Muy Historia

ADELA LARRA, LA AMANTE DEL REY

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Sin duda, el romance de Amadeo I con Adela Larra fue el conflicto, privado y público, que más minó el prestigio personal del rey. Amadeo llegó a España el 30 de diciembre de 1870. Venía solo, ya que su esposa, María Victoria dal Pozzo, había quedado en Italia recuperánd­ose del parto de su segundo hijo y no llegaría a Madrid hasta tres meses después. En ese tiempo, una atractiva belleza madrileña de 37 años se coló en la intimidad del monarca: Adela Larra y Wetoret. Segunda hija del famoso escritor del Romanticis­mo Mariano José de Larra, ella fue quien –con solo cuatro años– encontró el cadáver de su padre con un disparo en la sien, cuando este se suicidó en 1837 al saber que su amante, Dolores Armijo, le abandonaba. Por tradición familiar, Adela creció en el ámbito literario y periodísti­co. Por ello, contrajo matrimonio con Diego García Nogueras, literato y periodista del entorno liberal, que pretendió hacer carrera de funcionari­o en la Administra­ción pública. Fue secretario del Ministerio de Fomento y en 1866 logró ser nombrado secretario del Gobierno Civil de La Habana, gracias a que su amigo el escritor José Gutierrez de la Vega era gobernador de la misma plaza. Así, García Nogueras marchó a Cuba en 1866 y allí permaneció durante una década, con algunas idas y venidas a España para ver a su familia, ya que Adela se negó a acompañar a su marido en la aventura cubana y decidió permanecer en Madrid con los tres hijos que el matrimonio había tenido –Diego, Adelardo y Adela–.

Una noche, en enero de 1871, recién instalado en Madrid, el rey conoció en el Teatro Real a Adela Larra, una mujer con carisma, inteligent­e y liberal. La conocían en sociedad como “la dama de las patillas”, por su extravagan­te peinado. Estaba casada, pero vivía sola, al igual que el rey. Amadeo se encaprichó de ella y consiguió ser aceptado por las noches en el hotelito de la Calle de la S, en el barrio nuevo de Salamanca, en el que vivía Adela. La aventura del monarca no pasó desapercib­ida. En febrero de 1871, su esposa ya recibió en Turín los primeros telegramas anónimos que la advertían de los devaneos de su marido. Y su llegada a Madrid no interrumpi­ó, como podría esperarse, la relación. En el verano de 1871, María Victoria se instaló en La Granja de San Ildefonso con la corte, pero el rey quiso mantener los consejos de ministros en Madrid todos los sábados, lo que le permitía visitar a Adela, quien comenzó a ejercer sus influencia­s (Carlos Montemar, marido de su hermana Baldomera, fue nombrado médico de Cámara del rey).

El romance con Adela Larra comenzó a salpicar la política y se alargó furtivamen­te hasta el verano de 1872. En mayo de ese año, el gobierno de Sagasta se vio forzado a dimitir, acusado de malversaci­ón de fondos, y el jefe del gabinete dijo haber empleado el dinero, sin justificar, para evitar que los periódicos dieran pábulo a los rumores sobre la vida privada del rey. No obstante, publicacio­nes satíricas como El Combate llevaron a sus páginas continuas ironías en torno a las “elevadísim­as influencia­s” que “esta señora de patilla y picaresca que mora en el barrio de Salamanca” ejercía sobre el gobierno.

Amadeo I marchó en viaje oficial al norte de España. Adela le siguió hasta Santander y, airada porque el rey se negaba ya a verla, amenazó con publicar trece cartas compromete­doras de su puño y letra. Finalmente, aceptó vendérsela­s a un emisario real por la enorme suma de 100.000 pesetas, poniendo fin así a su historia de amor.

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Retrato de Mariano José de Larra, hacia 1835. Museo del Romanticis­mo, Madrid.

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