LOS PLANES TRUNCADOS DE JUAN PABLO I
Juan Pablo I había preparado reformas espectaculares y cuatro encíclicas que podían cambiar el rostro del Vaticano. Así lo desveló en 1991 su amigo Camillo Bassotto, exconcejal de Venecia, que recogió esta revelación de Germano Pattaro, un teólogo ecuménico a quien el papa quiso a su lado para que le ayudase a navegar dentro del complejo mundo de la Santa Sede. El programa se basaba en la siguiente afirmación, realizada por Luciani nada más ser coronado: «La Iglesia no debe tener poder ni poseer riquezas».
El pontífice llegó a explicar su idea de las finanzas de la Iglesia: «Quiero que sean los obispos y los cardenales los que decidan la reforma del Banco Vaticano. Hay que llegar a la transparencia de las cuentas vaticanas. Debemos publicar los balances completos. El director Paul Marcinkus debe ser sustituido por respeto a la dignidad, ya que un arzobispo no debe presidir ni gobernar un banco». Además, había decidido que en los bastones pastorales desaparecieran el oro, la plata y las piedras preciosas, que debía ir a Israel para hacer de mediador entre judíos y palestinos y que tenía que promulgar esas cuatro encíclicas: una de ellas era sobre las religiosas y se titularía Dios quiso nacer de una
mujer, mientras que otra se centraría en la pobreza mundial.
Sabiendo que todos esos cambios serían revolucionarios para la Iglesia, el mismo pontífice se defendía a menudo con las siguientes palabras: «Alguien me acusa de ser una figura insignificante. Yo, en cuanto Luciani, puedo ser una zapatilla rota, pero como papa, Dios actúa en mí. Un obispo aquí en el Vaticano ha dicho que mi elección ha sido un descuido del Espíritu Santo. Es posible, pero entonces yo me pregunto cómo se explica que, en el cónclave, más de 100 cardenales me hayan elegido por unanimidad».
expresión latina «humilitas» («humildad»), en un claro posicionamiento en contra de la ostentación de la Iglesia que se empeñó en reflejar desde la misma ceremonia de investidura, en la que rechazó todo símbolo de lujo y optó por un acto mucho más sencillo. Además, se negó a ser coronado con la tiara papal que habían usado todos los papas desde el siglo viii. El gesto no sentó muy bien.
Después de aquello, no le dio tiempo a renovar nada más, aunque según Magee, Juan Pablo I parecía intuir que su final estaba cerca. Cada vez que este le preguntaba por los próximos viajes o por los proyectos que tenía sobre la mesa, «Luciani no dejaba de repetir que ya lo haría el próximo papa». ¿Por qué decía aquello? Nadie lo sabe, pero así respondió, por ejemplo, cuan
do le plantearon que debía preparar el encuentro con los obispos iberoamericanos en Puebla, México, programado para marzo de 1979. Obviamente, no llegó, pero lo curioso es que ya había anunciado que iba a dar un discurso a favor de la controvertida teología de la liberación. Pocos días antes de morir también realizó el siguiente comentario, que el mismo secretario Magee calificó de extraño y frío: «Yo me marcharé, y el que estaba sentado en la Capilla Sixtina frente a mí ocupará mi lugar». Según sus allegados, se refería a Juan Pablo II, que durante el cónclave de agosto de 1978 se encontraba sentado en ese mismo lugar.
EL ESPÍA ORTODOXO
Más allá de la premonición, hubo otra cues
La repentina muerte de Boris Rotov durante una audiencia privada dejó conmocionado al pontífice