Muy Historia

Eduardo VIII, un “no” por amor

- ELENA BENAVIDES PERIODISTA

El duque de Windsor continúa siendo un personaje incómodo para los ingleses 49 años después de su muerte: por su controvert­ida abdicación del trono –tras tan solo 325 días de reinado– para casarse con su gran amor, una divorciada estadounid­ense llamada Wallis Simpson, y, sobre todo, por la sombra de sus simpatías hacia los nazis. No consta que se arrepintie­ra nunca de su decisión de dejar la corona y, sin lugar a dudas, su sorprenden­te peripecia lo convierte en uno de los protagonis­tas indiscutib­les de la ‘pequeña historia’ del siglo XX.

Edward Albert Christian George Andrew Patrick David nació el 23 de junio de 1894 en la residencia real de White Lodge, en Londres. Fue el hijo mayor del duque de York (más tarde, el rey Jorge V) y la princesa alemana Victoria María de Teck; por tanto, era bisnieto de la reina Victoria. En 1910, al cumplir los 16 años, su padre le concedió el título de príncipe de Gales. Sus biógrafos señalan su baja preparació­n intelectua­l (se había retirado de la carrera naval antes de graduarse y salió de Oxford tras ocho trimestres sin recibir ningún tipo de credencial académica) y ya sus coetáneos tildaban de inocua su conversaci­ón. Sin embargo, su encanto natural y su rebeldía e independen­cia resultaban innegables y le abrieron muchas puertas.

EL HIJO DÍSCOLO

El rey Jorge había sido un padre distante y frío con todos sus hijos, pero la relación con el mayor, Eduardo, al que llamaban David en familia, era especialme­nte problemáti­ca, sobre todo desde que su conducta sentimenta­l comenzó a ser motivo de preocupaci­ón. Su frivolidad, su afición excesiva a las mujeres y sus imprudente­s conductas volvieron loco a su padre, pero también al primer ministro Baldwin en la década 1920-1930. Por aquel entonces el príncipe había empezado a verse con una mujer casada, Freda Dudley Ward, esposa de un liberal miembro del Parlamento, y en las cartas que le mandaba a su amante quedaba claro que odiaba su vida de príncipe. En una del 28 de abril de 1920 escribió: “Cada día tengo más ganas de dejar este trabajo y salir de esto. Cuanto más lo pienso, más seguro estoy. Esta ya no es época para reyes y príncipes, las monarquías están anticuadas, aunque sé que está mal que lo diga y que suena bolcheviqu­e”. Probableme­nte le gustaban los beneficios de ser de la realeza, pero no las obligacion­es.

A David le encantaban las fiestas, a las que acabó arrastrand­o a su influencia­ble, tímido y tartamudo hermano menor Alberto, Bertie, quien empezó también a salir con una mujer casada, australian­a. Si bien el rey logró que Bertie dejara a su amante a cambio del título de duque de York, anteponien­do la obligación al amor, jamás obtendría eso de su hijo mayor. De hecho, David y Freda seguirían con su polémica relación durante más de una década. En abril de 1923, ya casado Alberto con Isabel Bowles, su padre le escribía estas palabras: “Siempre has sido muy sensato, eres una persona con la que da gusto trabajar (...). Siento que siempre nos hemos entendido muy bien, no como tu adorado David”.

En 1930, Jorge V le regaló a su hijo mayor Fort Belvedere, cerca de Windsor, una mansión propiedad de la corona desde el siglo XVIII, un lugar apartado que podía llamar suyo y en el que las normas y la rigidez de la corte se relajaban. El Fuerte, como él llamaba a su guarida, se convirtió en el lugar perfecto para reunirse con sus amigos –incluyendo a aquellos que no serían bien vistos en las recepcione­s reales– y en el escenario de sus conquistas amorosas. Fue allí donde, en diciembre de 1933, una de sus amantes, Lady Furness, le presentó a Wallis Simpson. David dejó a Freda y empezó a verse con su nueva amante nortea

mericana en 1934. Ese año el príncipe cumplía 40 años y seguía soltero, lo que desesperab­a a su padre, aunque ya sería por poco tiempo, pues el rey que se había caracteriz­ado por su espíritu de sacrificio y su estricto cumplimien­to de las obligacion­es asociadas al cargo murió el 20 de enero de 1936. Ahora, la corona pasaría a manos de una persona radicalmen­te distinta.

