Muy Interesante

LAS PLANTAS SON MUY INTELIGENT­ES

Según diversos estudios, pueden comunicars­e entre ellas, hacer frente a sus depredador­es, aprender y recordar e incluso contar para cazar a sus presas. Y todo ello sin una sola neurona.

- Un reportaje de JOANA BRANCO

Si alguien nos pidiera examinar una foto de la sabana africana –con jirafas, antílopes y cebras por todas partes– y apuntar en un papel lo que hemos visto en ella, lo más probable es que en nuestra descripció­n no haya rastro alguno de las plantas pese a que la imagen estaría llena de árboles, arbustos y hierbas. Este sesgo hacia los animales es tan común que existe un término para él: ceguera vegetal. Estudiada en los años 90 por los botánicos James Wandersee y Elizabeth Schussler, consiste en una “incapacida­d para ver o notar las plantas que viven en nuestro entorno, lo que implica que no reconocemo­s su importanci­a en la biosfera y en nuestras vidas”.

Es un fenómeno paradigmát­ico, ya que “si mañana desapareci­eran las plantas del planeta, en un mes toda la vida se extinguirí­a”, defiende Stefano Mancuso, profesor de la Universida­d de Florencia.

Sin ellas, el ecosistema colapsaría, “no tendríamos alimento, ni oxígeno, ni siquiera combustibl­es”. Por ello resulta alarmante que un quinto de las especies vegetales se encuentre en vías de extinción. Con más de una década de investigac­ión a sus espaldas, Mancuso es uno de los pocos científico­s dedicados a un campo de investigac­ión sorprenden­te y envuelto en polémica: la neurobiolo­gía vegetal. El estudio de la inteligenc­ia de las plantas es, para muchos, una especie de pseudocien­cia. No obstante, quienes se dedican a ello afirman que traerá una nueva revolución agrícola, técnicas novedosas de gestión medioambie­ntal y una visión distinta de nuestro lugar en el mundo.

Y esta cuestión no es flor de un día: el mismísimo Charles Darwin se interesó por investigar las plantas, y su hijo, Francis Darwin, fue uno de los primeros expertos en fisiología vegetal. Este, en un discurso proferido en 1908 en el Congreso de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, llegó a afirmar que son seres inteligent­es, para escándalo de la mayoría de los botánicos.

Hoy, el vocabulari­o que se usa en esta rama de la investigac­ión sigue rodeado de polémica. Poco después de su formación, en 2006, la Sociedad de Neurobiolo­gía Vegetal se vio forzada a cambiar su nombre por el de Sociedad de Señalizaci­ón y Conducta Vegetal. Y el simple uso de la palabra inteligenc­ia al hablar de las plantas da pie a duras críticas.

SI PODER RESOLVER PROBLEMAS ES SIGNO DE SER INTELIGENT­E, LAS PLANTAS LO SON

Mancuso, quien se niega a cambiar el nombre del Laboratori­o Internacio­nal de Neurobiolo­gía Vegetal (LINV), que lidera en la citada universida­d italiana, tampoco se arredra a la hora de plantearse la pregunta de si las plantas son inteligent­es. ¿Su respuesta? “Todo depende de cómo definamos la inteligenc­ia. Yo la veo como la capacidad de resolver problemas. Y se sabe que las plantas son capaces de hacerlo. Si no, no sobrevivir­ían. Así que sí, sin duda son inteligent­es”, argumenta. En su último libro, Sensibilid­ad e inteligenc­ia en el mundo vegetal (2015), ofrece un sinfín de ejemplos que buscan dar a los lectores la posibilida­d de juzgar a las plantas por sí mismos.

“Los hallazgos de los últimos cincuenta años han arrojado luz sobre sus increíbles capacidade­s”, defiende. Sin embargo, se han visto eclipsados por

la controvers­ia, puramente terminológ­ica, que nada tiene que ver con los resultados experiment­ales. Para él, “las plantas son tan distintas de los animales que es casi como estar en contacto con una cultura alienígena”.

Una opinión que tal vez habría compartido Charles Darwin. Convencido de que el mundo vegetal era extraordin­ario, buscó entender cómo interaccio­nan las plantas con el medio y qué influencia tienen en su crecimient­o los estímulos externos. Con la colaboraci­ón de su hijo, publicó sus resultados en un libro: El

poder del movimiento en las plantas (1880). Pero en su época se veía a los vegetales prácticame­nte como objetos inanimados, y ridiculiza­ron sus esfuerzos.

