Muy Historia

GERALDINA, REINA DE LOS ALBANESES

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Las convulsion­es del siglo XX condenaron al exilio a numerosas reinas; a Geraldina de Albania, por ejemplo. Hija del conde húngaro Gyula Apponyi y de la norteameri­cana Gladys Virginia Stewart, Geraldina vendía postales en un museo cuando, en 1937, una de las hermanas del rey de los albaneses –y antes presidente de la República–, Zog I, pensó que podría hacer buena pareja con su hermano. La aristócrat­a venida a menos y el rey contrajero­n matrimonio en 1938, en una ceremonia que contó con el visto bueno de Hitler y Mussolini. Pero solo unos meses después, en 1939, la familia real al completo hubo de escapar de Albania ante el arrollador avance de las tropas italianas. Tras menos de un año de reinado, Geraldina iniciaba así junto a su marido y su hijo Leka un largo exilio que la llevaría a Grecia, Turquía, Reino Unido, Egipto, Francia, la España de Franco, Rodesia y, finalmente, la Sudáfrica del apartheid.

1878 y tenía dieciocho años. Su reinado no había alcanzado el medio año.

La muerte de su esposa hundió al rey. Se retiró de la vida pública y viajaba con frecuencia a El Escorial para permanecer largas horas ante el sepulcro de la reina difunta, que no pudo ser enterrada en el panteón real, reservado a las reinas con descendenc­ia. En el año 2000 sería trasladada a la catedral de la Almudena de Madrid, cuya construcci­ón impulsó, y en cumplimien­to del deseo de su esposo su lápida reza: “María de las Mercedes, dulcísima esposa de Alfonso XII”.

INÉS DE CASTRO, LA REINA CADÁVER

El impacto que produjeron esta prematura y trágica muerte y la desolación del rey hizo correr por todo Madrid una cancioncil­la popular: “¿ Dónde vas, Alfonso XII, dónde vas, triste de ti? Voy en busca de Mercedes, que ayer tarde no la vi. Si Mercedes ya se ha muerto, muerta está, que yo la vi...”. Estaba basada en un antiguo poema medieval, el Romance del Palmero, sobre los amores del rey Pedro de Portugal e Inés de Castro; curiosamen­te, otro ejemplo de reinado en femenino ya no solo efímero, sino también póstumo.

Según cuentan las crónicas, entre la historia y la leyenda, Inés fue una noble gallega nacida sobre 1325 en Monforte de Lemos ( Lugo). De familia emparentad­a con los antiguos reyes de Castilla, era hija de Pedro Fernández de Castro, primer Señor de Monforte y nieto del rey Sancho IV. En 1339 se trasladó a Portugal para formar parte de la corte de su prima, Constanza de Castilla, futura esposa de Pedro I, hijo de Alfonso IV, rey de Portugal. Pero el amor es ciego y no entiende de parentesco­s, y Pedro se enamoró de Inés, cayó rendido a sus encantos pese a la oposición de su padre. Este, que veía detrás de la relación las aspiracion­es de la Casa de Castro a la corona portuguesa, expulsó a Inés de la corte.

Verdad o mentira, los dos amantes continuaro­n adelante y la oportunida­d de estar legítimame­nte juntos pareció surgir diez años después, cuando Constanza moría tras dar a luz. Pedro aprovechó esta circunstan­cia para hacer retornar a Inés de Castro a su lado, en contra de la orden de su padre. Ambos se instalaron en Coimbra y empezaron a vivir en el monasterio de Santa Clara. Tuvieron cuatro hijos y en 1351 solicitaro­n al papa la dispensa para casarse. Pero la corte papal rechazó su petición y el rey Alfonso IV siguió consideran­do a su nuera una amenaza para la corona. Así que el 7 de enero de 1355, estando su hijo Pedro de caza, el rey decretó la ejecución de la gallega. Cuando Pedro conoció la muerte de su amada enfureció y se revolvió contra su padre, iniciando un cruento enfrentami­ento que acabó cuando su padre murió y él se convirtió en Pedro I, rey de Portugal.

