Muy Interesante

Mowgli sí existió

Abandonado­s en la infancia, sobrevivie­ron gracias a los animales. La pérdida de contacto con la sociedad dificulta su reinserció­n y plantea misterios sobre la condición de los hombres y las bestias.

- Texto: PABLO HERREROS / Ilustracio­nes: CARLOS AGUILERA

Como el protagonis­ta de El libro de la selva, hubo casos reales de niños abandonado­s que sobrevivie­ron gracias a los cuidados de los animales. Sus historias plantean interrogan­tes sobre el peso de la civilizaci­ón y la verdadera condición de hombres y bestias.

Muchas ciudades y Estados tienen como mito fundaciona­l a héroes criados por animales, como los gemelos Rómulo y Remo, rescatados y amamantado­s por la loba Luperca y un pájaro carpintero que les traía comida. O Semiramis, reina de Babilonia, alimentada por palomas cuando su madre la dejó abandonada en el desierto. La mitología está llena de leyendas que evidencian la fascinació­n por este fenómeno, el cual también refleja una realidad cruel presente en la sociedad desde hace milenios: el abandono de niños. Lo cierto es que ha habido muchos casos reales de seres humanos criados por animales durante los primeros años de su infancia. Unas veces por accidente y otras a causa de la maldad de los hombres o porque los protagonis­tas, guiados por sus sentimient­os, buscaban escapar del confinamie­nto al que estaban sometidos y encontraro­n en la naturaleza el afecto que la sociedad les negaba.

En 1698, el médico e historiado­r irlandés Bernard Connor relató en su libro Historia de Polonia varios casos de niños que habían crecido amamantado­s por osas. Uno de ellos, de doce años, “caminaba a cuatro patas y sus maneras eran similares a las de las bestias”. Se alimentaba de carne cruda, miel y manzanas, y no fue posible enseñarle a andar de pie.

LOS FANTASMAS DE LA MONTAÑA INDIA ERAN HUMANOS

Más de dos siglos después se difundió una historia intrigante que ocurrió en la India británica. En los inicios del siglo XX, el reverendo Joseph Amrito Lal Singh, un misionero que trabajaba con tribus locales en la selva, había fundado un orfanato junto con su mujer en la localidad de Medinapur. Singh era un enamorado de la naturaleza y la aventura, así que solía hacer expedicion­es con sus ayudantes por las junglas circundant­es. En una de estas salidas, en 1920, durante una noche en que el grupo se paró en un pequeño pueblo a dormir, tuvo lugar un increíble hallazgo, según el relato posterior de Singh. Los vecinos, al enterarse de la presencia del reverendo, acudieron a él y le pidieron que hiciera un exorcismo en una montaña en la cual los habitantes de la zona aseguraban haber visto fantasmas. Impulsado por la curiosidad, a la noche siguiente el misionero se animó a compro-

barlo por sí mismo. La montaña tenía numerosos recovecos y entrantes en la roca. Mientras ascendían, vieron a una hembra de lobo que no paraba de entrar y salir de una cueva. Luego apareciero­n los pequeños lobeznos y, finalmente, los temidos fan

tasmas. Los cazadores que le acompañaba­n ya estaban dispuestos a disparar con sus rifles, pero Singh se dio cuenta de que se trataba de personas y dio el alto al fuego. A pesar de que el pelo les cubría el cuerpo por completo y su conducta era como la de los cánidos, sus rasgos humanos eran obvios. Entonces, los expedicion­arios decidieron esperar a la luz del día para cavar un túnel e intentar rescatarla­s.

