias piezas de artillería, incluido un falconete atribuido al galeón San Juan.

Al sur de la isla de San Antón, existe un pecio que conserva parte de su estructura. En su interior se recuperó munición esférica y enramadas de plomo

de pequeño calibre, algunos fragmentos de cerámica, tramos de cordaje y motonería. Los materiales, estudiados en el año 2008 en una intervenci­ón arqueológi­ca, pertenecen a finales del siglo XVI. Poco más se ha avanzado en el estudio de estas zonas, pero dada la coherencia de los materiales no podemos descartar hallarnos ante alguno o algunos de los buques hundidos a consecuenc­ia del ataque inglés de 1589.

EL ÚLTIMO NAUFRAGIO

Al sur de cabo Silleiro, en la ría de Vigo, en la ensenada de Tato, un submarinis­ta descubrió en 1986 dos piezas de artillería de bronce de recámara abierta. Miden 1,5 m y pesan alrededor de 200 kg, conservand­o una de ellas el servidor en la recámara. Dos nuevos servidores fueron localizado­s años después por el mismo buceador. En el año 2014 se descubrier­on nuevos elementos, todos ellos datados a finales del siglo XVI. Este tramo de costa rocosa está muy expuesto al Atlántico. En el fondo, de menos de 5 m, se aprecian escasos proyectile­s de hierro, objetos metálicos, cerámica y un fragmento de un cañón pedrero de bronce, roto y doblado por la acción del mar. Las fuentes documental­es sitúan el naufragio de dos galeazas en esta zona la noche del 16 al 17 de octubre de 1591, la Napolitana y la Zúñiga. La Zúñiga fue construida hacia 1584 en Nápoles, tenía 40 m de eslora y desplazaba 500 toneles machos. La Napolitana, patrona de la escuadra de galeazas, era similar en todo a la Zúñiga y fue construida en la misma ciudad un año antes. Estaban bien armadas con alrededor de 50 piezas de bronce. Eran buques muy fogueados en el Atlántico y habían participad­o en la toma de Blavet por Juan del Águila. Pertenecía­n a la escuadra de Francisco de Toledo y esa noche de octubre de 1591 volvían de abastecers­e en Blavet, Francia, a la sazón en manos españolas con 2.000 hombres, equipos y fondos económicos. Un fuerte temporal las arrojó contra la costa y, aunque desconocem­os si hubo víctimas, sabemos que los justicias de la villa de Baiona tuvieron que dedicarse a capturar a los galeotes que huyeron al llegar a tierra. El último naufragio conocido de buques veteranos de la campaña de 1588 en Galicia es el de estas dos galeazas. El pecio de la ensenada de Tato probableme­nte pertenezca a una de ellas, estando sin localizar el de la segunda.

Galicia conserva un ingente legado de buques militares españoles de finales del siglo XVI. Dos de los mayores buques de la Armada Invencible están hundidos a escasas millas uno de otro: bien pudiera abordarse el esfuerzo que supone procurar su localizaci­ón. Otros muchos naufragios de la misma cronología aguardan a su estudio en estas costas, una oportunida­d única para el estudio de este proceso histórico.

El número de localizaci­ones de yacimiento­s subacuátic­os, dejando a un lado los realizados casualment­e, es exiguo. Los trabajos desarrolla­dos de manera científica y sistemátic­a han sido principalm­ente de dos tipos: los derivados de campañas sistemátic­as de inventario del Patrimonio Cultural Subacuátic­o ( San Claudio Santa Cruz, 2011) y los desarrolla­dos al compás de estudios de impacto patrimonia­l en obras públicas. Durante estas campañas se localizaro­n nuevos pecios y yacimiento­s. El control arqueológi­co de los dragados ha ofrecido importante­s resultados, tanto en lo relativo al registro arqueológi­co depositado en el fondo de los puertos como en la localizaci­ón de pecios de importanci­a histórica.

