Mowgli sí existió
Abandonados en la infancia, sobrevivieron gracias a los animales. La pérdida de contacto con la sociedad dificulta su reinserción y plantea misterios sobre la condición de los hombres y las bestias.
Como el protagonista de El libro de la selva, hubo casos reales de niños abandonados que sobrevivieron gracias a los cuidados de los animales. Sus historias plantean interrogantes sobre el peso de la civilización y la verdadera condición de hombres y bestias.
Muchas ciudades y Estados tienen como mito fundacional a héroes criados por animales, como los gemelos Rómulo y Remo, rescatados y amamantados por la loba Luperca y un pájaro carpintero que les traía comida. O Semiramis, reina de Babilonia, alimentada por palomas cuando su madre la dejó abandonada en el desierto. La mitología está llena de leyendas que evidencian la fascinación por este fenómeno, el cual también refleja una realidad cruel presente en la sociedad desde hace milenios: el abandono de niños. Lo cierto es que ha habido muchos casos reales de seres humanos criados por animales durante los primeros años de su infancia. Unas veces por accidente y otras a causa de la maldad de los hombres o porque los protagonistas, guiados por sus sentimientos, buscaban escapar del confinamiento al que estaban sometidos y encontraron en la naturaleza el afecto que la sociedad les negaba.
En 1698, el médico e historiador irlandés Bernard Connor relató en su libro Historia de Polonia varios casos de niños que habían crecido amamantados por osas. Uno de ellos, de doce años, “caminaba a cuatro patas y sus maneras eran similares a las de las bestias”. Se alimentaba de carne cruda, miel y manzanas, y no fue posible enseñarle a andar de pie.
LOS FANTASMAS DE LA MONTAÑA INDIA ERAN HUMANOS
Más de dos siglos después se difundió una historia intrigante que ocurrió en la India británica. En los inicios del siglo XX, el reverendo Joseph Amrito Lal Singh, un misionero que trabajaba con tribus locales en la selva, había fundado un orfanato junto con su mujer en la localidad de Medinapur. Singh era un enamorado de la naturaleza y la aventura, así que solía hacer expediciones con sus ayudantes por las junglas circundantes. En una de estas salidas, en 1920, durante una noche en que el grupo se paró en un pequeño pueblo a dormir, tuvo lugar un increíble hallazgo, según el relato posterior de Singh. Los vecinos, al enterarse de la presencia del reverendo, acudieron a él y le pidieron que hiciera un exorcismo en una montaña en la cual los habitantes de la zona aseguraban haber visto fantasmas. Impulsado por la curiosidad, a la noche siguiente el misionero se animó a compro-
barlo por sí mismo. La montaña tenía numerosos recovecos y entrantes en la roca. Mientras ascendían, vieron a una hembra de lobo que no paraba de entrar y salir de una cueva. Luego aparecieron los pequeños lobeznos y, finalmente, los temidos fan
tasmas. Los cazadores que le acompañaban ya estaban dispuestos a disparar con sus rifles, pero Singh se dio cuenta de que se trataba de personas y dio el alto al fuego. A pesar de que el pelo les cubría el cuerpo por completo y su conducta era como la de los cánidos, sus rasgos humanos eran obvios. Entonces, los expedicionarios decidieron esperar a la luz del día para cavar un túnel e intentar rescatarlas.
EN MUCHAS TRIBUS SE PRACTICABA EL INFANTICIDIO SELECTIVO DE NIÑAS
En cuanto empezaron a excavar, la loba atacó con gran fiereza a los cazadores, que tuvieron que disparar y matarla. Cuando por fin accedieron a la lobera, encontraron a dos criaturas muertas de miedo. Se trataba de dos niñas, una de apenas un año y medio y otra de ocho. Gruñían cuando alguien se acercaba y caminaban apoyando las manos en el suelo. Para beber solo usaban la lengua y comían carne cruda. Probablemente habían sido repudiadas por sus padres en alguna de las tribus cercanas, que solían practicar el infanticidio selectivo de niñas o las abandonaban a su suerte en la selva, y habían logrado sobrevivir gracias a los lobos. Singh les puso los nombres de Kamala y Amala. Después fueron trasladadas al orfanato de Medinapur.
