¿HAY ALGUIEN AHÍ FUERA?
Los astrónomos examinan el cosmos con la tecnología más avanzada en busca de indicios que permitan confirmar que la Tierra no es el único mundo donde prospera la vida y que la inteligencia no es exclusiva de la humanidad.
Desde que nuestros ancestros fueron conscientes de su propia existencia, hay ciertas grandes cuestiones que nos traen de cabeza. ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Y, por supuesto, ¿estamos solos en el universo?
Los científicos que tratan de responder a este último asunto escudriñan el cosmos con herramientas muy diversas. Principalmente, utilizan la luz, una especie de mensajero universal que permite extraer información de los objetos que contemplamos. Es posible que en un futuro cercano podamos conocer valiosos datos de algunas regiones del espacio a partir del estudio de las ondas gravitacionales, pero, de momento, nuestro mejor aliado es el espectro electromagnético.
La idea de la existencia de vida extraterrestre no es una fantasía. De hecho, algunas iniciativas muy bien fundamen- tadas desde un punto de vista científico investigan, incluso, cómo podría ser una hipotética civilización alienígena. Por ejemplo, ¿qué respirarían nuestros vecinos cósmicos? Pues bien, en la actualidad, con nuestra tecnología ya se puede aventurar en parte cómo es la atmósfera de algunos planetas extrasolares.
Para determinarlo, se examina la luz que nos llega de las estrellas. En esencia, se trata de ver lo que ocurre cuando la radiación atraviesa la cubierta de gases de los exoplanetas que orbitan alrededor de ellas. Los elementos químicos presentes dejan una firma característica que permite averiguar, hasta cierto punto, algunas peculiaridades de la atmósfera estudiada. Eso sí, hoy por hoy, supone un gran reto.
Para saber si hay vida en otros planetas podríamos escrutar la Tierra desde fuera. De ese modo, nos percataríamos de las señales que tendríamos que buscar cuando observásemos otros mundos con nuestros telescopios. Esto es, si mirásemos nuestro hogar desde el espacio, ¿parecería habitado? Y, sobre todo, ¿se vería el agua que cubre su superficie?
Esto es lo que se le ocurrió a un equipo de investigadores coordinado por el astrobiólogo Tyler D. Robinson, que trabajaba con la sonda Lunar Crater Observation and Sensing Satellite (LCROSS) de la NASA. Como su nombre indica, el ingenio fue desarrollado para describir los cráteres de nuestro satélite –finalmente, se estrelló de forma controlada en la superficie de la Luna para estudiar la posible existencia de agua en ella–, pero en un momento dado se dio la vuelta y miró hacia nosotros.
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