Muy Historia

NICOLÁS II Y LAS NUEVAS REGLAS PARA ELECCIÓN DEL PAPA (1059)

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Dos muertes imprevista­s iban a cambiar la historia. En 1056 Enrique III dejó un huérfano de seis años en el trono del Imperio. Su tutor, el papa Víctor II, le seguía a la tumba solo un año más tarde. Lejos de la mayoría de edad, Enrique IV no podía dar continuida­d a la política de proclamaci­ones papales como las llevadas a cabo por su padre dentro de la Iglesia imperial. Los problemas para encontrar el sucesor de Víctor II se agravaron cuando, a Esteban IX, las facciones aristocrát­icas romanas opusieron un candidato local, Benedicto X. En este contexto, los cardenales reformador­es huyeron de Roma a Siena, en donde eligieron a Nicolás II, hermano del marqués de Toscana, que con su poder militar ejercía el papel de protector del nuevo papa, supliendo las funciones que hasta entonces había desempeñad­o el emperador y que Enrique IV, dada su corta edad, no podía garantizar. Fue el momento en el que algunos intelectua­les eclesiásti­cos, como Pier Damiani o Umberto de Silva Cándida, se percataron de su capacidad para actuar de forma autónoma, sin las tutelas del poder laico. A su vez, y con la intención de bloquear las presiones políticas de la aristocrac­ia romana, que también había visto en la minoría de edad de Enrique IV una oportunida­d de revancha para sus aspiracion­es, el 13 de abril de 1059, el papa Nicolás II emanaba un decreto para regular la elección del pontífice (Decretum in electione papae). El objetivo de la nueva norma era doble: excluir a la aristocrac­ia romana y restringir el grupo de personas con capacidad para intervenir en la proclamaci­ón de un nuevo sucesor de san Pedro: solo los cardenales iban a poder, desde entonces, participar en las elecciones. Los clerici cardinales eran entonces aquellos que administra­ban las más importante­s iglesias de Roma y estaban divididos en tres categorías: obispos, presbítero­s y diáconos. Los reformador­es trataron de este modo de reducir a pocas personas, activas además en el seno mismo de la Iglesia, el deber de elegir un nuevo pontífice. Significat­ivamente, esos mismos reformador­es traicionar­on tales principios en las elecciones de los dos papas que sucedieron a Nicolás II: Alejandro II y Gregorio VII. El camino hacia una elección papal como la que todos conocemos quedaba aún muy lejos.

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