En la costa gallega, a escasas millas uno de otro, están hundidos dos de los mayores buques de la Invencible, desgraciad­amente aún sin localizar

 ??  ?? Escudo de armas del monarca español Felipe II fundido sobre una pieza de artillería de bronce.
Fue encontrado en la ría de Ferrol.
Escudo de armas del monarca español Felipe II fundido sobre una pieza de artillería de bronce. Fue encontrado en la ría de Ferrol.
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 ??  ?? Aspecto similar al de este galeón español de finales del XVI o inicios del XVII, pintado por Cornelis Verbeeck, debía tener el Regazona. National Gallery of Art, Washington.
Morrión español de infantería fotografia­do en uno de los pecios de la Armada de Martín de Padilla de 1596.
Aspecto similar al de este galeón español de finales del XVI o inicios del XVII, pintado por Cornelis Verbeeck, debía tener el Regazona. National Gallery of Art, Washington. Morrión español de infantería fotografia­do en uno de los pecios de la Armada de Martín de Padilla de 1596.
 ??  ?? ARMAS DE GUERRA.
Estas piezas de artillería de bronce (pensadas para disparar proyectile­s de gran tamaño a largas distancias empleando una carga explosiva como impulsor) son de finales del siglo XVI, probableme­nte de origen veneciano, y fueron extraídas de la ría de Camariñas.
ARMAS DE GUERRA. Estas piezas de artillería de bronce (pensadas para disparar proyectile­s de gran tamaño a largas distancias empleando una carga explosiva como impulsor) son de finales del siglo XVI, probableme­nte de origen veneciano, y fueron extraídas de la ría de Camariñas.
 ??  ?? EL PECIO DE SAN ANTÓN.
Aspecto parcial del pecio hallado en 2001 en las inmediacio­nes del Castillo de San Antón (ubicado en la bahía de Coruña). Su cronología es incierta, pero los materiales parecen apuntar a finales del siglo XVI.
EL PECIO DE SAN ANTÓN. Aspecto parcial del pecio hallado en 2001 en las inmediacio­nes del Castillo de San Antón (ubicado en la bahía de Coruña). Su cronología es incierta, pero los materiales parecen apuntar a finales del siglo XVI.
 ??  ?? BOTIJA PARROTE.
Recuperada en el área del paseo del Parrote, en el puerto de La Coruña y en las inmediacio­nes del Castillo de San Antón, la tipología de esta botija es coherente con finales del siglo XVI.
BOTIJA PARROTE. Recuperada en el área del paseo del Parrote, en el puerto de La Coruña y en las inmediacio­nes del Castillo de San Antón, la tipología de esta botija es coherente con finales del siglo XVI.
 ??  ?? MONEDAS DE CABO CEE.
Sobre estas líneas, parte de las más de 4.000 monedas de plata extraídas del pecio del galeón San Jerónimo, hundido en Finisterre en 1596.
MONEDAS DE CABO CEE. Sobre estas líneas, parte de las más de 4.000 monedas de plata extraídas del pecio del galeón San Jerónimo, hundido en Finisterre en 1596.
 ??  ?? UNA ESPADA DEL S. XVI.
Sobre estas líneas, detalle de la empuñadura de la espada hallada en las inmediacio­nes del Castillo de San Antón, en La Coruña. Se trata de una espada ropera de lazo española completa, de finales del siglo XVI, recuperada en el año 2001.
Pieza de artillería de hierro colado sobre el pecio del Castillo de San Antón, La Coruña.
UNA ESPADA DEL S. XVI. Sobre estas líneas, detalle de la empuñadura de la espada hallada en las inmediacio­nes del Castillo de San Antón, en La Coruña. Se trata de una espada ropera de lazo española completa, de finales del siglo XVI, recuperada en el año 2001. Pieza de artillería de hierro colado sobre el pecio del Castillo de San Antón, La Coruña.
 ??  ?? Piezas de artillería de hierro colado y maderas estructura­les del pecio de San Antón.
Piezas de artillería de hierro colado y maderas estructura­les del pecio de San Antón.

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