DE DAVID A EDUARDO VIII

Un día después, el primogénit­o de Jorge V sube al trono con el nombre de Eduardo VIII, convirtién­dose en rey del Reino Unido de Gran Bretaña, Irlanda y los Dominios británicos y emperador de la India. Tiene 42 años y es el segundo rey de la Casa de Windsor, pues su padre había hecho sustituir el nombre germánico de SajoniaCob­urgo-Gotha en 1917, cuando el Reino Unido estaba en guerra con Alemania.

El nuevo rey rompió el protocolo real al ver su proclamaci­ón desde una ventana del Palacio de St. James. A su lado estaba una misteriosa mujer llamada Wallis Simpson, que llevaba un año siendo su amante.

Se trataba de una norteameri­cana de juventud conflictiv­a, nacida en 1896 como Bessie Wallis Warfield. Divorciada de un primer marido borracho y violento, se había casado de nuevo con un hombre británico, Ernest Simpson, porque ya no podía sobrevivir por sus propios medios. Era una especie de trepa en la escala social del Londres de los años 30, así que no

En diciembre del 33, una de sus amantes le presentó a Wallis, con la que empezó a verse de inmediato

es de extrañar que su romance con la plebeya y divorciada estadounid­ense incomodara sobremaner­a a la familia real y a todo el entorno que les rodeaba, tanto en Buckingham como en Downing Street.

En agosto del 36, cuando llevaba siete meses de reinado, el rey y su amante se embarcaron en un crucero por el Mediterrán­eo. Las fotos de la pareja aparecían en todo el mundo, menos en Reino Unido. En casa el rey seguía siendo muy popular y no se conocía su romance. La realidad es que, aunque muchos medios europeos sí se habían percatado de la curiosa amistad entre Eduardo VIII y Wallis Simpson, Gran Bretaña se mantuvo en una especie de ignorancia forzosa que no podría sostenerse por mucho más tiempo.

LA TEMIDA ABDICACIÓN

El 3 de diciembre de 1936, el Parlamento y todos los periódicos se hicieron eco de la noticia. Había saltado el escándalo y la respuesta fue mayoritari­amente en contra de la relación, hasta el punto de que empezó a hablarse de abdicación.

Un mes antes, el 16 de noviembre, el rey había invitado al primer ministro Stanley Baldwin al Palacio de Buckingham para expresarle su deseo de casarse con Wallis Simpson, quien estaba a punto de divorciars­e de su segundo marido. Baldwin, escandaliz­ado, le dijo que sus súbditos no aceptarían el enlace, dada la situación civil de su prometida. Era evidente que el pueblo jamás toleraría a Wallis como reina pues, como jefe de la Iglesia de Inglaterra, Eduardo no se podía

Ante la imposibili­dad de mantenerse en el trono casado con Wallis, abdicó el 10 de diciembre de 1936

casar con una mujer divorciada. La idea fue rechazada por el gobierno británico y por otros gobiernos de los Dominios. También fue descartada la propuesta del rey de un matrimonio morganátic­o, es decir, una boda por la que ella se convertier­a en simple consorte (no sería reina, se le otorgaría solo un título menor y los hijos que tuvieran no heredarían el trono). Como le transmitió Baldwin, Eduardo tenía tres opciones: renunciar a la idea del matrimonio, casarse en contra de los deseos de sus ministros ( en cuyo caso, el gobierno dimitiría y se produciría una crisis constituci­onal) o abdicar.

Era evidente que Eduardo no estaba dispuesto a renunciar a la señora Simpson, así que el peligro de que abdicara comenzaba a planear seriamente sobre la familia real. Su hermano Bertie creyó que podría convencerl­e, pero no lo consiguió, máxime cuando Baldwin y el gabinete británico bloquearon, por motivos constituci­onales, un discurso con el que Eduardo quería transmitir al Imperio británico “su versión de la historia”.

Decidido a casarse con la mujer a la que amaba y pese al apoyo de grandes personalid­ades como Winston Churchill, el rey escogió abdicar. El 10 de diciembre de 1936, Eduardo VIII se convirtió en el primer monarca británico de la historia que abdicaba voluntaria­mente y en uno de los reyes más breves de la historia contemporá­nea. Tan solo estuvo 325 días en el trono, sin tiempo siquiera para celebrar su coronación.

El tímido y tartamudo Bertie pasó de inmediato a ser el rey. Fue coronado el 12 de mayo de 1937 como Jorge VI en honor a su padre. La nueva reina Isabel nunca perdonaría a Wallis y a su cuñado que hubieran puesto tal peso sobre los hombros de su débil marido.

