El rompecabezas de los radioastrónomos hambrientos
Durante casi dos décadas, numerosos científicos buscaron el origen de unos enigmáticos estallidos de radiación, hasta que averiguaron que no provenían del espacio, sino de un horno.
En El libro de los seres imaginarios, Jorge Luis Borges describía uno especialmente extraño, el peritio. Se trataba de un animal híbrido, mitad ciervo, mitad ave, que vivía en la Atlántida. Lo más sorprendente era que al darle el sol, la sombra que proyectaba era la de un hombre. En inglés, este animal fantástico se denomina peryton, y los radioastrónomos australianos lo han usado para dar nombre a un misterio que los ha estado volviendo locos desde 1998. Todo ocurrió en el radiotelescopio Parkes situado en nueva Gales del Sur, en Australia. A finales del siglo XX, los científicos empezaron a recibir peculiares señales de radio: eran como estallidos de radiación muy parecidos a los brotes de rayos gamma, pero parecían provenir de todo el cielo, no de una zona del mismo. Eso les hizo pensar que quizá debían tener un origen terrestre. ¿Pero cuál? Durante diecisiete años, esos peryton no cesaron de aparecer. Y únicamente en Parkes. Si fuera algún fenómeno atmosférico, se apreciaría también en otros observatorios, pero ese no era el caso. Tenía que tratarse de algo local.
A mediados de marzo de 2015 llegó la solución. El habitual silencio que envuelve la operación del radiotelescopio había dejado paso a una intensa actividad, con los científicos yendo y viniendo de la pequeña cocina al cuarto de control del radiotelescopio. Lo más sorprendente es que el gran plato, como es llamado cariñosamente, no estaba observando nada. ¿A qué se debía entonces tal ajetreo? La culpa era de una estudiante a punto de terminar su tesis doctoral llamada Emily Petroff: se había dado cuenta de que el rango de frecuencias de las señales estaba entre 2,3 y 2,5 GHz, justo el mismo en el que operaba el microondas de la cocina.
Sin embargo, por mucho que pusieran en funcionamiento el microondas no se recibía señal alguna en los detectores. Entonces, sucedió: alguien abrió la puerta del electrodoméstico antes de que terminara el tiempo marcado y la señal apareció. Los misteriosos peritios hacían acto de presencia cuando un astrónomo estaba tan hambriento que sacaba su comida del microondas antes incluso de terminar de calentarla.