EL CARÁCTER DE UN GRAN SOLDADO
Son numerosos los testimonios contemporáneos a Gonzalo Fernández de Córdoba que ponen de relieve su capacidad de liderazgo dentro y fuera del campo de batalla. Desde niño había escuchado las historias narradas por los soldados veteranos a las órdenes de su padre y había leído y aprendido lecciones de los textos clásicos sobre cómo se debía dirigir a los hombres en la guerra. El joven Gonzalo tuvo ocasión de poner en práctica la teoría en cuanto tuvo edad de cabalgar en la mesnada reunida por su familia.
Por todo ello, su estilo a la hora de ejercer el mando era muy diferente al acostumbrado en su tiempo. Al ser un segundón, no podía esperar que los soldados obedecieran sus órdenes alegando superioridad por razón de nacimiento. Sabía que debía ganarse su confianza a pulso y la única forma era dar ejemplo permaneciendo a su lado en primera línea. Hernán Pérez del Pulgar, conocido como «el de las Hazañas», militar que se ganó su apodo durante la Guerra de Granada, se refirió a él como un capitán siempre dispuesto a ser el primero en la lucha y el último en retirarse. También dijo de él que era hombre al que se podía pedir sabio consejo, dueño de la palabra oportuna en cada momento.
La primera preocupación de Gonzalo Fernández de Córdoba en campaña fue el bienestar de sus soldados, permaneciendo siempre a su lado y dando muestras de compañerismo. A pesar de las dificultades, siempre mantuvo la sangre fría y nunca se dejó llevar por la cólera que podía precipitar la toma de decisiones. A la hora de imponer la disciplina, sabía recurrir a métodos más cercanos al corazón que a la cabeza, al mismo tiempo que rechazaba la aplicación del castigo físico. Cuando el desánimo o el miedo se extendían entre las tropas, Fernández de Córdoba acudía allí donde la moral flaqueaba para apelar a la valentía y el honor de sus hombres. Adornado con estos principios, no es de extrañar que fuera considerado por todos como un auténtico adalid y espejo de virtudes en el que mirarse, desde los Reyes Católicos hasta el último soldado.
nos cristianas. Recogía cuarenta y seis artículos en los que se estipulaban con detalle las generosas condiciones ofrecidas a Boabdil y al pueblo granadino. Los apartados establecieron que la guarnición no sería maltratada y que tampoco se tomarían represalias contra elches, nombre que recibían los cristianos convertidos al islam, y marranos, como eran conocidos los judíos conversos, que se hubieran refugiado en la ciudad. A los musulmanes que decidieran quedarse en Granada se les garantizó que se respetarían sus leyes y serían libres para practicar su religión y costumbres. A los que decidieron marcharse se les facilitó el transporte hasta el Norte de África. En cuanto a Boabdil, recibió como compensación una importante suma de oro y los Reyes Católicos le concedieron un extenso señorío en las Alpujarras. El sultán derrotado no tardó en abandonar su exilio dorado, que nunca podría compararse con su amada Alhambra por la que había derramado tantas lágrimas. Abandonado por todos, decidió cruzar el Estrecho para volver al Norte de África. En su travesía de regreso, costeada por los reyes, le acompañó Gonzalo Fernández de Córdoba, posiblemente el único amigo que le quedaba.
En medio de un clima de gran euforia, la noticia de la toma de Granada se difundió rápidamente por todo el occidente cristiano. El gran triunfo obtenido por los Reyes Católicos puso fin a casi ocho siglos de Reconquista y marcó el camino de España por la historia, nación unida que se convertiría en la primera gran potencia europea y que con el descubrimiento y conquista de América extendería su hegemonía a nivel global. Gonzalo se quedó una larga temporada en Granada para reponer fuerzas de lo que había sido una dura campaña militar. Durante la guerra había destacado por encima de la mayoría de los capitanes de la hueste de los Reyes Católicos, aunque no podía ser considerado como un general en el sentido que lo entendemos hoy en día. Esa categoría quedó reservada para personajes de la talla de Hernán Pérez del Pulgar, el de las Hazañas.
Los reyes distribuyeron prebendas y recompensas entre sus más destacados soldados. A Gonzalo Fernández le correspondió la encomienda de Valencia del Ventoso y el señorío de Órgiva, compuesto por un castillo y doce aldeas habitadas por unos mil vasallos. Se ha calculado que estos feudos le proporcionaron una renta anual de seis mil ducados, una auténtica fortuna que su generosidad se encargó de repartir. Fundador de su propio linaje, Gonzalo era un hombre de acción que nunca supo ejercer como un gran señor ocioso. La carrera de las armas, el destino que él mismo había elegido, no tardaría en llevarle hasta Italia, donde se forjaría la leyenda de El Gran Capitán.
Boabdil no tardó en abandonar su exilio dorado en las Alpujarras para regresar al Norte de África