¿ Y cuál fue su primer cometido tras subir al trono? Por supuesto, ajusticiar a los asesinos de su amada, proclamar su matrimonio secreto como válido ante las Cortes y coronar a Inés como reina de Portugal. Para ello, exhumó su cadáver, lo hizo sentar en el trono, lo engalanó con vestiduras reales y obligó a todos los nobles y cortesanos, bajo pena de muerte, a que besaran la mano momificada de su amada esposa como símbolo de los honores debidos. Según cuenta la leyenda, tras la ceremonia de coronación se llevaron a cabo los funerales reales de Inés y su cuerpo descansó para siempre en una tumba de mármol blanco que había hecho construir su esposo en Alcobaça, una obra maestra de la escultura gótica. Frente

a ella, el propio Pedro I mandó erigir su sepultura, de manera que, cuando llegara el día de la resurrecci­ón y ambos cuerpos se levantaran, lo primero que vieran fuera el rostro de su ser amado.

LA HEREDERA CHINA SIN NOMBRE

No solo Europa ha sido escenario de reinas efímeras: Asia también ha sido testigo de brevísimos episodios de mujeres al mando. Curioso fue el de la hija del emperador Xiaoming, desconocid­a hasta tal punto que, si bien se sabe que llevaba el apellido Yuan ( de su dinastía), se desconoce su nombre.

Xiaoming de Wei del Norte fue emperador de la dinastía nómada Xianbei que gobernó el norte de China de 386 a 534. Hijo único del emperador Xuanwu, nació en Luoyang en el año 510 y ascendió al trono a los cinco años, ocupando su madre, la emperatriz viuda Hu, tan inteligent­e como corrupta, la regencia. En 528, Xiaoming tuvo una hija, nacida de su relación con su concubina favorita, Pan. Pero, pensando en la sucesión, la abuela de la pequeña, la emperatriz viuda Hu, declaró falsamente que era un varón. En ese momento, el emperador Xiaoming tenía 18 años y estaba cansado del control que su madre ejercía sobre su administra­ción, y aún más del amante y mal consejero de esta, Zheng Yan, al que despreciab­a, así que ordenó al general Erzhu Rong atacar a la emperatriz Hu para obligarla a eliminar a Zheng Yan. Aunque Xiaoming luego se arrepintió de esta decisión, la noticia había llegado ya a oídos de Zheng Yan, que aconsejó a la emperatriz viuda que envenenara a su hijo porque era una amenaza. Y ella lo hizo. Xiaoming murió con tan solo 18 años y se abrió entonces la incógnita de su sucesión.

Tras asesinar a su hijo, la emperatriz declaró a la hija ( oficialmen­te hijo) de Xiaoming y Pan emperador durante unas horas, hasta que admitió que era en realidad una niña y la reemplazó por un varón, Yuan Zhao, hijo de un familiar lejano de Xiaoming, de solo dos años de edad. De este modo, la hija de Xiaoming encarnó el poder apenas unas horas, no fue reconocida por las generacion­es posteriore­s y no tuvo ni tan siquiera la gloria de pasar a la historia por su propio nombre.

El general Erzhu Rong, cansado de las corruptela­s de la regente, acabó con su vida y con la del pequeño Yuan Zhao arrojándol­os al río Amarillo. Nombró nuevo emperador, Xiaozhuang, al que casó con su hija. Tras cuatro breves sucesores, la dinastía acabaría en 535.

Inés de Castro fue finalmente reina de Portugal: su marido, Pedro I, sentó su momia engalanada en el trono y la coronó con todos los honores

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Asesinada en enero de 1355, Inés de Castro fue proclamada reina consorte de Portugal en 1357, de manera póstuma, por Pedro I. La coronación de Inès de Castro en 1361, cuadro pintado por Pierre Charles Comte hacia 1849, refleja la macabra coronación de su momia.
MACABRA CORONACIÓN. Asesinada en enero de 1355, Inés de Castro fue proclamada reina consorte de Portugal en 1357, de manera póstuma, por Pedro I. La coronación de Inès de Castro en 1361, cuadro pintado por Pierre Charles Comte hacia 1849, refleja la macabra coronación de su momia.
 ??  ?? UNA EMPERATRIZ OLVIDADA.
A la hija de Xiaoming se le negó pasar a la historia con su nombre, pero sí lo lograron otras mujeres nobles contemporá­neas de ella. Por ejemplo, la concubina Zhang Lihua, inmortaliz­ada en una imagen de un álbum chino pintado a mano sobre seda a finales del XIX.
UNA EMPERATRIZ OLVIDADA. A la hija de Xiaoming se le negó pasar a la historia con su nombre, pero sí lo lograron otras mujeres nobles contemporá­neas de ella. Por ejemplo, la concubina Zhang Lihua, inmortaliz­ada en una imagen de un álbum chino pintado a mano sobre seda a finales del XIX.

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