SALAMINA: LA GLORIA DE LA FLOTA ATENIENSE
El avance del ejército de Jerjes en la segunda campaña persa hacia el corazón de Grecia hacía presagiar desastres sin solución, pues el gran número de tropas congregado no podía ser igualado fácilmente. Atenas estaba ya al alcance de la avanzadilla persa y no había tiempo que perder. La estrategia cambió gracias a Temístocles, que había movilizado una gran flota para plantar cara al segundo ataque aqueménida, siguiendo al oráculo de Delfos que hablaba de «un muro de madera
(teichos xylinon) para no ser destruidos y bendecir a vuestros hijos».
Una victoria estratégica. El abandono de la ciudad propuesto por Temístocles fue una decisión durísima, pero acertada. Los ciudadanos de Atenas evacuaron la polis: mujeres, ancianos y niños fueron enviados a la isla de Salamina y se entregó la ciudad al saqueo de los persas para luego intentar reducirlos en otro elemento: el mar. El 29 de septiembre de 480 a. C. tuvo lugar la batalla naval en el golfo Sarónico, frente al Pireo, puerto de Atenas, y la isla de Salamina, que dio nombre al combate decisivo de la guerra. Unas trescientas trirremes griegas bajo el mando del espartano Euribíades y de Temístocles, de las cuales la inmensa mayoría provenía de Atenas (con la ayuda de corintios, eginetas y megarenses), se enfrentaron a un mayor número de galeras persas supervisadas por el propio Jerjes. Temístocles había logrado atraer a la gran armada persa a un lugar de combate reducido, en un estrecho golfo donde la ventaja numérica de los barcos de Jerjes no sería tan determinante. El tipo de nave de los griegos, la trirreme, permitía además una mejor maniobrabilidad en el estrecho mar en torno a Salamina, por lo que la elección del lugar era inmejorable para las perspectivas griegas. Según refiere Heródoto, las pesadas embarcaciones persas emprendieron el ataque a los barcos griegos en el golfo, justo en el lugar deseado: Jerjes creía que su derrota anterior en Eubea se había debido a su ausencia y no contaba con la pericia marinera de los atenienses ni con el conocimiento del terreno que tenían. La victoria ateniense partió de una estratagema: los griegos dieron a conocer que, por miedo a la flota persa, compuesta también por jonios, fenicios y chipriotas, estaban pensando retirarse, y los persas cayeron en la trampa. Jerjes bloqueó los estrechos que daban acceso al paso de Salamina, disponiendo sus barcos en tres líneas y cerrando los dos canales para que los griegos no pudieran salir. Pretendía una declaración de rendición por parte de la flota ateniense.
Ocho horas de combate. Los griegos formaron sus barcos en línea de combate en el canal oriental y la mañana del 29 las naves persas comenzaron la ofensiva global enviando un gran número de barcos al estrecho canal. La escasa maniobrabilidad de los navíos persas enseguida dio frutos para los griegos, que pudieron tomar ventaja a la tarde, cuando comenzó a subir la marea dando impulso por occidente a sus barcos y desbaratando a los persas. El enfrentamiento naval duró unas ocho horas y acabó con más de la mitad del potencial marítimo persa. En cambio, parece que solo fueron hundidos cuarenta barcos griegos. La derrota persa fue en todo caso estrepitosa: los aqueménidas se retiraron tumultuosamente. Con este golpe, la fuerza expedicionaria persa había perdido su indispensable base logística, por lo que se vio obligada a replegarse hacia sus cuarteles continentales de aprovisionamiento. Cuando en el verano siguiente (479 a. C.) los hoplitas griegos vencieron en la llanura de Platea, bajo el liderazgo de Esparta, al ejército persa, mandado por Mardonio, y con la victoria naval de Mícale, la amenaza inmediata sobre Grecia quedó abortada.