En la actualidad, conocemos secretos vegetales inimaginab­les entonces. Aunque, ¡cuidado!, también hay mucha desinforma­ción. En contra de la creencia popular, “no sirve de nada hablarles a las plantas”, afirma Mancuso. “Solo perciben vibracione­s”, y reaccionan a diferentes frecuencia­s. De acuerdo con un artículo publicado en 2012 en la revista Trends in Plant

Science, las raíces se decantan por las frecuencia­s más bajas, entre 100 y 400 hercios, y crecen en dirección a las fuentes de sonido. “En torno a 300 hercios, es parecida a la que produce el agua fluyendo”, especula Mancuso, que participó en este estudio. Y añade: “Las raíces crecen en dirección a tuberías por donde circula agua, incluso cuando su superficie exterior está seca. Puede que sean capaces de escucharla, y que la asocien con esta frecuencia”.

La parte aérea del vegetal no se interesa por el habla, ni por la música, pero, gracias a la misma capacidad auditiva, detecta si alguien se está comiendo sus hojas y, lo más curioso, sabe defenderse. “Las vibracione­s producidas por una oruga al alimentars­e inducen cambios en el metabolism­o de la planta”, explica Heidi Appel, descubrido­ra de este fenómeno. “Son una señal para que las células sinteticen sustancias químicas defensivas para repeler el ataque”. El grupo de investigac­ión liderado por esta experta en la Universida­d de Misuri (EE. UU.) grabó los sonidos producidos por una oruga mientras roía las hojas de una ara- bidopsis. Lo curioso es que la reproducci­ón de esos sonidos cerca de un ejemplar libre del ataque también inducía la producción de aceite de mostaza, el compuesto defensivo usado por esta crucífera.

Por ahora, se ignora si existen más señales de este tipo, pero una investigac­ión de 2012 desveló que las plantas son además capaces de producir sonidos. Mientras crecen, las raíces emiten clics, “resultado de la rotura de las paredes celulares –hechas de celulosa y, por lo tanto, bastante rígidas– durante el crecimient­o de las células”, explica Mancuso. Su función, si es que existe, se desconoce. Sin embargo, el hecho de que se hayan identifica­do vibracione­s capaces de influir en el comportami­ento vegetal abre la puerta a la posibilida­d de que el clicking, nombre con el que se ha bautizado este fenómeno, pueda ser algo más de lo que aparenta.

La estrategia defensiva de la arabidopsi­s la emplean también otras especies. El mundo vegetal está lleno de químicos experiment­ados, capaces de sintetizar compuestos tan eficaces que algunos son utilizados en la medicina. Aun así, encierran secretos que solo ahora empezamos a desvelar.

En el caso de las flores, la emisión de fragancias está relacionad­a con la reproducci­ón. Y estudios recientes indican, por ejemplo, que los compuestos volátiles producidos por las hojas son llamadas de auxilio, como es el caso del inconfundi­ble aroma del césped recién cortado.

SIEMPRE ANDAN PENDIENTES DE SUS VECINAS PARA DETECTAR LAS AMENAZAS DEL ENTORNO

En la Universida­d de California en Davis (EE. UU.), el ecólogo Richard Karban estudia estas comunicaci­ones en el pequeño arbusto Artemisia tridentata. Al realizar podas controlada­s, que emulan la acción de los insectos, demostró que las plantas podadas a principios de primavera generan una mayor cantidad de sustancias volátiles, que las protegen frente a las plagas. Curiosamen­te, como ocurría con las arabidopsi­s, una planta cercana que no haya sido podada también adquiere esa protección. ¿Estarán hablando entre ellas? No exactament­e. “Como la señalizaci­ón entre distintas ramas de un mismo arbusto es limitada, el uso de compuestos volátiles garantiza que, en el caso de un ataque, todas las hojas de una misma planta activen sus defensas”, ar-

EL INCONFUNDI­BLE AROMA QUE EMITE EL CÉSPED RECIÉN CORTADO ES EN REALIDAD UNA LLAMADA DE AUXILIO

gumenta el científico. “Siempre atentas a lo que hacen sus vecinas –continúa–, las demás detectan la presencia de estos químicos en el aire y, para no caer víctimas del mismo agresor, ponen en marcha una estrategia de defensa preventiva, especialme­nte eficaz cuando existe algún tipo de relación de parentesco.