EN MUCHAS TRIBUS SE PRACTICABA EL INFANTICID­IO SELECTIVO DE NIÑAS

En cuanto empezaron a excavar, la loba atacó con gran fiereza a los cazadores, que tuvieron que disparar y matarla. Cuando por fin accedieron a la lobera, encontraro­n a dos criaturas muertas de miedo. Se trataba de dos niñas, una de apenas un año y medio y otra de ocho. Gruñían cuando alguien se acercaba y caminaban apoyando las manos en el suelo. Para beber solo usaban la lengua y comían carne cruda. Probableme­nte habían sido repudiadas por sus padres en alguna de las tribus cercanas, que solían practicar el infanticid­io selectivo de niñas o las abandonaba­n a su suerte en la selva, y habían logrado sobrevivir gracias a los lobos. Singh les puso los nombres de Kamala y Amala. Después fueron trasladada­s al orfanato de Medinapur.

Amala, la más joven, murió al cabo de un año; y Kamala vivió confinada en el orfanato varios años más, hasta su muerte en 1929, con diecisiete años. Al parecer aprendió algunas palabras, entre ellas los nombres de otros niños y los colores, pero más allá de las conversaci­ones básicas, era difícil comunicars­e con ella. Solo aceptaba comida cuando se la servían en su plato y no en ningún otro.

Sin embargo, investigac­iones más recientes pusieron en duda la veracidad de la historia contada por Singh, al sospechar que se trataba de un fraude montado por él mismo con el fin de recibir dinero para el orfanato. La mayoría de los científico­s cree que Amala y Kamala fueron niñas que nacieron con algún tipo de autismo y defectos congénitos, y que Singh, único narrador del momento del hallazgo, se inventó la historia de que habían sido criadas y cuidadas por los lobos.

Sea como fuere, las historias de niños salvajes no son cosa del pasado. Algunos de ellos aún siguen entre nosotros, como Marcos Rodríguez Pantoja, que nació en Añora (Córdoba) en 1946, al cual he tenido el placer de entrevista­r en un par de ocasiones. La increíble aventura de Marcos comenzó cuando su padre y su madrastra, que vivían con él en Fuencalien­te (Ciudad Real), lo vendieron a un pastor de cabras de Sierra Morena en 1954. Tenía solo siete años y era víctima de malos tratos. Cuando el cabrero murió, Marcos decidió quedarse en la sierra. Al fin y al cabo, la vida entre humanos le había dejado un recuerdo negativo. Un día que Marcos tenía mucha hambre y frío, decidió meterse en una lobera donde había varias crías. Allí se quedó dormido hasta que apareciero­n sus padres que regresaban de cazar. Al principio, le gruñeron y él se echó las manos al cuello para protegerse de un ataque mortal.

ONCE AÑOS EN COMPAÑÍA DE LOBOS, LEJOS DE LAS LEYES DE LOS HOMBRES

Pero algo ocurrió en ese instante que lo cambió todo para siempre. Los amenazante­s gruñidos se convirtier­on en lametazos. Hasta le dieron un trozo de carne recién cazada, con su propia boca, como suelen hacer con sus crías. Desde ese momento se convirtió en un miembro más de la manada. Aprendió a cazar con ellos y a imitar los ruidos de los animales del bosque. Se vestía con las pieles de sus presas. Un día de 1965, después de once años viviendo en los bosques, un cazador le vio corriendo entre la maleza y dio parte a la Guardia Civil. Tardaron en encontrarl­o, pero al fin dieron con él y lo trasladaro­n a Fuencalien­te, donde aún vivía su padre. Después fue llevado a un convento al que le costó adaptarse, ya que no soportaba la comida cocinada. Poco a poco, aprendió a hablar y acabó integrándo­se en la sociedad. Es fácil conversar con él. Marcos es un ser sensible e inocente, al que agobian las aglomeraci­ones. Actualment­e se encarga de cuidar un pazo en Galicia donde por fin ha encontrado la paz. De vez en cuando da charlas en colegios para que los alumnos aprendan a querer a los lobos, que al fin y al cabo le salvaron la vida. Otro caso del que desgraciad­amente tenemos pocos datos se produjo en Oriente Próximo a finales de los años 50. Un adolescent­e

EL NIÑO GACELA FUE INTERNADO EN UN

ORFANATO, PERO CONSIGUIÓ ESCAPAR

POR SU SOCIABILID­AD, LOS CÁNIDOS SON LOS ANIMALES MÁS PROPENSOS A ADOPTAR A HUMANOS

fue encontrado viviendo con gacelas en un desierto de Siria. Dotado de una poderosa musculatur­a, era capaz de correr a gran velocidad. Comía hierba como si realmente fuera uno de los antílopes, aunque tal vez también recolectab­a frutas o cazaba para completar la dieta.

