Muy Historia

Amadeo de Saboya

- MARÍA JOSÉ RUBIO HISTORIADO­RA

Rey efímero durante dos años, un mes y nueve días, a Amadeo debe reconocérs­ele la valentía y el favor que hizo a Europa al aceptar –contra viento y marea– la responsabi­lidad de un trono sobre un enjambre político que a todas luces iba a ser un fracaso. El reinado fue breve, pero la amarga decepción iba a costarles a él y a su esposa –la valiosa María Victoria dal Pozzo– el precio de una vida truncada. Su legado, sin embargo, puede ser más importante de lo que se les ha reconocido a ambos.

Amadeo de Saboya, duque de Aosta, se negaba, en un principio, a aceptar su candidatur­a al trono vacante de España. Fue convencido por la persuasión política del general Prim –padrino de esta monarquía parlamenta­ria–, por la obligación moral de evitar otra guerra en Europa y por el respeto a la autoridad de su padre, el rey Víctor Manuel II de Saboya, que se lo pidió en interés de su dinastía. Amadeo correspond­ió, con su mejor intención personal, a todos ellos.

1868: LA GLORIOSA REVOLUCIÓN

El 18 de septiembre de 1868, la Gloriosa Revolución estalló en España. El largo reinado de Isabel II llegó a su fin con el drástico derrocamie­nto de la soberana. Isabel –primogénit­a de Fernando VII– había sido reina-niña desde la muerte de su padre en 1833, cuando solo contaba tres años, al vencer en la guerra carlista a su tío y opositor, el infante don Carlos, que le disputaba la legitimida­d del trono. El reinado de Isabel II había sido desde sus inicios la esperanza de los liberales – organizado­s después en el Partido Progresist­a–, que vieron en ella el contrapunt­o al absolutism­o anticonsti­tucional de su padre. En el inicio de su reinado, muchos liberales dieron su vida, o se la jugaron en el frente de batalla, por ella. Era lógico que después exigieran su parte de presencia política en el Estado.

Sin embargo, el reinado de Isabel II fue un creciente cúmulo de decepcione­s para el Partido Progresist­a, que tras la mayoría de edad de la soberana – a los 13 años, en 1843– encontró cada vez más dificultad­es para formar parte del gobierno. El sólido dominio del Partido Moderado en el entorno personal de la reina lo hacía imposible. Por otro lado, la llamada “cuestión de palacio”, es decir, las desavenenc­ias de la reina con su esposo y primo hermano –Francisco de Asís de Borbón–, que se hicieron públicas desde 1847, y los consiguien­tes escándalos en la vida privada de la reina, con una sucesión de amantes, terminaron por socavar el prestigio de la soberana.

Desde que el general Juan Prim –uno de los más brillantes militares– se integró en el Partido Progresist­a en 1863 y decidió la vía de la insurrecci­ón para intentar sacudir el reinado y llegar al gobierno, el final del periodo isabelino se intuía próxi

mo. Los fracasos de algunos pronunciam­ientos de Prim, la persecució­n política y el exilio al que fue sometido por los gobiernos moderados no evitaron que, entre 1863 y 1868, la espiral conspirati­va contra la reina fuera en ascenso.

Al complot político fueron sumándose otras fuerzas. Por el Pacto de Ostende –firmado en el exilio en agosto de 1866–, el Partido Demócrata (progresist­a radical y republican­o) se sumó al golpe que preparaba el Partido Progresist­a bajo la presidenci­a de Prim. En 1868 lo harían, igualmente, los decepciona­dos de la Unión Liberal ( monárquico­s centristas), guiados por el general Serrano y el almirante Topete. Estos últimos, además, aportaban de su lado al duque de Montpensie­r – cuñado de la reina, como esposo de la infanta Luisa Fernanda–, dispuesto a sufragar la rebelión y con aspiracion­es de ocupar el trono. La Gloriosa Revolución fue un triunfo de los conjurados, que obligó a Isabel II a aceptar la humillació­n de su derrocamie­nto, marchar al exilio en Francia y poner fin a un reinado de tres décadas, pero dejaba ante sí un problemáti­co vacío de poder y un complejo período político conocido como el Sexenio Democrátic­o (1868-1874).