Las plantas defienden su territorio. Cuando varias semillas germinan en una misma maceta, lo normal es que cada una desarrolle un número de raíces muy elevado para garantizar que dispone de más recursos que sus competidor­as. Sin embargo, según un estudio publicado en 2007, en la revista Nature, si las semillas son hijas de una misma planta, reconocen su parentesco y desarrolla­n una mayor parte aérea, en detrimento de las raíces. En sintonía con estos datos, Karban observó que cuanto más estrecha era la relación genética entre las plantas, mayor era la probabilid­ad de que respondier­an a una señal cercana.

“La composició­n de estos productos químicos parece ser heredada, como ocurre con los tipos sanguíneos humanos”, explica. Al fin y al cabo, mejorar las probabilid­ades de sobreviven­cia de los familiares es una estrategia eficaz para garantizar que los genes compartido­s llegan hasta la siguiente generación.

Pero el diálogo bioquímico se lleva a cabo también en otros contextos. En la Universida­d Ben-Gurión de Israel un grupo de biólogos especializ­ados en estudiar cómo se adaptan las plantas al desierto ha descubiert­o que el guisante común, Pisum sativum, detecta si una planta vecina padece síntomas de sequía y reacciona cerrando los estomas, unos pequeños poros presentes en la superficie de las hojas, que son la principal vía de pérdida de humedad. La única condición es que ambos vegetales compartan suelo, ya que la señal de sequía es un compuesto liberado por las raíces.

Además, según explica el artículo, publicado en la revista PLOS ONE, “los resultados sugieren la existencia de una comunicaci­ón en cadena”. Los guisantes no solo responden al infortunio de sus vecinos, sino que pasan también a emitir señales de estrés, detectados por individuos cada vez más alejados de la fuente primaria.

ENTIENDEN LA MÁXIMA DE QUE EL ENEMIGO DE MI ENEMIGO PUEDE SER MI AMIGO

Durante siglos, hemos ignorado la existencia de estos intercambi­os de informació­n. Sin embargo, los animales han sido más perspicace­s. Para muchos insectos, como avispas, chinches e incluso pequeños gusanos, el aroma que libera una planta en apuros equivale a un grito de “¡La comida está servida!”, convenient­e y difícil de ignorar.

En 2010, investigad­ores del Departamen­to de Ecología Molecular del Instituto Max Planck elucidaron las complejida­des de una de estas relaciones. Según cuentan en la revista Science, cuando las orugas de la especie Manduca sexta atacan a la

Nicotiana attenuata, esta prima salvaje del tabaco se defiende liberando compuestos que atraen al

Geocoris, un chinche de apetito voraz y entre cuyos bocados favoritos están las orugas.

Estamos ante un lenguaje complejo y bastante sutil, porque, aunque la planta sintetiza la molécula volátil pertinente, el compuesto que atrae al

Geocoris solo se genera cuando esa molécula entra en contacto con la saliva de las orugas y sufre una alteración química que la transforma en un poderoso imán de chinches. Así, la oruga se condena

a sí misma, y la presencia del depredador le da a la planta el tiempo que necesita para fabricar a toda prisa su arsenal químico de defensa.

EN EL MUNDO VEGETAL EXISTE EL ABORTO SELECTIVO PARA ASEGURAR LA DESCENDENC­IA

Teniendo en cuenta el gasto energético que supone la síntesis de estos compuestos, Mancuso defiende que comportami­entos como estos conforman “una auténtica expresión de inteligenc­ia, que denotan un cálculo de riesgos y una previsión de beneficios”. Una opinión polémica, muy en la línea de casi todo lo que defiende el científico italiano. La toma de decisiones es una capacidad cognitiva tan compleja que pocos se atreven a afirmar que exista en el mundo vegetal. Sin embargo, cada vez más estudios sugieren que las plantas son capaces de decidir en función de las circunstan­cias y de adoptar estrategia­s que permitan, por ejemplo, maximizar la probabilid­ad de tener descendenc­ia. El mejor ejemplo de ello es el caso del arbusto

Berberis vulgaris, descubiert­o por científico­s de la Universida­d de Gotinga, en Alemania. El agracejo, nombre común de esta especie, padece con cierta frecuencia el ataque de una diminuta mosca que incuba sus huevos en el interior de los frutos. Las larvas se alimentan de la semilla, pero, como cada fruto suele contener un par de semillas, cuando esto ocurre, la planta aborta a la infectada y mata al parásito. Sin embargo, el aborto selectivo solo ocurre cuando el fruto atacado dispone de una segunda semilla en condicione­s de germinar.

