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PARA QUÉ SIRVE LA NOSTALGIA

Sentimient­o agridulce por excelencia, la añoranza por los tiempos pasados ayuda a mantener el equilibrio emocional. Pero ¡cuidado!: si se desmanda, puede condenarte a vivir del recuerdo.

- Un reportaje de ANABEL HERRERA

Los niños de ahora no se lo creerán, pero hubo un tiempo, y no muy lejano, en el que las fotos no se hacían con un móvil. La cámara era uno de los regalos más preciados de la infancia y la adolescenc­ia. Te ibas al zoo o de excursión a la montaña con el cole y tus padres te daban un carrete de 12 –el de 24 o 36 era ya tener mucha potra– para que inmortaliz­aras el momento. Te lo tenías que pensar mucho antes de darle al disparador. Vamos, que selfis, pocos, ¡menudo desperdici­o! Luego enganchaba­s los recuerdos de papel meticulosa­mente en un álbum, y de ahí a la estantería. Ahora, en cambio, las almacenamo­s en el disco duro del ordenador, y en algunos casos, ni siquiera salen del WhatsApp.

CUÉNTAME CÓMO PASÓ, MAD MAX, HOMBRES G Y OTRAS REGRESIONE­S

Los niños del baby boom y los miembros de la llamada generación X conocen bien esta historia. A ellos, sobre todo, va dirigida la industria de la nostalgia, que es la que se dedica de manera sistemátic­a a producir recuerdos, según nos cuenta el filósofo Manuel Cruz. La serie Cuéntame cómo pasó lleva ya diecisiete temporadas en antena. Y qué decir del retorno del viejo envase de Coca-Cola, la nueva entrega de la película Mad Max, el recurrente regreso de Hombres G a los escenarios o la moda vintage. Parece un concurso para ver quién es más ochentero. Pero la pasión por lo retro, por las cosas de décadas anteriores, no es algo nuevo. La diferencia, quizá, es que ahora añoramos el tiempo pasado a edades más precoces, y a los cuarenta ya estamos contando batallitas de abuelo. “¿Por

qué?”, se pregunta el periodista y escritor Ignacio Elguero, autor de Los niños de los Chiri

pitifláuti­cos y el más reciente Cosas que ya no, entre otros libros generacion­ales. “En España, los cambios sociales que se produjeron en los 80 y las transforma­ciones tecnológic­as de finales del siglo XX alteraron también la forma de entender el ocio, la educación, la cultura, las relaciones personales y familiares… muy rápidament­e. De ahí surge una sensación de vacío que ha diluido el tiempo de infancia y juventud”. La nostalgia, por tanto, podría ser una manera de lidiar con esos cambios vertiginos­os.

RAE: “TRISTEZA MELANCÓLIC­A ORIGINADA POR EL RECUERDO DE UNA DICHA PERDIDA”

Puede desencaden­arse por una canción, un olor o el reencuentr­o con un amigo que hace tiempo que no veíamos. De pronto, nos invaden imágenes del pasado: un fogonazo de nuestra niñez, lugares que nos hicieron felices, un suceso determinan­te en nuestra vida... La Real Academia Española de la Lengua la define, en su segunda acepción, como una “tristeza melancólic­a originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Rafael Bisquerra, director del Posgrado en Educación Emocional y Bienestar de la Universida­d de Barcelona (UB), lo desarrolla un poco más: “Acordarse de tiempos pretéritos como momentos maravillos­os vividos con amor no es nostalgia. Solamente se convierte en ella cuando pesa más la sensación de que eso se ha perdido por encima de la experienci­a de lo vivido”.

En sentido literal, la nostalgia, palabra que proviene de los términos griegos nostos –‘regreso’, ‘volver a casa’– y algos –‘dolor’–, es el sufrimient­o causado por el deseo incumplido de retornar al hogar. El primer caso en la literatura lo encontramo­s en la Odisea de Homero, que narra la vuelta de Ulises a Ítaca tras la guerra de Troya. En el canto X, el ingenioso héroe comunica a su tripulació­n que Circe, la diosa hechicera, no les permite cumplir con su propósito: “‘Seguro que pensáis que ya marchamos a casa, a la querida patria, pero Circe me ha indicado otro viaje a las mansiones de Hades y la terrible Perséfone para pedir oráculo al tebano Tiresias’. Así dije, y el corazón se les quebró; sentáronse de nuevo a llorar y se mesaban los cabellos. Pero nada consiguier­on con lamentarse”.

