Muy Historia

LAS AMISTADES PELIGROSAS

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Algunos autores han sugerido que la amistad entre Sindona y Pablo VI se remontaba a los tiempos en los que el banquero ayudó a canalizar los fondos que la CIA transfirió al Vaticano para financiar al partido de la Democracia Cristiana y contrarres­tar el avance de los comunistas en Italia. Cuando el Gobierno de Roma manifestó su pretensión de fiscalizar el dinero de la Iglesia, Pablo VI recurrió al consejo de un viejo amigo.

Según esas mismas fuentes, una noche de la primavera de 1969 el pontífice recibió al banquero en una audiencia privada. Cuando se saludaron, Pablo VI no le ofreció el Anillo del Pescador para que lo besase y en cambio le estrechó la mano con familiarid­ad.

Como si se tratase de una reunión de negocios, el papa le expuso la delicada situación por la que atravesaba­n las cuentas vaticanas, a punto de quedar sometidas al apetito recaudador de la hacienda italiana. Cuando concluyó su exposición, Sindona ya había pensado en una posible solución.

Para evadir la presión del fisco italiano sobre el IOR, el banquero planteó la posibilida­d de desviar sus fondos fuera de Italia, en especial hacia paraísos fiscales. Ante las dudas sobre la moralidad de este tipo de operacione­s, Sindona argumentó que el Vaticano funcionaba como un Estado soberano que podía gestionar libremente sus inversione­s. Convencido, Pablo VI ordenó que se le entregase toda la documentac­ión necesaria para llevar a cabo su plan financiero. Al despedirse, el papa le permitió que besase su Anillo del Pescador.

Desde entonces, Sindona comenzó a trabajar con Marcinkus, máximo responsabl­e del IOR, el cardenal Giuseppe Caprio, presidente de la Amministra­zione del Patrimonio della Sede Apostolica, y el cardenal Sergio Guerri, presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano. Aunque tuviera que informar de sus pasos, el banquero siempre tenía la última palabra a la hora de tomar las decisiones. «El hombre de hielo», como Sindona fue llamado por la prensa de su país, se había hecho con las riendas de las finanzas de la Santa Sede. Muchos de los que nunca han hablado creyeron entonces que así se abrieron de par en par las puertas del Vaticano para que entrase el Maligno.

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