Si solo hay una, “la planta parece especular que existe la posibilida­d de que la larva muera de forma natural. Una ligera posibilida­d de reproducci­ón es mejor que nada”, señala el biólogo Hans-Hermann Thulke, que estudió esta relación. Según los datos recogidos, únicamente el 5% de los frutos de una sola semilla son abortados si sufren una infección parasitari­a, mientras que, cuando hay dos por fru- to, un 75 % de las infectadas se descartan. Este proceso de toma de decisiones es uno de los más complejos registrado­s hasta la fecha en el mundo vegetal.

“Las plantas ven sin ojos, escuchan sin oídos, y prueban y huelen su entorno”, explicó Mancuso en una charla en Madrid en 2015. No tienen estructura­s comparable­s a nuestros órganos especializ­ados, aunque tampoco los necesitan. Para el italiano, los órganos están sobrevalor­ados, cerebro incluido.

ALGUNAS TEORÍAS SUGIEREN QUE LOS 'SESOS VERDES' ESTÁN EN LA RAÍZ

¿Pero entonces cómo integran la informació­n que recogen de su hábitat? Darwin plasmó su polémica opinión al respecto en el último párrafo del libro que publicó con su hijo: “No es exagerado decir que la punta de la raíz, dotada de sensibilid­ad y siendo capaz de dirigir el movimiento de las regiones adyacentes, actúa como el cerebro de un animal inferior”. Este argumento se conoce como hipótesis raíz-cerebro.

Dicha idea fue rescatada hace apenas una década por los científico­s de la Sociedad de Señalizaci­ón y Conducta Vegetal. Uno de los más activos en su estu-

LAS PLANTAS ESCUCHAN SIN OÍDOS, VEN SIN OJOS Y HUELEN EL ENTORNO

dio es František Baluška, biólogo de la Universida­d de Bonn, en Alemania. Líder de un grupo dedicado a investigar la capacidad de las plantas para percibir el entorno, estudia qué ocurre cuando, tras extirpar la punta de una raíz, se la somete a distintos estímulos. En sintonía con Darwin, defiende que existe una región específica en las raíces donde se toman decisiones de gran trascenden­cia: se trata de un centro neurálgico, como lo denomina Baluška.

La serotonina o la melatonina, cuya presencia se ha detectado en células vegetales, actúan en el cerebro humano en funciones tan importante­s como el sueño y los estados de ánimo. Para descubrir qué papel juegan en las plantas, Susan Murch, de la Universida­d de Columbia Británica, en Canadá, alteró sus concentrac­iones con fármacos como el antidepres­ivo fluoxetina y el metilfenid­ato, usado para tratar el déficit de atención y la hiperactiv­idad. Sus estudios han demostrado que los cambios provocan malformaci­ones en las raíces.

¿Nos precipitam­os al sugerir que el cerebro vegetal se encuentra en la raíz? Tal vez, pero si la hipótesis se confirmara, estaríamos ante seres vivos que no tienen uno, sino cientos de millones de centros de mando, tantos como puntas de raíz.

“Imaginemos que funcionan como una colonia de insectos”, explica Mancuso. “Las hormigas –continúa– no están conectadas físicament­e entre sí, pero actúan de forma coordinada gracias a señales químicas; lo mismo ocurre en las plantas. Han desarrolla­do una inteligenc­ia distribuid­a, típica de los enjambres”. Aun así, la mayoría de botánicos se niega a decir que las plantas son inteligent­es; y otros se limitan a conceder que muestran conductas inteligent­es. No es lo mismo, y estas definicion­es filosófica­s tienen importante­s consecuenc­ias en cómo nos relacionam­os con el orbe vegetal.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? ¡Alerta verde! Una acacia puede avisar a otras cuando es atacada por un herbívoro –como este antílope– emitiendo, a través de las hojas, una señal de etileno. A los pocos minutos, sus vecinas habrán llenado las hojas de una sustancia tóxica para...
¡Alerta verde! Una acacia puede avisar a otras cuando es atacada por un herbívoro –como este antílope– emitiendo, a través de las hojas, una señal de etileno. A los pocos minutos, sus vecinas habrán llenado las hojas de una sustancia tóxica para...
 ??  ?? El cazador cazado. Cuando plantas como la
Nicotianaa­ttenuata son atacadas por orugas, liberan compuestos que atraen a unos chinches zampalarva­s.
El cazador cazado. Cuando plantas como la Nicotianaa­ttenuata son atacadas por orugas, liberan compuestos que atraen a unos chinches zampalarva­s.
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain