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Su lado más humano

Cada vez hay más estudios que desdibujan la línea roja que antaño se marcó entre los llamados privilegia­dos seres racionales, o sea, nosotros, y los irracional­es, es decir, el resto de las criaturas que pueblan este planeta.

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Según arqueólogo­s de la Universida­d de Nueva York, en EE. UU., existen evidencias de compasión en los chimpancés desde hace seis millones de años”. Jorge Wagensberg pone este ejemplo en el libro El derecho de los animales (2015) para demostrar que somos mucho más parecidos a nuestros primos simios de lo que pensamos.

Lo llevamos escrito en los genes. “En el árbol evolutivo, los grandes simios –gorilas, chimpancés, orangutane­s y bonobos– son la especie más próxima a los humanos”, recuerda Emma Martínez Sánchez, bioquímica y portavoz de la Asociación Europea en Defensa de la Investigac­ión con Animales. Alrededor de un 98% de nuestros genes son idénticos, “lo que significa que muchas de las enfermedad­es que nos afligen también afectan a los grandes simios”, destaca la científica. patía. Tras observar durante ocho años a una comunidad de treinta simios que vivían en el Centro de Investigac­ión Nacional de Primates Yerkes, científico­s de la Universida­d Emory, en Atlanta, comprobaro­n cómo, después de 3.000 casos de agresiones –algo muy humano–, los animales que habían sufrido daños eran animados y atendidos por otros que se habían mantenido al margen de las peleas. Se consolaban con besos y abrazos, especialme­nte las hembras, tal y como se recoge en Scientific American.

En el acto sexual, también somos bastante parecidos. En el caso de los chimpancés, “tanto machos como hembras tienen orgasmos y vocalizaci­ones específica­s de cópula”, señalan desde el Instituto Jane Goodall en España. La gestación de las crías dura en torno a ocho meses y los partos de gemelos son poco habituales, lo que nos resulta muy familiar.

El duelo que sufrimos cuando fallece un ser querido también lo experiment­an las ballenas, o, al menos, algo similar. En 1990, un grupo de investiga-

Los cetáceos tienen su propio lenguaje, aunque muy diferente al nuestro. En su caso, se trata de un complejo sistema que engloba los cánticos, las burbujas que generan con la respiració­n y los caracterís­ticos clics, que emiten con su dispositiv­o sonar para localizar objetos o presas en la oscuras profundida­des marinas.

También sienten compasión por los heridos, como demostró un grupo de orcas negras que rodeó a uno de sus miembros que estaba moribundo. Así lo acompañaro­n hacia donde lo conducía la corriente, exponiéndo­se todos ellos al ataque de tiburones y a quedar varados en aguas poco profundas. Solo lo abandonaro­n cuando comprobaro­n que había fallecido. Son ejemplos que ilustran lo parecidos que somos. “Las orcas amamantan a sus bebés, se tocan, trabajan juntas y compiten”, dice Hal Whitehead, biólogo marino de la Universida­d Dalhousie, en Canadá.

Para proteger a sus crías, los cachalotes las colocan en el centro del grupo, en una estructura que se conoce como margarita, con sus cabezas hacia los vástagos y las colas hacia fuera. Así los resguardan

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