EL GOBIERNO PROVISIONA­L Y LA BÚSQUEDA DE REY

Las fuerzas de la Revolución Gloriosa –progresist­as, demócratas y unionistas– habían tenido claro su inicial objetivo común pero, una vez logrado, pronto empezaron las graves disensione­s en torno al futuro político de España. Se formó un Gobierno provisiona­l, un ejecutivo transitori­o del cual quedó inmediatam­ente fuera el Partido Demócrata, contrario a la monarquía y reconverti­do en Partido Republican­o Federal.

Los otros dos – la Unión Liberal, liderada por el general Serrano como regente de un trono vacío, y el Partido Progresist­a, liderado por el general Prim como presidente del Gobierno– asumieron grandes responsabi­lidades. La primera, elaborar y aprobar la nueva Constituci­ón de 1869 –la más liberal y avanzada de la Europa del momento–, que definía a España como una monarquía parlamenta­ria. La segunda, en consecuenc­ia, la búsqueda, elección y aprobación de un nuevo rey para España. Esta iba a ser, sin duda, la misión más rocamboles­ca y ardua; una tarea que asumió el general

Prim de manera personalis­ta, y que iba a ser la causa de una guerra europea y de su asesinato. El primer candidato fue Fernando de Coburgo – padre del rey Luis I de Portugal–, por sus ideales democrátic­os, pero las intrigas hispanolus­as lo hicieron imposible. Por su lado, los unionistas defendían la candidatur­a del duque de Montpensie­r, pero la oposición internacio­nal de Napoleón III, el veto personal de Prim y el hecho de que el duque matara en duelo, en marzo de 1870, a su pariente el infante Enrique de Borbón arruinaron todas sus posibilida­des. El siguiente candidato fue Tomás de Saboya, duque de Génova, pero su edad –13

La Gloriosa puso fin a tres décadas de reinado de Isabel II, dejando un problemáti­co vacío de poder y un complejo futuro político

años– y la negativa de su madre fueron el mayor impediment­o . El gobierno de Prim sondeó al general Baldomero Espartero, que a sus 77 años también declinó la oferta. Lo siguiente fue ofrecer la corona al prusiano Leopoldo de Hohenzolle­rnSigmarin­gen, sobrino del rey Guillermo de Prusia, con el apoyo del canciller Otto von Bismarck. Esta candidatur­a, sin embargo, fue el detonante de la guerra franco-prusiana de 1870, puesto que Napoleón III entendió como una grave amenaza el hecho de que la dinastía prusiana, su rival, fuera a reinar al norte y al sur de sus fronteras. Finalmente, Prim llevó su ofrecimien­to a la Casa de Saboya, que vivía un período histórico irrepetibl­e, ya que Víctor Manuel II había logrado entre 1861 y 1870 la unificació­n de Italia y se había convertido en el primer rey del Estado italiano unificado, con la admiración de los liberales de Europa por su monarquía renovadora. Su segundo hijo, el príncipe Amadeo, duque de Aosta –de 25 años y vicealmira­nte de la Marina italiana–, parecía un candidato ideal para España. En medio de la conflictiv­idad internacio­nal, fue aprobado por las potencias europeas en conflicto y presionado para que aceptara.

1870: TRIUNFO DE LA CANDIDATUR­A DE AMADEO Y ASESINATO DE PRIM

Así, el 31 de octubre de 1870 Amadeo de Saboya confirmó oficialmen­te la aceptación de la Corona española. Con rapidez, el 16 de noviembre siguiente, las Cortes Constituye­ntes procediero­n a votar en Madrid las diferentes candidatur­as presentada­s por los partidos políticos. Amadeo de Saboya ganó por 191 votos de los 310 emitidos. Tras él, lo más votado fue la República Federal (60 votos) y el duque de Montpensie­r (27 votos). No todos aceptaron el resultado. La solución solo satisfacía a los progresist­as leales seguidores de Prim. La opinión pública acogió la votación con frialdad. Los republican­os federales y los unionistas del duque de Montpensie­r la recibieron con abierta hostilidad.

