Novelas de la ciencia
Después de varias tentativas de escribir una historia cuyo protagonista fuera un científico, creo que voy encontrando el camino. Escribir novelas es una variante de lo que en neurociencia se llama teoría de la mente: la capacidad de imaginar el mundo desd
Uno no escribe las novelas que quiere, sino las que puede. Hace cinco o seis años empecé a pensar en la posibilidad de una novela que tuviera como protagonista a un científico, pero una y otra vez he fracasado en mi proyecto. Aquí cabe una pregunta doble: por qué inventar precisamente un personaje que se dedica a la ciencia; y por qué esa tentativa de invención ha sido tan infructuosa, por ahora. A la primera pregunta puedo responder con alguna afirmación segura y con alguna incertidumbre. Una de las cosas de las que más seguro estoy es de que el alejamiento entre las letras y las ciencias es un desastre intelectual que afecta sobre todo a las primeras. Cuando uno ve el estado penoso de los estudios literarios en las universidades, empantanados en pseudosaberes del todo ajenos a cualquier racionalidad empírica –posestructuralismo, marxismo, psicoanálisis, etc.– se da cuenta todavía de la importancia de la neurociencia y la psicología experimental en la comprensión de la literatura y las artes. Urdir historias, contarlas, escucharlas, no es un lujo cultural reservado a unos cuantos expertos, sino una herramienta cognitiva fundamental para nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. Las representaciones visuales o sonoras difícilmente pueden comprenderse si no se las conecta con los mecanismos sensoriales y cerebrales de la percepción.
Hasta aquí las seguridades que guían mi interés por escribir una novela en torno a la investigación científica. La incertidumbre es más grave, y forma parte de la raíz misma del oficio de la literatura. Uno puede hacerse el propósito de escribir una ficción sobre un cierto asunto, un personaje, incluso puede desearlo muy intensamente. Pero los procesos de la invención contienen una parte decisiva de inconsciencia y de azar, y del mismo modo que hay libros que parecen empeñados en existir desde el momento en que uno se pone a trabajar en ellos, hay otros que se resisten, o que se niegan, como un animal escondido al fondo de una madriguera que recula más cuanto mayor es el esfuerzo por hacerlo salir. En una novela, en un cuento, hay un componente tan involuntario como en un sueño. Novelas y sueños, por otra parte, nacen del mismo instinto esencialmente narrativo de la mente humana. Si a algo se parece la creación de una novela no es, por lo menos en mi experiencia, a la de un edificio que se levanta a partir de un plano que está más o menos completo antes de empezar la construcción; a lo que se parece es a uno de esos sueños lúcidos en los que somos conscientes de la ficción en la que nos movemos y podemos influirla o guiarla, pero solo hasta cierto punto.
Los personajes de las novelas, como los de los sueños, pueden tener su origen en personas reales. Antes de que los teóricos universitarios de la literatura dictaminaran, enigmáticamente, que no es lícito buscar conexiones entre la vida de un escritor y su obra, había biógrafos que buscaban identificar los modelos reales en los que se basaban los personajes de las novelas. Ese es un empeño casi siempre destinado al fracaso, porque el modelo vivo, cuando existe, no suele ser más que un punto de partida. A partir de algo de lo que sé o lo que me llama la atención sobre alguien yo invento todo lo que no sé, o mezclo datos de unas personas con los de otras, o con experiencias de mi propia vida. Al fin y al cabo yo mismo soy la fuente de la mayor parte del material con que cuento sobre la naturaleza humana.
He esbozado personajes a partir de amigos míos que se dedican a la ciencia: un físico de Barcelona que trabaja sobre aerosoles en la sede de la NASA en Nueva York, y que ha creado un modelo matemático para explicar la dispersión de las partículas levantadas por el viento; un par de amigos que se dedican a investigar la memoria, uno de ellos en ratas, otro en ratones. He conversado mucho con ellos y los he visitado en sus lugares de trabajo. Les he agradecido que se esforzaran en hacer comprensible para mí, y por lo tanto para un lector común, sus procesos de búsqueda y descubrimiento.
Varios años después, y al cabo de varias tentativas –las novelas hay que descartarlas si no funcionan, igual que las hipótesis–, creo que voy encontrando un camino. Escribir novelas es una variante de eso que se llama en neurociencia teoría de la mente: la capacidad de imaginar el mundo desde la conciencia de otro.