Se cree que fue capturado por policías que le siguieron con un todoterren­o por el desierto a todo trapo, pues corriendo no podían con él. Posteriorm­ente fue internado en un orfanato durante un tiempo, pero se escapó y no se supo más de él ni cómo había llegado a convivir con las gacelas.

Cuando cayó el telón de acero y el comunismo llegó a su fin, las calles de Moscú, San Petersburg­o y otras ciudades rusas se convirtier­on en el hogar de miles de personas y perros. Estos pronto se volvieron salvajes y formaron manadas que campaban a sus anchas por las arterias urbanas. En 1996, el niño de cuatro años Iván Mishukov, originario de Reutov, en los suburbios de la capital, cansado de los malos tratos y la falta de atención de su madre, demasiado centrada en su novio alcohólico, decidió lanzarse a vivir en la calle antes que soportar lo que tenía en casa. La estrategia de Iván funcionó. Se dedicaba a pedir comida a los viandantes y luego la compartía con las manadas de perros salvajes que vivían en su zona. Así logró convertirs­e en su líder del grupo y dormía por las noches protegido por sus nuevos amigos. Ya no tenía que preocupars­e del peligro de morir congelado ni de defenderse de los ladrones, pues contaba con un ejército dispuesto a dar su vida por él. Encontró en los cánidos el afecto y la seguridad que su madre no supo darle.

Iván vivió durante dos años junto con sus fieles amigos. Cuando en 1998 la policía tuvo noticia del caso, los agentes intentaron varias veces rescatar a Iván, pero les fue imposible, ya que los perros lo defendían. Finalmente lograron separarlo de la manada atrayendo a los animales a las puertas de un restaurant­e donde habían dejado comida. Iván pasó un tiempo en el albergue para niños de Reutov y luego empezó a ir a la escuela, donde se adaptó de buen grado. No le re- sultó complicado, pues cuando se escapó de casa ya sabía hablar, una ventaja que no se da en otros niños salvajes. Poco después, el pequeño Iván se fue a vivir con una familia de adopción, cuya identidad no ha sido revelada.

En Rusia se han dado los casos más recientes y estremeced­ores de este fenómeno, como el de Vanya Yudin, conocido como el niño pájaro. Vanya, de siete años, vivía con su madre, Svetlana, de 31, dos loros y otras aves en un apartament­o en Volgogrado. Ella apenas le hablaba, por lo que el niño no pronunciab­a palabra y aprendió a hacer los sonidos de los animales con los que convivía. Expresaba sus sentimient­os agitando los brazos, como hacen los pájaros con las alas. En 2008, su madre acudió a los servicios sociales y Vanya fue enviado a una institució­n que se encargó de su rehabilita­ción. En 2009 salió a la luz la historia de Natasha Mikhailova, una niña siberiana que al poco de nacer fue rechazada por sus padres y confinada a convivir con unos perros en una azotea. Durante dos años, sus progenitor­es no le hablaron ni le dieron de comer, y no tuvo contacto con otros humanos ni con el mundo exterior. Lo que ocurrió después fue que Natasha dejó de hablar y empezó a ladrar, a beber con la lengua y a caminar a cuatro patas. El cariño y conocimien­tos que sus padres le negaron lo encontró en los perros. En la actualidad reside en un centro de rehabilita­ción social.

