Luis I el Breve
Cuando Felipe V, el primer rey borbónico de España, cedió la corona de forma inesperada a su hijo Luis, la figura de este joven monarca concentró muchas expectativas. Sin embargo, no pudo satisfacer ninguna de ellas, pues murió antes de que se cumpliesen ocho meses desde que ocupase el trono: únicamente llevó la corona durante 229 días. Fue el rey que menos duró en España y su destino estuvo marcado por la locura de su padre y de su esposa.
El primer Borbón nacido en España vino al mundo en el Palacio del Buen Retiro de Madrid el 25 de agosto de 1707. Hijo de Felipe V y de María Luisa Gabriela de Saboya, su primera esposa, el retoño fue bautizado como Luis Fernando, aunque sería con el primero de estos nombres con el que pasaría a la posteridad. A los dos años fue jurado como heredero en el monasterio de San Jerónimo de Madrid –donde se reunieron las Cortes–, y nombrado Príncipe de Asturias.
Tras perder a su madre a causa de una tuberculosis siendo aún un niño (tenía siete años), Luis hubo de criarse bajo una doble tutela, rígida y llena de desamor. Por un lado estaba Anne de La Trémoille, princesa de los Ursinos, quien, en cuanto se difundió la noticia del embarazo de la reina y en medio de las tensiones por designar los nuevos cargos palaciegos que se necesitarían, se reservó el de aya de Su Alteza. Por otro lado, estaba su madrastra, Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V que exhibía un fuerte carácter y con la que el joven príncipe nunca mantuvo buenas relaciones. De ese modo, la de los Ursinos y la Farnesio se encargaron de educarlo para que algún día gobernase. Cuando Luis contaba diez años, la salud de Felipe V empezó a resentirse. Tanto, que empezaron a surgir intrigas y maquinaciones sucesorias en palacio. Algunos cortesanos, bajo el liderazgo del conde de Aguilar, pretendían anular las disposiciones del testamento y crear una junta que se encargase de la regencia mientras el príncipe de Asturias fuese menor de edad. Se plantearon, incluso, raptar al pequeño príncipe para poder gobernar en su nombre. Finalmente el plan quedó en nada, pese a que Felipe V no estaba bien (desde la muerte de su primera esposa sufría ataques de melancolía).
Luis se convirtió en un adolescente alto, delgado, rubio y en plena forma gracias a una vida al aire libre y a la práctica asidua de ejercicio. Además de acompañar a menudo a su padre en las cacerías, practicaba equitación, baile y juego de pelota, entre otras actividades. Y en cuanto a su carácter supuestamente tímido, muchos creían que lo fingía para gustar y ganarse simpatías y afectos. Cuando contaba 14 años de edad, en 1721, su padre concertó su matrimonio con Luisa Isabel de Orleans, hija del regente de Francia (durante la minoría de
edad de Luis XV), Felipe de Orleans, y de la señora de Blois, hija natural de Luis XIV.
UN MATRIMONIO POR LA PAZ
El compromiso de ‘mademoiselle de Montpensier’, como era conocida antes de su matrimonio en la corte francesa, con el príncipe de Asturias se hizo público en la capital francesa en septiembre de 1721, y se casarían en la villa de Lerma cuatro meses después. Luisa Isabel se entrevistó con su futuro marido por vez primera y de incógnito en la población de Cogollos el 19 de enero y el encuentro oficial fue al día siguiente en Lerma, donde se encontraban los reyes para recibirla.
Las referencias que llegaron a Lerma sobre la princesa eran bastante buenas. Al parecer, se trataba de una muchacha religiosa, respetuosa y de buen corazón. No obstante, en algunas de sus cartas el duque de Saint-Simon, que fue el embajador extraordinario nombrado por la corte francesa para la ocasión, apuntaba a que en realidad era una niña malcriada que carecía “de la más vulgar educación”, como más tarde se comprobaría. Aun así, nadie concedió relevancia a dichas desavenencias, eclipsadas por la magnificencia de una boda que tuvo lugar en el Palacio de Lerma la tarde del 20 de enero. No faltaron una opípara cena y el correspondiente baile. Quedaban dos años para que Felipe V renunciara a la corona y Luis fuera proclamado rey.