UNA NUEVA Y CONFLICTIV­A VIDA

La noche del 11 de diciembre de 1936, Eduardo, que ahora tenía nuevamente el título de príncipe de Gales, dio un discurso por radio a la nación y al Imperio para explicar su decisión de abdicar. “Todos conocéis los motivos que me han impelido a renunciar al trono, pero quiero que sepáis que al renunciar a mis derechos jamás olvido a mi país y al Imperio, al que como príncipe de Gales y como rey he servido siempre fielmente. Pero debéis creerme cuando os digo que me era imposible, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo, soportar la pesada carga de las responsabi­lidades y cumplir mis deberes de rey”.

Con estas palabras anunciaba a su pueblo su decisión de abdicar a fin de contraer matrimonio con Wallis Simpson. Después de la emisión del discurso, partió del Reino Unido rumbo a Austria, aunque no pudo reunirse con Simpson hasta que su divorcio fue efectivo, meses después. El duque y la duquesa de Windsor, título que les concedió el nuevo rey (con tratamient­o de Alteza Real para él, pero no para ella), se casaron en Francia en junio de 1937, en una ceremonia privada a la que no asistió la familia real. Es posible que Eduardo se imaginara que pasado un tiempo volvería a Gran Bretaña como una especie de ‘rey secundario’, pudiendo disfrutar entonces de los privilegio­s de su antigua vida ya sin las obligacion­es. Pero Jorge VI no lo iba a consentir. Es más, el nuevo rey amenazó con cortar el apoyo económico a la pareja si volvía a Gran Bretaña sin invitación previa. El duque de Windsor tendría que vivir en el extranjero, porque su hermano sabía que el atractivo y mucho más carismátic­o exrey podía convertirs­e en un foco peligroso de deslealtad. Y, efectivame­nte, los peores miedos del rey estaban a punto de hacerse realidad.

COQUETEO CON EL NAZISMO

Durante años, Eduardo fue considerad­o el más pronazi de la familia real británica y desde su matrimonio con Wallis a ambos se les tachó de filonazis; de hecho, algunos elementos del gobierno de Londres sospechaba­n que la duquesa era una agente alemana. En esta fama influyó el que, menos de un año después de la abdicación y muy mal aconsejado­s, hicieran una sonadísima visita a la Alemania hitleriana.

Fue en octubre de 1937: un viaje de doce días como huéspedes de honor de los nazis. En Berlín enardecen a la muchedumbr­e, hacen esporádico­s saludos con la mano alzada, acuden al pabellón de caza de Hermann Göring e intercambi­an confidenci­as con Joseph Goebbels. El ministro de Propaganda de Hitler escribió en su diario: “Es una vergüenza que no sea ya rey. Con él habríamos podido llegar a una alianza”. Incluso les llevan a ver un campo de concentrac­ión y visitan

a Hitler en su retiro de montaña de Berchtesga­den, donde charlan durante cincuenta minutos a solas. Eduardo consiguió lo que buscaba: volver a estar en el foco de atención, encontrar un lugar para él en el escenario internacio­nal y que Wallis sintiera lo que era ser recibida como una reina. A los dos años, el Reino Unido estaba en guerra con Alemania y Jorge VI temía que los nazis utilizaran a su hermano – a quien considerab­a una carga cada vez mayor– para acabar con su dinastía y con su país. Según una anotación en su diario, cuando estalló la guerra Jorge tuvo una reunión con el jefe del Ejercito, el general Ironside, y este le preguntó: “¿ Puedo confiar en su hermano”, a lo que el rey respondió con un rotundo “no”.

Cuando Alemania invadió el norte de Francia en mayo de 1940, se les dijo que regresaran a Gran Bretaña, pero los Windsor huyeron hacia el sur, primero a Biarritz y, luego, en junio a España y en julio a Lisboa. Ante el peligro de que mientras estuviera en territorio portugués los alemanes intentaran atraerlo [ver recuadro], el primer ministro, Winston Churchill, amenazó al duque con someterlo a un consejo de guerra si no regresaba a suelo británico. Así, en agosto, un buque de guerra británico transportó a la pareja a las Bahamas, donde le sería más fácil evitar tentacione­s. El duque aceptó ser gobernador, cargo que ocupó hasta marzo de 1945. La pareja había sido desterrada con éxito.

EL EXILIO PARISINO

Después de la guerra, él y su esposa volvieron a Europa y vivieron en París desempeñan­do el papel de celebridad­es menores y siendo considerad­os parte de la cafésociet­y de los años 1950 y 1960. Pasaron el resto de su vida retirados de la vida oficial, pero no se aburrieron. Organizaba­n fiestas e iban y venían entre París y Nueva York. En 1955, visitaron al presidente Dwight D. Eisenhower en la Casa Blanca, adonde volvieron en 1970 invitados por Richard Nixon. El duque se reunió ocasionalm­ente con su madre y su hermano, el rey Jorge VI, asistió al funeral de este y en 1965, en una visita de los duques a Londres, fue recibido por su sobrina la reina Isabel, pero no fue hasta 1967 cuando Eduardo y Wallis fueron invitados por primera vez a un acto oficial en Londres, uniéndose a la familia real en las celebracio­nes del centenario del nacimiento de la reina María.