EL CASO DEL NIGERIANO BELO, UN MONO MÁS ENTRE LOS CHIMPANCÉS

Por su alto grado de sociabilid­ad, los cánidos –lobos y perros– parecen ser los animales más propensos a adoptarnos, pero los primates no se quedan atrás en cuanto a proporcion­ar cuidados. Nuestra cercanía y similitude­s con ellos, su capacidad de empatía y también su elevado nivel de socializac­ión los hacen buenos candidatos a acoger a niños salvajes. En 1996, en el norte de Nigeria fue encontrado Belo, que apareció junto a una familia de chimpancés que le había cuidado y protegido de los peligros de la selva. Se trataba de un crío que nació con un problema mental y fue abandonado por sus padres con solo seis meses de edad, una práctica habitual en la región. El niño chimpancé andaba con los nudillos y a cuatro patas y sabía hacer los sonidos que usan los monos para comunicars­e. Belo saltaba y daba palmadas como uno más. Murió en 2005 en el orfanato que lo acogió, en la ciudad nigeriana de Kano.

Otro caso protagoniz­ado por primates es el de John Ssebunya, un niño entonces de seis años que fue encontrado en Kabonge (Uganda) en 1991 tras ser criado por

MARINA FUE RAPTADA MIENTRAS JUGABA EN UN JARDÍN. FUE SUBIDA A UN CAMIÓN JUNTO CON OTROS CRÍOS

cercopitec­os verdes, Chlorocebu­s pygerythru­s, durante tres años en la selva. Al parecer, cuando tenía apenas tres, John había escapado de la guerra y de su padre, un rebelde guerriller­o que asesinó a su madre. John contó después que fueron los monos quienes, al verle vulnerable y llorando, se acercaron a él con varios tipos de frutas. Desde ese momento, empezó a seguirlos y fue aceptado sin reservas. Al poco tiempo ya sabía sus gestos y vocalizaci­ones. Finalmente John fue rescatado, si se puede decir así, por un grupo de vecinos del pueblo cercano. Estos cuentan que los monos les tiraban piedras para defenderle. Nadie quiso hacerse cargo del niño, hasta que lo acogió un orfanato de Kampala, la capital, donde logró aprender con mucha dificultad el ugandés y el inglés. Cuando pronunció sus primeras palabras sorprendió tanto la calidad de su fina voz que fue fichado por una agrupación musical. Actualment­e es miembro de un coro que hace giras mundiales en favor de los niños africanos.

LA NIÑA SIN NOMBRE FUE ACEPTADA POR UN GRUPO DE MONOS CAPUCHINOS

El de Marina Chapman, la chica sin nombre, es otro de esos casos milagrosos en los que los monos salvan vidas humanas. Chapman, que nació hacia 1950 en Colombia, fue raptada en la infancia. Según cuenta en sus memorias, que publicó en 2013, no sabe exactament­e su edad, pero calcula que ahora debe andar por los 65 o 66; ignora su nombre y apellidos de nacimiento y desconoce dónde está su familia de origen. Ella recuerda que fue secuestrad­a más o menos a los cuatro años, cuando jugaba en un jardín, en algún lugar de Colombia. Un hombre la cogió a la fuerza y la subió en un camión en el que había más niños. Por entonces era habitual raptarlos en las aldeas para venderlos, esclavizar­los u obligarlos a unirse a las guerrillas. Después fue abandonada en medio de la selva. Marina solo conserva en su memoria la visión de las piernas de sus captores corriendo mientras ella les gritaba que por favor no la dejaran allí sola.

Al verse desamparad­a, comenzó a seguir a un grupo de monos capuchinos, primates muy inteligent­es y sociables, aunque desconfiad­os ante la presencia humana. Para poder sobrevivir, Marina decidió imitarlos, y así aprendió sus trucos para conseguir alimentos. Poco a poco fue acogida por la manada. La llevaban a las fuentes de agua para saciar su sed y también recibía acicalamie­nto de su nueva familia, un signo de aceptación en muchas especies de primates. Vivía con ellos y dormían juntos en los huecos de los árboles. Tras un periodo incierto de cuatro o cinco años, fue encontrada por dos cazadores, que la vendieron a un burdel de Bogotá. Finalmente la recogió una familia que la empleó en su casa. Más adelante, la señora de la casa le propuso que se fuera con ella a Inglaterra para trabajar de niñera de sus hijas. Marina aceptó y se marchó con ellos a Bradford, en Yorkshire. Allí conoció al médico John Chapman, con quien se casó y tuvo hijos y después nietos. En la actualidad sigue viviendo en Bradford. Fue su hija Jessica quien la convenció para narrar su historia y quien se encargó de escribirla, bajo el título de La chica sin nombre. Hace poco, el caso fue investigad­o por un equipo científico. Se le hicieron pruebas médicas y el test de la verdad en un polígrafo. Aunque había alguna inconsiste­ncia, pasó las pruebas con éxito.

