A más gérmenes, más idiomas
En el mundo existen más de 6.000 idiomas, y su número debió ser incluso mayor en el pasado. Si se supone que desarrollamos el lenguaje para comunicarnos, ¿por qué no hablamos el mismo? Una audaz hipótesis sugiere que los patógenos son los responsables de esta circunstancia. En esencia, sus defensores plantean que, dado que la lengua nos identifica como miembros de un grupo, también nos permite excluir fácilmente a los extranjeros, que podrían transmitirnos ciertos gérmenes que nuestro sistema inmune quizá no pueda combatir. Por ello, cuantos más microbios haya en una comunidad, más necesario resulta controlar las relaciones personales.
ASEPSIA LINGÜÍSTICA. Con el tiempo, esto acabaría incrementando la diversidad lingüística. Tal y como señala el biólogo de Harvard Robert Trivers en su libro Lainsen
satezdelosnecios, la evolución favoreció a los grupos más etnocéntricos y hostiles contra los forasteros. “Allí donde la carga de gérmenes es mayor, hay más religiones, lenguas y grupos étnicos por unidad de superficie”, indica. Por ejemplo, el clima de Canadá podría explicar, al menos en parte, que la carga de agentes patógenos sea especialmente baja en esta zona del mundo y, en consecuencia, que solo se reconozcan unos quince tipos de culto. Por el contrario, en Brasil, con casi la misma superficie que Canadá, hay 159. El ejemplo extremo de este fenómeno lo encontramos en la isla de Gora, en Vanuatu. Solo tiene veinte kilómetros de diámetro, pero alberga cinco lenguas muy distintas entre sí. En todo el archipiélago, que, en total, es algo mayor que España, se hablan más de ochocientos idiomas, aproximadamente el 15% de todos los que existen.
UN ACENTO DE FIAR. Los acentos, tan difíciles de imitar, también habrían prosperado para diferenciar a nuestros vecinos de los foráneos. Un estudio realizado en Nimega (Países Bajos) sostiene que las afirmaciones realizadas por un hablante nativo suenan más confiables que si las pronuncia un extranjero.
Hasta en las nuevas tecnologías podemos apreciar cómo la lengua es una forma de identidad social, como demostró Jacob Eisenstein, de la Universidad Carnegie Mellon, en EE. UU., que analizó 380.000 mensajes de Twitter enviados desde este país durante una semana de marzo de 2010. Tras examinar más de 4,5 millones de palabras, comprobó que los localismos presentes en los tuits revelaban con
gran exactitud su origen.