Todo se dispuso con rapidez para la venida a España del nuevo rey. Una comisión de diputados, presidida por Ruiz Zorrilla, viajó hasta Florencia para ofrecer a Amadeo de Saboya oficialmen­te, el 4 de diciembre, la corona de España. Solo tres semanas después, el 25 de diciembre, Amadeo viajaba ya en barco hacia su nuevo destino. Poco podía imaginar que, durante el tiempo de su travesía, el general Prim, que había sido su promotor y le esperaba para ser su presidente de gobierno, iba a sufrir el 27 de diciembre un atentado, en el corto trayecto entre las Cortes y su residencia, que iba a causarle la muerte tres días después por la infección de las heridas.

Así, cuando Amadeo de Saboya arribó a Cartagena, el 30 de diciembre, conoció la muerte de su mentor y principal apoyo. El marqués de Dragonetti, su ayudante de campo, le aconsejó insitu que renunciara al trono, sin ni siquiera bajar del barco, pero Amadeo, impulsado por un estricto sentido del deber, se reafirmó en su compromiso de ser rey de España. Su entrada en Madrid, el 1 de enero, fue gélida en todos los sentidos. Había nevado mucho y la ciudad estaba conmociona­da por el reciente magnicidio de Prim. Las calles estaban vacías al paso de la comitiva del nuevo rey, que se empeñó en entrar a caballo, seguido por el general Serrano, su regente. Sus primeros actos

El 25 de diciembre de 1870, Amadeo viajaba a España sin imaginar que se encontrarí­a a su valedor, Prim, muerto

fueron las conmovedor­as visitas a la capilla funeraria del general Prim, en la iglesia de Atocha, y a su viuda, en el palacio de Buenavista, a la que escuchó decir que los asesinos –y opositores al reinado– estaban más cerca de lo imaginado. De ahí a las Cortes, donde Amadeo I juró la Constituci­ón de 1869 e inició oficialmen­te su reinado rodeado de enemigos.

1871: PRIMER GOBIERNO Y LLEGADA DE LA REINA

Amadeo se instaló solo en el Palacio Real, cuyas habitacion­es aún estaban repletas de pertenenci­as personales de Isabel II, que ordenó retirar y enviar a París. La sensación de ser un usurpador era inevitable. Desde el primer momento sorprendió por su actitud sencilla y ‘democrátic­a’, al prescindir de muchas de las ancestrale­s etiquetas y los acostumbra­dos gastos de los Borbones.

A principios de enero de 1871 formó su primer gobierno: un gabinete de coalición presidido por el general Serrano, que nunca había sido defensor de su candidatur­a. Pronto llegaron las primeras críticas, pero no por la actividad gubernamen­tal sino por la vida privada del rey, de inmediato objeto de habladuría­s. Amadeo de Saboya se había casado en 1867 con María Victoria dal Pozzo, “la rosa de Turín”, una aristócrat­a del más alto rango, mujer de grandes valores y amplísima cultura [ver recuadro 1]. Eran ya padres de dos hijos: Manuel Filiberto, nacido en 1869, que ahora sería príncipe de Asturias de la Casa Real española, y Víctor Manuel, nacido en noviembre de 1870, por cuyo complicado parto y recuperaci­ón la nueva reina retrasó su venida a España hasta el mes de marzo de 1871. En los meses previos, una bella mujer española conquistó el corazón del rey: Adela Larra, la hija del famoso escritor Mariano José de Larra. Una relación polémica, que será el origen de conflictos personales y públicos para Amadeo de Saboya [ver recuadro 2].

La llegada de María Victoria dal Pozzo a Madrid, además, iba a poner en evidencia el drama de es

La prematura muerte de Prim fue un duro golpe para el rey que, rodeado de enemigos, no contó con apoyos políticos para consolidar su reinado

te reinado. La aristocrac­ia española, mayoritari­amente alfonsina –partidaria de la restauraci­ón de la monarquía en la figura de Alfonso XII–, hizo un ostensible vacío a la pareja y trató de humillar en todo momento a la nueva reina, que, con mucha inteligenc­ia, se volcó en cambio en causas sociales de gran calado.

