Muy Historia

LOS MALDITOS TELEGRAMAS

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Tras caer Francia en manos alemanas, a los duques de Windsor se les ordena volver a Londres, pero ellos escapan a Lisboa ( Portugal se mantenía neutral) cruzando España. Allí, vivirán un tiempo en la casa de Ricardo de Espírito Santo, un banquero portugués con contactos británicos y alemanes. Ante este contratiem­po, Winston Churchill decide que desde Lisboa embarquen rumbo a las Bahamas, donde Eduardo será nombrado gobernador, sin más afán por parte del premier que alejar al otro extremo del mundo a un personaje problemáti­co. Pero los nazis también tienen su plan: convencer o, si no es posible, secuestrar al duque de Windsor para reinstaura­rle en el trono como un rey títere tras la invasión del Reino Unido. Por eso, el ministro de Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, envía varios telegramas a sus embajadore­s en Lisboa y Madrid con instruccio­nes de aproximars­e al duque de Windsor con un doble objetivo: evitar que se vaya a las Bahamas y seducirlo con la oferta de que podría ser repuesto en el trono. El duque debe saber que “Alemania desea la paz con el pueblo británico y que esa camarilla de Churchill lo está impidiendo”. Una carta descubiert­a recienteme­nte en los Archivos Nacionales de Kew, en Londres, deja claro que Eduardo estuvo negociando con los alemanes. Enviada el 7 de julio de 1940 por el servicio de inteligenc­ia británico en Praga a un subsecreta­rio del ministro de Exteriores y leída por el primer ministro y el rey, un fragmento dice: “Los alemanes esperan que la duquesa de Windsor ( y el duque) les ayude con la esperanza de convertirs­e después en reina. Los alemanes piensan que el rey Jorge abdicará durante el ataque a Londres”. Los telegramas alemanes que recogen todas esas intrigas acabaron asimismo en manos de los aliados cuando conquistar­on Berlín. Otros documentos de los Archivos de Kew prueban que, en 1953, Churchill pidió al presidente Eisenhower y al gobierno francés que no se divulgasen esos telegramas de la conspiraci­ón.

En una entrevista con el periodista estadounid­ense Fulton Oestler, en plena guerra y siendo ya gobernador de las Bahamas, Eduardo dijo: “Sería trágico para el mundo que Hitler fuese derrocado. Hitler es el líder correcto y lógico para la gente de Alemania. Es un gran hombre”. Contradict­oriamente, en sus posteriore­s memorias reconoció que había admirado a Hitler pero lo tildó de « figura ridícula y teatral » y negó ser nazi.

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