TRÁFICO DE INFLUENCIAS EN EL RENACIMIENTO: DOMENICO FONTANA GANA FRAUDULENTAMENTE LA CONCESIÓN DE LA OBRA DEL OBELISCO
Una vez el papa decidió mover el Obelisco Vaticano, se constituyó una comisión para afrontar el reto. Cuatro cardenales y otros prelados, varios conservatori y seis asesores se reunieron el 24 de agosto de 1585 para consultar a expertos en cada área. Después redactaron un informe que elevaron a Sixto V. En dicho informe se aconsejaba, una vez más, no mover el Obelisco de su lugar. Pero el papa era muy obstinado, así que a la comisión no le quedó más remedio que convocar el concurso, examinar a los posibles arquitectos y valorar sus propuestas. El a la postre ganador, el suizo Domenico Fontana, diría después que se habían presentado más de quinientos postulantes —cifra que se considera bastante exagerada—. Entre ellos se encontraba Fontana, arquitecto personal del papa, que se valió de una maqueta para proponer su solución, pero la comisión lo desestimó. Se dice que fue porque uno de los comisionados, el cardenal Ferdinando de Medici, pretendía imponer a su propio favorito, el florentino Francesco Tribaldesi. Finalmente, el acta —con fecha del 18 de septiembre— muestra como desestimados los proyectos tanto de Fontana como de Tribaldesi, y acepta el más barato —textualmente, per una piccola somma—, presentado por Bartolomeo Ammannati.
Estaba claro que la comisión no funcionaba, al menos para el gusto del papa, así que este pegó un puñetazo pontificio en la mesa, y una semana después se nombraba a Domenico Fontana como arquitecto encargado del traslado. En contraste con la racanería de los comisionados, el papa y la ciudad fueron generosos con Fontana cuando se demostró que, para variar, el tráfico de influencias había dado con la solución eficaz. Eficaz, que no eficiente: una pensión vitalicia de 2000 escudos ganó el arquitecto, aparte de un número indeterminado de obsequios, la ciudadanía romana y el título hereditario de Caballero de la Espuela Dorada.
bo un plan serio e incluso se pensó en añadirle una base con los evangelistas a tamaño natural. Sin embargo, el tiempo no había pasado en vano. Egipcios y romanos antiguos habían sumado miles de kilómetros en traslados por mar y tierra, y de alguna manera se las habían arreglado para tumbar y levantar el obelisco antes y después de sus viajes. Pero en el siglo xv nadie fue capaz de dar con un método adecuado para moverlo algo más de doscientos metros, así que el proyecto se aplazaba una y otra vez sin remedio.
En eso estaban los papas cuando entraron en guerra con el reino de España y, en 1527, ocurrió uno de los más famosos sacos de Roma. Hubo matanza y destrucción, y los mercenarios lansquenetes al servicio de Carlos I se entretuvieron disparando a la esfera que remataba la guglia. Hoy en día pueden verse aún los impactos. Sea como fuere, el obelisco también sobrevivió a ese desastre. Un par de papas retomaron el proyecto de traslado, pero desistieron por falta de la tecnología o tal vez de audacia para afrontarlo. ¿Quién movería el dichoso obelisco al final?
SIXTO V Y DOMENICO FONTANA
Existe la creencia de que los papas odiaban las ruinas del Imperio. Por paganas, claro. Pero lo cierto es que el Vaticano tuvo que afrontar el amor de los romanos por su pasado, por las reminiscencias de su gloria extinta. Además andaban por allí los conservatori, una suerte de magistrados herederos del Senado, desde el medievo encargados de conservar los tesoros arquitectónicos.
Otra creencia extendida es que los hombres del Renacimiento adoraban los restos físicos del mundo clásico. Pues no. Una cosa es crear el presente sobre la imagen del pasado, y otra el respeto a las antigüedades. La depredación renacentista fue incluso más feroz que la medieval —el primer monumento pagano especialmente protegido en Roma lo fue en 1162—. Y no es lógico desaprovechar el material de calidad esparcido por todas partes y sin utilidad aparente, sobre todo cuando vives en plena fiebre edilicia. El mismo Nicolás V, artífice de la nueva basílica, mandó derruir el Coliseo para reutilizar la piedra.
Entre estas tensiones depredadora y conservativa vivían los papas. Los hubo más respetuosos con el pasado idólatra, y los hubo que odiaban toda representación pagana. Sin embargo, durante el tiempo transcurrido desde la cristianización del Imperio había fructificado otra creencia: todas aquellas construcciones eran obras de esclavos, y existía cierta identificación entre estos y los
En el siglo XV nadie era capaz de dar con un método adecuado para moverlo 225 metros