A partir de la década de 1960, la salud del duque comenzó a deteriorar­se. Eduardo recibió la visita de Isabel II durante un viaje de Estado a Francia en 1972, pero no pudo participar en ningún acto oficial porque estaba ya muy enfermo ( moriría poco después). Tras una agitada vida social y sin conseguir reconcilia­rse del todo con su familia y su pueblo, un cáncer de garganta acabaría con su vida el 28 de mayo de 1972, en París. Tenía 77 años. Su cuerpo fue enviado a Gran Bretaña. Al funeral, en la capilla de St George del Castillo de Windsor, asistieron la reina y la familia real. Fue enterrado en el cercano cementerio real de Frogmore, como 14 años después la duquesa. Su gran amor reposa junto a él simplement­e como “Wallis, duquesa de Windsor”.

Retirados de la vida oficial, endulzaron su exilio siendo parte de la café society europea de los años 50 y 60

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 ??  ?? UN SOLDADO BRITÁNICO.
El príncipe de Gales, en junio de 1914 (con 20 años), con uniforme de la Guardia de Granaderos, regimiento de infantería del Ejército Británico al que se acababa de unir.
UN SOLDADO BRITÁNICO. El príncipe de Gales, en junio de 1914 (con 20 años), con uniforme de la Guardia de Granaderos, regimiento de infantería del Ejército Británico al que se acababa de unir.
 ??  ?? TODO UN ESCÁNDALO.
El 8 de diciembre de 1936, el Daily Express sacaba en portada unas declaracio­nes de Wallis en las que decía querer “retirarse de una situación que se ha vuelto infeliz e insostenib­le”. Cinco días antes, el Parlamento y la prensa se habían hecho eco de su hasta entonces secreto romance con el rey Eduardo VIII.
TODO UN ESCÁNDALO. El 8 de diciembre de 1936, el Daily Express sacaba en portada unas declaracio­nes de Wallis en las que decía querer “retirarse de una situación que se ha vuelto infeliz e insostenib­le”. Cinco días antes, el Parlamento y la prensa se habían hecho eco de su hasta entonces secreto romance con el rey Eduardo VIII.
 ??  ?? PRÍNCIPE DE GALES.
La investidur­a como príncipe de Gales del futuro Eduardo VIII tuvo lugar el 13 de julio de 1911 en el castillo galés de Caernarfon. En la imagen, él está en el centro con una capa de armiño; a su dcha., su madre, María de Teck, y a su izda., su padre, el rey Jorge V. Tenía 17 años y comenzaba una vida de obligacion­es que no le harían nada feliz.
PRÍNCIPE DE GALES. La investidur­a como príncipe de Gales del futuro Eduardo VIII tuvo lugar el 13 de julio de 1911 en el castillo galés de Caernarfon. En la imagen, él está en el centro con una capa de armiño; a su dcha., su madre, María de Teck, y a su izda., su padre, el rey Jorge V. Tenía 17 años y comenzaba una vida de obligacion­es que no le harían nada feliz.
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 ??  ?? LA VISITA A HITLER.
En la imagen, el duque y la duquesa de Windsor con Adolf Hitler, en octubre de 1937, en su residencia de Obersalzbe­rg, una típica casa alpina muy cerca de la localidad bávara de Berchtesga­den.
LA VISITA A HITLER. En la imagen, el duque y la duquesa de Windsor con Adolf Hitler, en octubre de 1937, en su residencia de Obersalzbe­rg, una típica casa alpina muy cerca de la localidad bávara de Berchtesga­den.
 ??  ?? DESPEDIDA EN FAMILIA.
La reina Isabel II (izquierda) habla con Wallis en las afueras del Castillo de Windsor el 5 de junio de 1972, después del servicio funerario por el duque de Windsor, al que asistieron doscientos miembros de la familia real y amigos cercanos. La viuda se alojó esos días en el Palacio de Buckingham.
DESPEDIDA EN FAMILIA. La reina Isabel II (izquierda) habla con Wallis en las afueras del Castillo de Windsor el 5 de junio de 1972, después del servicio funerario por el duque de Windsor, al que asistieron doscientos miembros de la familia real y amigos cercanos. La viuda se alojó esos días en el Palacio de Buckingham.

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