AVISPERO PAPAL
La corte del papa Julio II era un nido de talento, sin duda, pero también un auténtico avispero en el que la tensión entre artistas era más que palpable. Pese al entendimiento y altas capacidades de ambos, la relación entre Bramante y Miguel Ángel fue visiblemente tirante. Según fuentes de la época, el motivo por el que el arquitecto intentó evitar que Buonarroti realizara los frescos de la Capilla Sixtina podría tener que ver con su propio ego: no le gustaba la idea de que pudiera retomar sus trabajos en la tumba de Julio II y que esta opacara su gran proyecto, la remodelación de San Pedro del Vaticano.
Lo cierto es que el conocido carácter de Miguel Ángel tampoco ayudaba. De hecho, en Florencia, ya había vivido varios encontronazos con otro de los artistas más grandes de todos los tiempos, Leonardo da Vinci. El último había tenido su orígen en los frescos del Palazzo Vecchio, proyecto en el que ambos habían trabajado en los cartones para finalmente dejarlos inconclusos.
Por su parte, Rafael, otro de los artistas predilectos de Julio II, profesaba admiración a Miguel Ángel. Así lo demuestran los guiños y referencias directas en sus pinturas al estilo del artista florentino en la Capilla Sixtina, una obra que pudo disfrutar antes de que se concluyera gracias al favor de Bramante. Miguel Ángel, al descubrirlo, lo tomó como una conspiración en su contra. Si bien, la leyenda de su rivalidad se extiende más allá del papa guerrero, cuando el pontífice León X decidió contribuir en las decoraciones de la Capilla Sixtina. Encargó entonces a Rafael una serie de tapices dedicados a las vidas de san Pedro y san Pablo, que despertaron la envidia de Miguel Ángel. La leyenda dice que, pese a su calidad técnica, los tapices no llegaron a exponerse en su ubicación original por orden del propio Miguel Ángel, que temía que opacaran su gran obra. Esto probablemente no sea cierto, ya que el artista florentino no tenía la capacidad de vetar la obra. Sin embargo, sí despertó su cólera enterarse de que el joven pintor de Urbino había recibido un pago más elevado por los mismos que el que él recibió en su día por los frescos.