Los datos sanitarios tendrían que ser la línea roja de la privacidad
Las empresas que controlan las redes sociales y las búsquedas online pretenden hacerse con los datos de millones de pacientes, algo que no deberíamos permitir.
DeepMind es la compañía de inteligencia artificial británica que compró Google en 2014 y que ocupó las portadas de los medios por haber programado la máquina que ganó al campeón de go, un juego de estrategia. Hace unas semanas, la revista NewScientist publicó el acuerdo que Google DeepMind tiene con tres hospitales británicos para analizar los datos clínicos de 1,6 millones de pacientes.
El contrato garantiza acceso a los últimos cinco años de informes en la central de datos de todos los hospitales de la Royal Free NHS Trust, algo así como la Seguridad Social británica. Esos historiales incluyen abortos, casos de sobredosis, anorexia, depresión... Desde Google se había indicado que estaban diseñando una app para monitorizar pacientes con fallos renales, pero argumentan que tal información no está separada de la demás, así que tienen que tratar con toda, desde el parte de visitas a las pautas de medicación. Lo que no se había anunciado es el proyecto Patient Rescue, una plataforma de análisis de datos para el círculo de hospitales de la NHS.
El contrato prohíbe a la empresa utilizarlos en otro contexto, y obliga a eliminarlos en 2017. Pero, sin entrar en lo escandaloso del asunto, cuando un gigante como Google crea una infraestructura para una institución tan esencial, de gestión tan delicada, no se va a los dos años. Porque la herramienta es suya y quien la controla, controla todo lo demás. Para Google, la sanidad es el salvaje oeste: el primero en llegar pone los pozos, las carreteras y el ayuntamiento. Es lo mismo que quiere Mark Zuckerberg, jefe de Facebook, cuando habla de regalar la infraestructura para llevar internet al otro lado de la brecha digital.
Tanto Google como Facebook son empresas estadounidenses, un país donde las leyes de protección de datos son los términos de uso que aceptamos sin leer cuando abrimos una cuenta online. En Europa, tenemos leyes que garantizan al paciente un control sobre su información más íntima, para que el uso de la misma no le resulte nocivo. Sabemos que las empresas norteamericanas faltan a su acuerdo de respetarlas cuando nuestros datos acaban en sus repositorios. Obliguemos a las instituciones a que lo hagan, exigiendo transparencia en sus acuerdos con gigantes tecnológicos con tantas ganas de ayudar.