SAN ATANASIO, EL REBELDE PATRIARCA DE ALEJANDRÍA
La historia de la Iglesia cristiana en el siglo IV aparece marcada por las grandes discrepancias entre corrientes como el donatismo, el arrianismo, el melicianismo y el priscilianismo frente a la Iglesia mayoritaria, seguidora de los preceptos establecidos en el Concilio de Nicea (325). A este aspecto, puramente teológico, se suman las disputas generadas por el reparto de competencias institucionales y recursos económicos que implicaba el progresivo aumento de la influencia política y social de la Iglesia. La mezcla de estos factores religiosos y terrenales generará luchas por el poder en algunas de las grandes ciudades del Imperio como Roma, Constantinopla, Antioquía o Alejandría. En el caso de Alejandría, destacó por su fuerte personalidad san Atanasio, al que algunos estudiosos denominan el papa alejandrino. En el año 320 entró a servir como diácono a Alejandro, el Patriarca de Alejandría, al que acompañó al Concilio de Nicea. Allí se convertirá en un firme defensor de los principios aprobados y en un enemigo acérrimo de los arrianos. En el 328 fue elegido obispo de Alejandría. Durante el ejercicio de su cargo será desterrado en cinco ocasiones de su obispado: por Constantino I; por el arriano Constancio II, que le odiaba y que le exilió en dos ocasiones (una de ellas al desierto); por el pagano Juliano el Apóstata y por último, en el 365 bajo el gobierno de Valente. Los problemas de Atanasio no solo derivaban de cuestiones teológicas. La verdadera causa residía en las luchas por el control de Alejandría, una poderosa ciudad comercial con un rico puerto desde el que se exportaban toneladas de trigo egipcio que alimentaban a ciudades como Constantinopla o Antioquía y lo que es más importante, al ejército imperial. Atanasio, tenía una enorme influencia en el colegio de estibadores portuarios y en la distribución de ese trigo a otros lugares del Imperio.
Con el fin de expulsarle de su ciudad, se celebró a instancia de Constantino I el Grande el Concilio de Tiro en el año 335. Fue acusado de conducta inmoral, cobro de tasas ilegales al pueblo, apoyo de rebeldes al trono imperial e incluso de haber asesinado a un obispo, guardando una mano amputada para rituales mágicos. Atanasio fue declarado inocente de todas las acusaciones, excepto una, la de amenazar con cortar el suministro de grano de Egipto hacia Constantinopla. Como castigo se le impuso el exilio a la ciudad de Tréveris de donde no volvió hasta la muerte del emperador, en el 337. Siempre se comportó como el máximo dirigente de la Iglesia en Egipto, llegando a nombrar obispos en Filé e incluso en la ciudad etíope de Axum. San Atanasio, a pesar de su vehemente personalidad y de los delitos de los que fue acusado, representa una figura importante en la historia de la Iglesia cristiana y es considerado un defensor destacado de la ortodoxia y la fe que a día de hoy sigue estudiándose.