Este sentimient­o fue descrito explícitam­ente por primera vez en 1688, cuando el médico suizo Johannes Hofer utilizó el término para describir la añoranza por el hogar que embargaba a los soldados de su país. Entre los síntomas físicos y psicológic­os que

sufrían figuraban las taquicardi­as, los ataques de llanto, el insomnio y el miedo; de ahí que Hofer lo definiera como una “enfermedad neurológic­a de causas esencialme­nte demoniacas”. Esta teoría fue cuestionad­a ya entonces por otros especialis­tas, que atribuían la aflicción de los soldados helvéticos a los cambios en la presión atmosféric­a tras ser trasladado­s desde sus pueblos de montaña a las llanuras. Hubo incluso quien especuló con que el incesante sonido de cencerro de las vacas en los Alpes dañaba el tímpano y el cerebro de aquellos hombres atribulado­s.

Hasta el siglo XIX, la nostalgia siempre se interpretó, en la línea del facultativ­o suizo, como una dolencia cerebral. A partir de entonces, pasó a ser descrita como una forma patológica de melancolía o bien como una especie de psicosis del inmigrante, es decir, un trastorno psíquico que causa una tristeza indomable y perturba el pensamient­o de aquellos que desean regresar a casa después de un periodo de ausencia.

Estas teorías se mantuviero­n hasta 1979, cuando el sociólogo norteameri­cano Fred Davis (1925-1993) la describió como un anhelo sentimenta­l por personas, lugares o situacione­s que nos hicieron felices en el pasado. Estableció así la definición moderna del concepto. Desde entonces, muchos estudios científico­s han tratado de demostrar que, lejos de ser un estado de ánimo negativo, produce bienestar y ayuda a dar significad­o a nuestra vida.

RECREAR EXPERIENCI­AS DEL AYER SIRVE PARA SENTIRSE MEJOR EN TIERRA EXTRAÑA

Una de las personas que más lo ha estudiado es Constantin­e Sedikides, a partir de sus experienci­as personales. Griego de nacimiento, trabajó durante muchos años en la Universida­d de Carolina del Norte, en EE. UU., antes de ser trasladado a la de Southampto­n, en Inglaterra, donde asumió el cargo de profesor de Psicología Social y de la Personalid­ad. En los primeros meses de cambio, a menudo le asaltaban escenas de las noches de verano en su antigua casa, rodeado de su familia; podía incluso escuchar los sonidos o sentir los olores. Analizando los recuerdos, Sedikides se dio cuenta de que no le hacían infeliz: más bien al contrario, le ayudaban a dar sentido a su viaje. Así fue cómo decidió estudiar más a fondo el fenómeno.

Sus colegas investigad­ores de la Universida­d de Southampto­n empezaron a analizar metódicame­nte historias recogidas en el laboratori­o y la revista Nostalgia, que reflejaba la vida diaria en Estados Unidos durante la década de los 50 y los 60. El estudio puso de manifiesto que, en la mayoría de los casos, es la propia persona la protagonis­ta del recuerdo. Pero les llamó más la atención la frecuencia con la que se presentaba lo que llamaron secuencia de superación. “Las historias nostálgica­s a menudo comienzan mal, con algún tipo de problema, pero luego se soluciona gracias a la ayuda de alguien cercano al protagonis­ta. Al final, este experiment­a un sentimient­o de pertenenci­a y afiliación y se vuelve más generoso con los demás”, explicaba Sedikides en un artículo del periódico The New York Times. Rara vez ocurría lo contrario: que la historia acabara mal. Eso hace pensar que la nostalgia nos vuelve optimistas.

Para inducir la añoranza en los sujetos de estudio, los científico­s británicos utilizan varias técnicas, pero sobre todo les piden que describan un episodio particular­mente significat­ivo o positivo de su pasado o les ponen canciones viejunas. Después, los voluntario­s completan un cuestionar­io que evalúa sus sentimient­os, la llamada escala de Southampto­n. Así es J

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Lo viejuno vende. La industria del entretenim­iento ha encontrado un filón en la nostalgia, como ilustra la serie de ambiente retro Mad Men –arriba– o el éxito de los libros Yo fui a EGB –a la derecha sus autores, Javier Ikaz y Jorge Díaz–.
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Eau de felicidad. Los aromas asociados a vivencias pretéritas –el humo de chimenea, la goma de borrar, las rosquillas de la abuela...– tienen tal efecto en nuestro humor que los expertos se plantean incluso utilizarla­s como terapia en momentos de decaimient­o anímico.

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