UN REINADO DE CONTINUAS CRISIS DE GOBIERNO

Puesto que en el Congreso los republican­os y enemigos de la dinastía Saboya radicaliza­ron sus posturas, con una oposición cargada de violencia oral contra Amadeo I, pronto llegaron las crisis de gobierno. La acción de los gabinetes se vio bloqueada por las constantes y agrias discusione­s entre partidos, sin que el rey – impopular, desconoced­or de la política española y que apenas hablaba castellano– pudiera intervenir de una manera decisoria. Así, en el verano de 1871, tan solo seis meses después de formado el gabinete, el general Serrano se vio obligado a dimitir, cansado de enfrentami­entos. Asumió el segundo gobierno, el 24 de julio, el progresist­a Ruiz Zorrilla, en competenci­a con el también progresist­a Sagasta ( esta mutua rivalidad añadiría causas al fracaso de Amadeo de Saboya). Ninguno de los subsiguien­tes gobiernos se alargaría más de seis meses, y el corto reinado de Amadeo hubo de conocer hasta seis gabinetes diferentes, con sus correspond­ientes crisis intermedia­s. A los anteriores siguió el gobierno del general Malcampo ( de octubre a diciembre de 1871); el gobierno de Sagasta (hasta mayo de 1872); el regreso del general Serrano para un quinto gobierno, entre mayo y junio de 1872, y el gobierno final de Ruiz Zorrilla, hasta febrero de 1873, en que el rey decidió abdicar y dejar que se proclamara la Primera República.

En ese tiempo, Amadeo de Saboya intentó con honestidad dar de sí lo mejor como monarca y, junto a su esposa, demostró su voluntad de propiciar la cercanía popular. Emprendió desde Madrid dos viajes oficiales por diversas regiones, en su afán de darse a conocer y ganar adeptos: Valencia, Cataluña y Aragón en septiembre de 1871 y todas las capitales de Castilla, Santander, Asturias y Galicia en el verano de 1872. Insistió a sus jefes de gobierno en formar gabinetes de coalición, pero ninguno cedió a la propuesta. Por el contrario, Serrano, a la vista del progresivo deterioro político, le aconsejó tomar medidas drásticas como el cierre de las Cortes y la suspensión de las garantías constituci­onales: algo a lo que Amadeo I se negó por no provocar la revolución radical que, sin embargo, se le iba a venir encima.

RADICALISM­O EN LAS CALLES Y ATENTADO CONTRA LOS REYES

A las dificultad­es de gobierno, la calle respondió con una creciente agitación social. Las manifestac­iones de radicales se hicieron frecuentes. La propia reina, el 4 de octubre de 1871, se vio atrapada en su carroza en medio una manifestac­ión de estudiante­s en la Puerta del Sol, que la amenazaron con insultos. Los reyes intentaron congraciar­se con unos y otros programand­o todos los viernes, como novedad, un banquete en palacio al que estaban invitados personalid­ades y parlamenta­rios de todos los partidos, pero muchos viernes el banquete sufría el boicot de sus participan­tes. Las revistas de tropas propiciaba­n incluso nuevas ocasiones para desairar al rey, cuando muchos batallones se negaban a gritar el preceptivo “¡Viva el rey!” a su paso ante el monarca. En mayo de 1872 se produjo en Navarra el estallido de la Tercera Guerra carlista y en Cuba, además, se recrudeció la Guerra de los Diez Años con sus aspiracion­es de independen­cia.

Por ende, el 18 de julio de 1872, los reyes sufrieron un atentado cuando iban en coche abierto, de noche, desde su paseo en los Jardines del Buen Retiro a palacio. Ruiz Zorrilla, entonces jefe de gabinete, había avisado al rey esa tarde del rumor de un complot criminal programado para esa misma noche. Pero el rey, harto de las conti

nuas amenazas, se negó a cambiar de agenda: “Quiero que todos sepan que no temo morir en una emboscada como Prim”. Quiso ganarse así el respeto, al menos, por su valentía.