Una vez instalada la pareja real en Madrid, empezaron a detectarse indicios preocupantes sobre la salud de la princesa. Seguramente sufría erisipela, una enfermedad de la piel que se caracteriza por la aparición de placas rojizas. Quizá fue su dolencia lo que hizo aflorar su auténtico carácter, que la condujo a enfrentarse a muchas personas, incluida su suegra. Por otro lado, tras las fiestas que celebraron el casamiento, la convivencia de la pareja se volvió rutinaria. Mientras el aspecto de Luis empeoraba –estaba más delgado, más pálido y más débil–, Luisa Isabel engordaba y disfrutaba de los paseos y la equitación.
LA ABDICACIÓN DE FELIPE V
Al margen de los motivos que movieron a Felipe V, lo cierto es que, sin comerlo ni beberlo y sin previo aviso, Luis tuvo que asumir el po
Luis se crió tutelado por Isabel de Farnesio, su madrastra, y por la princesa de los Ursinos, su aya
der sin haber alcanzado la mayoría de edad. Con diecisiete años y apenas experiencia, el 9 de febrero de 1724, cuatro semanas después de la renuncia de su padre, fue proclamado como Luis I de España.
Pese a su juventud e inexperiencia, Luis fue bien recibido por los españoles, probablemente porque era de trato amable y afectuoso. Además, interesarse tanto por las ciencias como por las artes le atrajo más incondicionales. Tanto se le apreciaba que se ganó el sobrenombre de “Bien Amado”. No obstante, pese a sus particulares ideas para el Imperio, este reinado relámpago de Luis I fue intrascendente por su brevedad y porque, en realidad, no se gobernaba tanto desde su corte en Madrid como desde el Real Sitio de La Granja, la otra corte paralela de Felipe V y de su mujer Isabel de Farnesio.
LAS EXCENTRICIDADES DE UNA REINA
De trato difícil, especial y caprichosa, Luisa Isabel de Orleans no supo estar a la altura de la responsabilidad que exigía su condición,
mostrando una conducta alejada de la decencia y el protocolo establecidos. Parece ser que comía y bebía en exceso, y se exhibía demasiado ligera de ropa, o directamente sin ella. Su comportamiento escandalizó a todos y sumió a su esposo en la amargura. No había manera de que la joven se adaptase a los protocolos de la corte. Así explicaba el problema el marqués de San Felipe: “Estas severas leyes del palacio español han tolerado las reinas con gran resignación y ejemplo, y se tenía presente la modestia, gravedad y consumada virtud con que vivía la reina Isabel, mujer del rey Felipe; y todo esto daba más resalto a las vivezas, al parecer intolerables, de una reina niña que no comprendía los inconvenientes de aflojar ni declinar de aquel alto decoro y sostenimiento que compete a la Majestad”. El embajador inglés Stanphone, por su parte, dijo de ella: “No hay nada que justifique la conducta inconveniente de Luisa Isabel. A sus extravagancias, como jugar desnuda en los jardines de palacio; a su pereza, desaseo y afición al mosto; a sus demostraciones de ignorar al joven monarca, responde el alejamiento cada vez más patente de Luis hacia ella”. Posiblemente, la reina sufría un trastorno límite de la personalidad, aunque por entonces se redujera a una simple y genérica “locura”. “Hemos hecho una terrible adquisición”, reconocería Isabel de Farnesio.
Era Luisa Isabel lo que básicamente se interponía entre Luis y el trono, y la razón de que la pareja no tuviera descendencia. Desesperado, y a buen seguro sobrepasado por las circunstancias ante las constantes salidas de tono de la reina, Luis buscaba con frecuencia entretenimiento con el que paliar su frustración. De día solía entretenerse en largas jornadas de caza; de noche, en juergas nocturnas por Madrid. En palabras del historiador Javier Traité en Historia torcida de España, “tampoco le apetecía pasar demasiado rato con su mujer porque antes o después empezaba a hacer locuras. Así que se pasó su breve reinado en los burdeles”. Con estas palabras reflejó sus costumbres disolutas el mariscal Tessé, embajador de París: “En cuanto ha almorzado se va a jugar a la pelota; el resto del día, bajo un gran calor, se va de caza y camina como un montero; por la noche, sin trabajar eficazmente, creemos que se excede y, sin embargo, no le gusta su mujer ni a su mujer él”.
Llegó el momento, sin embargo, en que estas válvulas de escape ya no le resultaron a Luis suficientes. A causa de los disgustos, el monarca se mostraba cada vez más triste.
Los trastornos de Luisa Isabel alejaron al joven monarca de su esposa y se pasaba los días cazando y en burdeles
Finalmente, no aguantó más y mandó recluir a Luisa Isabel en el Palacio Real de Madrid con el fin de tener controladas sus excentricidades. Según explica Alejandra Vallejo- Nágera en su libro Locos de la historia, la gota que colmó el vaso fue cuando la reina se desnudó durante una recepción pública y usó su vestido para limpiar los cristales. Viendo que “su desarreglo iba en aumento”, en una carta a Felipe e Isabel de Farnesio mostraba así su desconsuelo: “De suerte que no veo otro remedio que encerrarla, porque el mismo caso hace de lo que le dijo el Rey [ Felipe V], como si se tratara de un cochero. Suplico a VV. MM. me digan cuándo juzgarán a propósito sea encerrada, dónde será preciso encerrarla y qué personas le destinaré para que estén con ella, pues estoy desolado sin saber lo que me espera”.
Tras un par de semanas de encierro en el Palacio Real, Luisa Isabel decidió pedir disculpas a su esposo por su inexcusable comportamiento. Y quedó libre. Hay que tener en cuenta además que con el castigo Luis no pretendía aumentar el escándalo, así que la perdonó.
UNA MUERTE INESPERADA
Pese a que las excentricidades de Isabel no acabaron y la relación siguió resultando difícil, habríamos de creer que su arrepentimiento fue sincero, pues cuando el rey enfermó
de viruela estuvo junto a él hasta el final. Recondujo totalmente su conducta con un total acercamiento, permaneciendo pegada al lecho de su marido durante diez días, hasta que la enfermedad acabó con su vida. En realidad, también ella contrajo la viruela, aunque consiguió sobrevivir.
El 31 de agosto de 1724 terminaba, de forma repentina, el reinado de Luis I, apodado con razón “el Breve”. Tenía diecisiete años y solo llevaba siete meses y medio como rey. Los madrileños pudieron rendirle homenaje en el Salón de los Reinos del Palacio del Buen Retiro.
Tras la inesperada muerte de su hijo mayor, Felipe V corrió a devolver a la joven reina viuda a Francia. Luisa Isabel ya no le era de ninguna utilidad, sino más bien solo una molestia. Por otro lado, en su testamento Luis nombraba a su padre heredero universal, un punto a todas luces polémico, pues los términos de la abdicación de Felipe concretaban que, de morir sin herederos, la Corona pasaría a su siguiente hijo, o sea, Fernando. Pero gracias a los buenos reflejos de Isabel de Farnesio, que con esta maniobra demostró mantenerse en plena forma, el reino volvía a manos de Felipe V. Fue ella quien le animó a seguir el dictado del papa, quien defendía que el juramento de abdicación no le obligaba a renunciar a la Corona. Con ese apoyo se enfrentó a algunos nobles castellanos que se mostraban totalmente contrarios.
Si bien la demencia de Felipe iría en aumento en los siguientes años, fue Isabel de Farnesio quien se hizo realmente cargo de las responsabilidades del trono.
De todas maneras, aunque las relaciones entre Isabel de Farnesio y Luis I no habían sido demasiado buenas, a ella le apenó su fallecimiento. “Para un Borbón sano que había salido...”, se dice que habría comentado.
Felipe V, que había abdicado apenas unos meses antes, volvió a reinar a los sesenta y dos años, una situación inédita hasta entonces en España. Con él en el trono y Luisa Isabel devuelta a Francia, el reinado de Luis pasó a ser prácticamente una simple anécdota. Su regencia “relámpago” acabó tan inesperadamente como había empezado. Como si de un paréntesis se tratase, todo quedaba como antes.
Con la vuelta de Felipe V al trono, el efímero reinado de su malogrado hijo Luis quedó como una mera anécdota