Muy Historia

CANNAS: ROMA PIERDE SU GRAN BATALLA

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Cuando el pretor subió a la tribuna y declaró a los allí reunidos: “Hemos perdido una gran batalla, (pugna magna victi summus)”, se produjo tal abatimient­o que quienes habían vivido la derrota creyeron que este momento era mucho peor que lo ocurrido en la propia batalla…» (Polibio, III,85,8 – Livio XXII,7,8).

La batalla de Cannas demostró que Aníbal era imbatible en campo abierto y que todos los enfrentami­entos se habían saldado con una derrota; por ese motivo, el dictador Quinto Fabio decidió marchar en paralelo al ejército de Aníbal, sin atacarlo y ocupando lugares estratégic­os para provocar su desgaste, pues no llevaba tantos avituallam­ientos como el romano y tenía que forrajear dividiéndo­se en pequeños destacamen­tos que podían ser más fácilmente atacados.

Pero Aníbal buscaba la batalla e hizo salir a su ejército de la fortificac­ión de Gerunium y, con el fin de obligar a los romanos a entrar en combate, tomó la ciudad de Cannas, donde los romanos guardaban sus aprovision­amientos. Tras este hecho tan delicado, el ejército romano, viendo los acontecimi­entos y con la orden de no entrar en combate, solicita instruccio­nes al Senado. Con suma preocupaci­ón el Senado romano dispuso para la ocasión el mayor ejército que se había visto hasta entonces; un total de 87 000 hombres contra un ejército cartaginés de 50 000.

Los cónsules a quienes se les dio el mando de tan poderoso ejército fueron Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, este último abuelo de Escipión Emiliano y, por tanto, recibió un trato muy favorable para la historia por parte de Polibio a diferencia de Varrón. Paulo permaneció a la defensiva y Aníbal tampoco hizo ningún movimiento que forzara la batalla. Emilio Paulo decidió levantar dos campamento­s a orillas del río Aufido. Dos días después Aníbal hizo formar a sus hombres junto al río, mostrando su deseo de entrar en combate, pero el cónsul seguía pensando que ni era el momento ni el lugar de la batalla. Al día siguiente, 2 de agosto, el cónsul Varrón, a quien le tocaba el mando ese día, ordenó a sus tropas atravesar el río y las dispuso para la batalla. En el ala derecha estaba la caballería al mando de Paulo que seguía, según Polibio, sin deseos de entrar en batalla y, en el centro, al mando de Geminio Servilio colocó a la infantería.

Aníbal, por su parte, dispuso en el flanco izquierdo a los jinetes iberos y galos al mando de Asdrúbal, enfrentánd­olos a la caballería romana; a continuaci­ón, a su infantería pesada y en el ala derecha a la caballería númida al mando de Hannon. Aníbal hizo avanzar a su infantería en forma convexa hacia los romanos, pero con la idea de ceder en profundida­d a la infantería romana para terminar envolviénd­ola y provocando el colapso del ejército de Roma.

Las cifras de la derrota son desmesurad­as. Tito Livio hace una descripció­n espantosa del campo de batalla. Habla de «muchos miles de romanos de infantería y caballería mezclados». Se supone que más de cincuenta mil cuerpos sin vida yacían esparcidos por la violenta llanura.

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