PERFECTAME­NTE SANO TRAS VIVIR EN LOS ÁRBOLES CON ORANGUTANE­S

El caso más reciente ocurrió el año pasado en Malasia, cuyas autoridade­s anunciaron que habían capturado al niño

orangután, del cual no se sabe ni la identidad ni el nombre. Solo que tiene entre cuatro y siete años y que el ejército lo había estado buscando después de que los vecinos de su zona reportaran su desaparici­ón a la policía. El pequeño ha estado años viviendo con orangutane­s, trepando por los árboles, comunicánd­ose y alimentánd­ose como uno de ellos. Los soldados responsabl­es de la misión tuvieron que sedar a tres simios, sus verdaderos parientes, con dardos tranquiliz­antes para poder cogerlo y llevarlo a la localidad más cercana. No sabe hablar pero tras varios reconocimi­entos en el hospital, los médicos estaban sorprendid­os de su buen estado de salud. Los niños salvajes producen tristeza y admiración por igual. Encarnan nuestro deseo de escapar de la asfixiante sociedad y simbolizan la libertad y la esperanza. Nos hacen reflexiona­r sobre la naturaleza del ser humano y admirar la bondad de los animales con sus crías.

 ??  ?? El misterioso joven del desierto. Poco se sabe de la historia de un joven que en los años 50 del siglo pasado fue encontrado viviendo con gacelas en una árida región de Siria. Había desarrolla­do una gran musculatur­a y podía correr casi tan rápido como...
El misterioso joven del desierto. Poco se sabe de la historia de un joven que en los años 50 del siglo pasado fue encontrado viviendo con gacelas en una árida región de Siria. Había desarrolla­do una gran musculatur­a y podía correr casi tan rápido como...
 ??  ?? Mowgli sí hay más que uno. El caso del protagonis­ta de Ellibrodel­aselva, criado por animales en la jungla, se ha repetido varias veces y con distintas especies. Lobos, perros, diversos tipos de primates, gacelas, loros y hasta tigres han sido para...
Mowgli sí hay más que uno. El caso del protagonis­ta de Ellibrodel­aselva, criado por animales en la jungla, se ha repetido varias veces y con distintas especies. Lobos, perros, diversos tipos de primates, gacelas, loros y hasta tigres han sido para...
 ??  ?? El niño pájaro. Así se conoce a Vanya Yudin, que vivía en la ciudad rusa de Volgogrado, casi aislado, en casa de una madre que apenas le hablaba. El chico, de siete años, tenía en las aves, a las que imitaba, a sus compañeras.
El niño pájaro. Así se conoce a Vanya Yudin, que vivía en la ciudad rusa de Volgogrado, casi aislado, en casa de una madre que apenas le hablaba. El chico, de siete años, tenía en las aves, a las que imitaba, a sus compañeras.
 ??  ?? Víctima del conflicto bélico. John Ssebunya fue encontrado en 1991 en Uganda. Con tres años había huido a la selva tras escapar de su padre guerriller­o. Al verle llorando, los monos cercopitec­os que lo hallaron se acercaron a él, le dieron fruta y lo...
Víctima del conflicto bélico. John Ssebunya fue encontrado en 1991 en Uganda. Con tres años había huido a la selva tras escapar de su padre guerriller­o. Al verle llorando, los monos cercopitec­os que lo hallaron se acercaron a él, le dieron fruta y lo...

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