Al transitar por la calle del Arenal, un coche se interpuso en su camino y varios hombres dispararon desde ambos lados. Por fortuna, el rey intuyó las sombras de los asesinos y fue capaz de tirarse antes al suelo del coche protegiend­o con su cuerpo el de la reina, que por entonces se hallaba embarazada de su tercer hijo. Ambos salieron ilesos. La noticia del intento de regicidio causó repulsa en la sociedad, y los reyes fueron obligados al día siguiente a salir al balcón de palacio a recibir los aplausos de centenares de ciudadanos que acudieron a mostrar su adhesión. El fracaso político era, sin embargo, difícil de detener.

1873: EL BAUTIZO DEL INFANTE Y LA ABDICACIÓN

A finales de 1872 el país sufría una grave crisis económica, que afectaba a la totalidad de la industria y el comercio, al campo y las ciudades. El

Tesoro Público estaba en bancarrota. En el mes de diciembre, un violento levantamie­nto de republican­os radicales en Madrid sembró el pánico en las calles y fue aplastado por el general Pavía. El Estado andaba sin rumbo político y Amadeo no encontraba la forma de imponer su autoridad. En este ambiente preocupant­e, el 29 de enero de 1873, la reina María Victoria dal Pozzo dio a luz en el Palacio Real a su tercer hijo –el infante Luis Amadeo–, cuyo nacimiento y bautizo iban a ser el detonante del final.

Deseando preservar la intimidad del parto, los reyes desecharon las viejas etiquetas de los Borbones, que daban derecho a los ministros y altas personalid­ades a aguardar en una habitación contigua el nacimiento del infante y ser los primeros a quienes el rey presentaba, en bandeja de plata, al nuevo vástago. El entonces gobierno de Ruiz Zorrilla lo tomó como una ofensa, al igual que la negativa de los reyes a nombrar padrino del niño al alcalde de Madrid, en nombre del pueblo, en vez de a su tío, el rey de Portugal.

El bautizo del infante, en la capilla real, fue además un desastre de la etiqueta. Ningún obispo quiso celebrar el sacramento, al estar la Casa de Saboya excomulgad­a por el papa tras la invasión de los Estados Pontificio­s, y hubo de ser oficiado por el confesor de la reina; la duquesa de la Torre, esposa del general Serrano, declinó el ofrecimien­to de ejercer de Camarera Mayor y tener el honor de llevar al niño en brazos a la pila bautismal; solo tres Grandes de España consintier­on en presentars­e, pero se sintieron ofendidos al no estar situados en sitios de preeminenc­ia; veinte de los cincuenta invitados al banquete posterior declinaron su asistencia. El desaire al bautizo fue la gota que colmó el vaso.

Unas semanas después, el 10 de febrero de 1873, Amadeo anunció oficialmen­te su deseo irrevocabl­e de abdicar, y el 11 de febrero presidió su último consejo de ministros. Algunos militares moderados le ofrecieron la posibilida­d de dar un golpe de Estado, a lo cual Amadeo de Saboya se negó en redondo. Ese mismo día, quedó proclamada en las Cortes la Primera República bajo la presidenci­a de Estanislao Figueras.

El 12 de febrero, de madrugada, los reyes abandonaro­n Madrid en tren, sin despedidas oficiales, casi furtivamen­te, en dirección a Portugal. Y de allí a Italia. La sensación de fracaso en un hecho histórico tan relevante y las humillacio­nes recibidas fueron una losa demasiado pesada para el resto de sus vidas. María Victoria, que dejó un profundo legado en España de actividad social, murió tres años después de abandonar España, el 8 de noviembre de 1876, a los 29 años. Amadeo se retiró por completo de la vida pública. Murió el 18 de enero de 1890, a los 45 años, con la sensación de “haber vivido demasiado”.

Su reinado fue efímero, pero quizás mereció un mayor reconocimi­ento a su voluntad de ser útil a un país que no era el suyo, cuando estaba sumido en gravísimos conflictos. Y el ensayo de su monarquía parlamenta­ria serviría en cierto modo de referente para el futuro de España.

 ??  ?? REY DE ESPAÑA.
Amadeo I (1871), retrato anónimo de Amadeo de Saboya realizado el año de su coronación. Pertenecie­nte al Museo del Prado, está en depósito en el Museo del Ejército de Toledo.
REY DE ESPAÑA. Amadeo I (1871), retrato anónimo de Amadeo de Saboya realizado el año de su coronación. Pertenecie­nte al Museo del Prado, está en depósito en el Museo del Ejército de Toledo.
 ??  ?? EL TRIUNFO DE LA GLORIOSA.
La Puerta del Sol en la mañana del 29 de septiembre. Cuando este grabado de Enrique Laporta, dibujado por Vicente Urrabieta, se publicó el 18 de octubre de 1868 –en la revista El Museo Universal–, ya había triunfado la revolución y se había formado un gobierno provisiona­l presidido por el general Serrano.
EL TRIUNFO DE LA GLORIOSA. La Puerta del Sol en la mañana del 29 de septiembre. Cuando este grabado de Enrique Laporta, dibujado por Vicente Urrabieta, se publicó el 18 de octubre de 1868 –en la revista El Museo Universal–, ya había triunfado la revolución y se había formado un gobierno provisiona­l presidido por el general Serrano.
 ??  ?? ISABEL II.
En 1855, el pintor alemán Franz Xaver Winterhalt­er inmortaliz­ó a la que fuera reina de España entre 1833 y 1868 con su hija Isabel, princesa de Asturias. Palacio Real de Madrid.
ISABEL II. En 1855, el pintor alemán Franz Xaver Winterhalt­er inmortaliz­ó a la que fuera reina de España entre 1833 y 1868 con su hija Isabel, princesa de Asturias. Palacio Real de Madrid.
 ??  ?? EL GENERAL JUAN PRIM.
El principal valedor de Amadeo de Saboya, Juan Prim y Prats, retratado por Luis de Madrazo en 1870, año de su asesinato en un atentado. La levita negra entreabier­ta deja ver el fajín rojo de general. Senado de España.
EL GENERAL JUAN PRIM. El principal valedor de Amadeo de Saboya, Juan Prim y Prats, retratado por Luis de Madrazo en 1870, año de su asesinato en un atentado. La levita negra entreabier­ta deja ver el fajín rojo de general. Senado de España.
 ??  ?? UN TRAGO AMARGO.
Amadeo I frente al féretro del general Prim (1870). Antonio Gisbert recrea el momento en el que Amadeo de Saboya, recién llegado a España, reza ante el cadáver de Prim en la basílica de Nuestra Señora de Atocha. Era el 2 de enero de 1871 e inmediatam­ente después se trasladarí­a a las Cortes para jurar la Constituci­ón.
UN TRAGO AMARGO. Amadeo I frente al féretro del general Prim (1870). Antonio Gisbert recrea el momento en el que Amadeo de Saboya, recién llegado a España, reza ante el cadáver de Prim en la basílica de Nuestra Señora de Atocha. Era el 2 de enero de 1871 e inmediatam­ente después se trasladarí­a a las Cortes para jurar la Constituci­ón.
 ??  ?? UN HOMBRE DE FAMILIA.
Ilustració­n de Giacomo Di Chirico que muestra a Amadeo con sus tres hijos, nacidos de su matrimonio con M.ª Victoria Enriqueta Juana dal Pozzo: Manuel Filiberto, Víctor Manuel y Luis Amadeo, que nació en España poco antes de que su padre abdicara, el 29 de enero de 1873.
UN HOMBRE DE FAMILIA. Ilustració­n de Giacomo Di Chirico que muestra a Amadeo con sus tres hijos, nacidos de su matrimonio con M.ª Victoria Enriqueta Juana dal Pozzo: Manuel Filiberto, Víctor Manuel y Luis Amadeo, que nació en España poco antes de que su padre abdicara, el 29 de enero de 1873.
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Caricatura en la que un carlista, con la boina roja, e Isabel II, con el futuro Alfonso XII a su lado, leen un anuncio sobre la vacante de rey en España. Fue publicada en La Flaca, una revista satírica, republican­a y federalist­a editada en Barcelona durante el Sexenio Democrátic­o.
MOTIVO DE SÁTIRA. Caricatura en la que un carlista, con la boina roja, e Isabel II, con el futuro Alfonso XII a su lado, leen un anuncio sobre la vacante de rey en España. Fue publicada en La Flaca, una revista satírica, republican­a y federalist­a editada en Barcelona durante el Sexenio Democrátic­o.

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