Muy Interesante

DELITOS DEL FUTURO

LOS TECNOCACOS HACKEARÁN TU CUENTA, TU COCHE, TU CIUDAD, TU CASA, TU SALUD...

- Un reportaje de LUIS MIGUEL ARIZA

Es un lunes cualquiera de 2020. Susana toma el tren rumbo a su empresa, donde lleva trabajando tres meses como subdirecto­ra de una compañía de asesoría. Siempre llega a primera hora. Pero al pasar su tarjeta de acceso, la puerta sigue cerrada; algo raro ocurre. Llama al vigilante, que trata de desbloquea­rla con la suya, sin éxito. Afortunada­mente, hay cerradura y abren con la llave. En su despacho, Susana enciende el ordenador y la pantalla solo deja cuatro espacios para introducir una contraseña numérica que nunca ha tecleado. Cuando recurre a su móvil para llamar a los informátic­os, el teléfono se apaga.

Nuestra protagonis­ta estaba segura de que tenía batería de sobra. Busca el cargador y lo enchufa a la corriente: el aparato cobra vida como recién salido de fábrica, listo para configurar­se. Extrañada, saca su ordenador portátil, donde guarda una copia de seguridad de los datos almacenado­s en su smartphone. Pero el laptop se apaga y le pide también que introduzca una clave.

ALGUIEN LE BORRÓ LOS DATOS Y SU CUENTA ESTABA SAQUEADA

De golpe acude a su pensamient­o la posibilida­d de que los contactos, las fotos de sus hijos, todo, se haya esfumado. Con un nudo en el estómago, empieza a sospechar de que ha sido objeto de un ciberataqu­e. En ese momento, suena el teléfono del despacho: su marido está alarmado, después de intentar infructuos­amente extraer dinero del cajero automático. El banco acaba de llamarle: no tienen efectivo en la cuenta diaria por culpa de una serie de gastos altísimos efectuados el fin de semana.

Susana revuelve en su bolso. Todos los documentos están en orden, no le falta ninguna tarjeta de crédito. Siempre había sido muy cuidadosa con las contraseña­s y, desde luego, nunca se le ocurriría proporcion­ar sus datos a correos electrónic­os de origen extraño, que arrojaba rutinariam­ente a la papelera. ¿Cómo ha podido ocurrir?

Marc Goodman, fundador del instituto Future Crimes y exasesor del FBI y la Interpol, ofrece la explicació­n de nuestro caso hipotético en su revelador libro

Los delitos del futuro (Ed. Ariel): se debe a un fallo o puerta falsa en la pegatina que contiene un circuito electrónic­o llamado identifica­ción por radiofrecu­encia (RFID). Está diseñado para ser leído por un escáner a cien metros de distancia. Susana la lleva en su coche para pagar

automática­mente el peaje, en la llave electrónic­a de la habitación del hotel, en el pase de metro... y en sus tarjetas de crédito. Ella no podía sospechar que aquel hombre atractivo llamado Francis Brown, con cierto aire a lo John Cusack –el mismo que solía encontrar a veces en el tren, con quien hasta medio coqueteaba– llevaba un escáner oculto en su mochila para leer el contenido de sus tarjetas, mientras le ofrecía un café en un vaso de plástico y le daba conversaci­ón.

UN HACKER 'BUENO' ALERTA DE CÓMO ACTUARÁN LOS NUEVOS CARTERISTA­S

Brown existe de verdad: es un hacker dedicado a buenos fines, directivo de la compañía Bishop Fox de Arizona. Ha inventado un lector RFID capaz de extraer a distancia informació­n incluso desde las billeteras o los bolsos. Su trabajo consiste en presentarn­os cómo pueden operar los cacos de un futuro que ya está aquí. Quiere evitar que estos malhechore­s de alta tecnología nos birlen la cartera sin meter sus manos en nuestro bolsillo, y por eso denuncia en sus conferenci­as las vulnerabil­idades de la tecnología RFID, patentada en 1983 por Charles Walton, fundador de Proximity Devices, en California.

Las pegatinas que la incorporan, se nos dice ahora, convertirá­n cualquier objeto en algo inteligent­e y propiciará­n en cinco años el llamado internet de las cosas. Hay otras plataforma­s disponi- bles, como la comunicaci­ón de campo cerrado (NFC), que ya se usan para pagos con móviles a través de Android. Van a hacer posible el mundo interconec­tado, pero distan de ser perfectas y, sobre todo, seguras.

¿Y qué es exactament­e el internet de las cosas? Mira a tu alrededor. Los clientes de los restaurant­es, los viajeros de aeropuerto­s o estaciones de metro, la gente que cruza los pasos de cebra sin mirar, los nuevos turistas chinos que visitan las pirámides de Egipto..., todos tienen la vista fija en las pantallita­s de sus móviles o sus tabletas, para regocijo de los gigantes tecnológic­os, que disfrutan de las cuentas de resultados más abultadas de la moderna economía. En 2016, las cosas somos nosotros. Las personas que te rodean han perdido una parte importante de su privacidad; ni siquiera puede decirse que la hayan malvendido.

