LA SÍFILIS, VIBRANTE «COMPAÑERA» DE ALGUNOS PAPAS
Era conocida por muchos nombres; el mal francés, el mal napolitano o el morbo gálico, pero popularmente se llamaba sífilis. Esta enfermedad de transmisión sexual provocó una epidemia a finales del siglo XV por toda Europa que aumentó la tasa de mortalidad hasta niveles insospechados, según estudios científicos de la Universidad de Zúrich. La bacteria Treponema pallidum no solo se propagó entre las casas de los más desfavorecidos, sino que también se hizo un hueco entre los aposentos de varios pontífices. La enfermedad representaba unos comportamientos íntimos que no se le presuponían a un religioso. Pero sí. Hubo casos en la cima del clero que llegaron a avergonzar a los feligreses. Ejemplo de ello fueron los últimos años del papa español Alejandro VI. La versión oficial apunta a una muerte por fiebres altas, pero la rumorología le atribuyó un envenenamiento durante un intenso banquete. La leyenda cuenta que no pudo superar una enfermedad debido a su obesidad y por la sífilis que padecía debido a su promiscuidad.
Varios prelados también sufrieron en sus propias carnes algunos de los males de los excesos de confianza con varias amantes. Por ejemplo, Giuliano della Rovere, conocido como Julio II, que fue papa entre 1503 y 1513, contrajo la sífilis y, a medida que se extendían las úlceras, dejó de prestarse a las tradicionales honras con los feligreses para evitar el contacto físico. Vivió algo parecido Pierre Roger de Beaufort, Clemente VI entre 1342 y 1352, que tuvo que vérselas con la gonorrea por culpa de su afición al sexo con prostitutas.