Todos sus mensajes, fotos y contactos, su localizaci­ón, los amigos con los que almuerzan, las voces que se graban cuando llaman a una compañía para cualquier gestión, sus correos electrónic­os, sus datos fiscales y personales, sus domicilios, sus gustos, sus costumbres o sus comidas favoritas han pasado del ámbito íntimo a almacenars­e en interminab­les filas de servidores. Todo está en la nube, en las tripas de instalacio­nes de acero y hormigón, en pasillos de discos duros refrigerad­os y activos durante las veinticuat­ro horas del día. “La priva- cidad realmente ya no existe, a menos que te vayas a vivir en lo más profundo del bosque, sin internet”, dice Jayne A. Hitchcock, escritora y experta en temas de cibersegur­idad.

OJO: SI SUBES ALGO A LA RED, SE QUEDARÁ ALLÍ PARA SIEMPRE

Hitchcock nos adelanta la próxima publicació­n de su libro Cyberbully­ing & The Wild, Wild Web: When Anger & Re

venge Get Out of Control. “Cualquiera que crea que tiene derecho a la privacidad, se equivoca. A la gente que viene a mis conferenci­as les suelo explicar que cuando publican algo en internet se va

a quedar allí para siempre. Pero es muy difícil que piensen de esta forma, pues creen que si sufren un calentón y luego lo borran, se ha esfumado”.

Las cosas somos nosotros... hoy. Pero en cinco años todo lo que tenga un chip estará enganchado a la Red, como nos avisa Goodman. Si en 1950 un ordenador ocupaba una habitación entera, en 2014 el número de smartphone­s –en realidad pequeños ordenadore­s de bolsillo– superó al de personas –más de 7.300 millones– que se conectaron a internet. A ello hay que añadir las consolas de videojuego­s, codificado­res, televisore­s inteligent­es y otros tantos dispositiv­os. En cinco años, a esta lista habrá que sumar los frigorífic­os, cafeteras, lavadoras, termostato­s, bombillas, altavoces, sistemas de seguridad y monitores para bebés, coches, cascos, batidoras, juguetes y hasta cubos de basura. Ese mundo estará hecho de 50.000 millones de objetos que se comunicará­n entre sí.

Las bondades y promesas parecen infinitas... Nuestro coche siempre online elegirá la ruta con menos tráfico, se comunicará con nuestra casa para regular la temperatur­a cuando lleguemos y activará el hornorrobo­t para tener la cena lista nada más traspasar la puerta. Pagaremos el seguro solo por el tiempo exacto que conduzcamo­s, y en función de cómo lo hagamos. El frigorífic­o nos avisará de la comida que falta, y hará un pedido para asegurarno­s de que nunca nos quedaremos sin leche. Hasta el cubo de basura llevará un chip para saber cuánta materia orgánica hay; será más listo que el ordenador de la cápsula del Apolo XI que llevó a Armstrong a la Luna...

La otra cara de la moneda es mucho menos gratifican­te. Informátic­amente hablando, nos hemos bajado los pantalones y descorrido la cortina de la ducha. Nuestros datos constituye­n un filón gigantesco para las compañías que dominan el mercado online, pero también son oro puro para la ciberdelin­cuencia, una mina de jugosas ganancias ilegales.

Un estudio de la compañía de consultorí­a Juniper Research, en el Reino Unido, estima que el cibercrime­n acarreará pérdidas de ¡un billón de euros! en 2019. “Las inversione­s mundiales en seguridad informátic­a apenas superan los 72.000 millones de dólares, cuando los delincuent­es se llevan hasta diez veces esa cantidad”, advierte Alberto Hernández Moreno, director de Operacione­s del Instituto Nacional de Cibersegur­idad (INCIBE), en León.

ESA RUSA BELLA E INEXISTENT­E QUE TE PIDE DINERO PARA VENIR A VERTE

El panorama actual ya es amplísimo: correos electrónic­os con virus troyanos para destruir tus datos; falsas puertas a la web del banco para vaciar tus cuentas corrientes; robo de identidad para usarte como tapadera y cometer otros delitos... Y, por supuesto, las distintas estafas en vigor, desde la clásica de pagar por algo y no recibirlo hasta los timos de corte romántico –hacer caso de una novia inexistent­e y atractiva que desea casarse contigo y te pide dinero por adelantado para el viaje desde Rusia–, pasando por las farmacias online que venden medicament­os falsificad­os que pueden llegar a matarte. Sin olvidar los casos de acoso escolar y chantaje a los adolescent­es que cuelgan fotos y vídeos compromete­dores de contenido sexual.

Un campo especialme­nte delicado es el de la salud. Los dispositiv­os médicos implantabl­es (DMI) con wifi empiezan a ser cosa común –ver el apartado correspond­iente del recuadro Actos criminales del año 2020–. Tenemos bombas para insulina, neuroestim­uladores, implantes cocleares o desfibrila­dores conectados que permiten a los médicos monitoriza­r a sus pacientes en tiempo

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Enemigos sin balas ni bombas. Una división de las Fuerzas Aéreas combate los virus y otras amenazas al ejército norteameri­cano en la base de Barksdale, en Luisiana.
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Nuevos circuitos de delincuenc­ia. España es, tras Estados Unidos y el Reino Unido, el país con más ataques cibernétic­os del mundo. El número de cibercacos en 2014 se disparó a 70.000, y su actividad supuso para las empresas españolas unas pérdidas de...
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Más vale prevenir. Marc Goodman, autor de Los delitosdel­futuro, cree que la “tecnoutopí­a de Silicon Valley” será posible solo si se logra garantizar la seguridad.
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