Amala, la más joven, murió al cabo de un año; y Kamala vivió confinada en el orfanato varios años más, hasta su muerte en 1929, con diecisiete años. Al parecer aprendió algunas palabras, entre ellas los nombres de otros niños y los colores, pero más allá de las conversaciones básicas, era difícil comunicarse con ella. Solo aceptaba comida cuando se la servían en su plato y no en ningún otro.
Sin embargo, investigaciones más recientes pusieron en duda la veracidad de la historia contada por Singh, al sospechar que se trataba de un fraude montado por él mismo con el fin de recibir dinero para el orfanato. La mayoría de los científicos cree que Amala y Kamala fueron niñas que nacieron con algún tipo de autismo y defectos congénitos, y que Singh, único narrador del momento del hallazgo, se inventó la historia de que habían sido criadas y cuidadas por los lobos.
Sea como fuere, las historias de niños salvajes no son cosa del pasado. Algunos de ellos aún siguen entre nosotros, como Marcos Rodríguez Pantoja, que nació en Añora (Córdoba) en 1946, al cual he tenido el placer de entrevistar en un par de ocasiones. La increíble aventura de Marcos comenzó cuando su padre y su madrastra, que vivían con él en Fuencaliente (Ciudad Real), lo vendieron a un pastor de cabras de Sierra Morena en 1954. Tenía solo siete años y era víctima de malos tratos. Cuando el cabrero murió, Marcos decidió quedarse en la sierra. Al fin y al cabo, la vida entre humanos le había dejado un recuerdo negativo. Un día que Marcos tenía mucha hambre y frío, decidió meterse en una lobera donde había varias crías. Allí se quedó dormido hasta que aparecieron sus padres que regresaban de cazar. Al principio, le gruñeron y él se echó las manos al cuello para protegerse de un ataque mortal.
ONCE AÑOS EN COMPAÑÍA DE LOBOS, LEJOS DE LAS LEYES DE LOS HOMBRES
Pero algo ocurrió en ese instante que lo cambió todo para siempre. Los amenazantes gruñidos se convirtieron en lametazos. Hasta le dieron un trozo de carne recién cazada, con su propia boca, como suelen hacer con sus crías. Desde ese momento se convirtió en un miembro más de la manada. Aprendió a cazar con ellos y a imitar los ruidos de los animales del bosque. Se vestía con las pieles de sus presas. Un día de 1965, después de once años viviendo en los bosques, un cazador le vio corriendo entre la maleza y dio parte a la Guardia Civil. Tardaron en encontrarlo, pero al fin dieron con él y lo trasladaron a Fuencaliente, donde aún vivía su padre. Después fue llevado a un convento al que le costó adaptarse, ya que no soportaba la comida cocinada. Poco a poco, aprendió a hablar y acabó integrándose en la sociedad. Es fácil conversar con él. Marcos es un ser sensible e inocente, al que agobian las aglomeraciones. Actualmente se encarga de cuidar un pazo en Galicia donde por fin ha encontrado la paz. De vez en cuando da charlas en colegios para que los alumnos aprendan a querer a los lobos, que al fin y al cabo le salvaron la vida. Otro caso del que desgraciadamente tenemos pocos datos se produjo en Oriente Próximo a finales de los años 50. Un adolescente
EL NIÑO GACELA FUE INTERNADO EN UN
ORFANATO, PERO CONSIGUIÓ ESCAPAR
POR SU SOCIABILIDAD, LOS CÁNIDOS SON LOS ANIMALES MÁS PROPENSOS A ADOPTAR A HUMANOS
fue encontrado viviendo con gacelas en un desierto de Siria. Dotado de una poderosa musculatura, era capaz de correr a gran velocidad. Comía hierba como si realmente fuera uno de los antílopes, aunque tal vez también recolectaba frutas o cazaba para completar la dieta.
Se cree que fue capturado por policías que le siguieron con un todoterreno por el desierto a todo trapo, pues corriendo no podían con él. Posteriormente fue internado en un orfanato durante un tiempo, pero se escapó y no se supo más de él ni cómo había llegado a convivir con las gacelas.
Cuando cayó el telón de acero y el comunismo llegó a su fin, las calles de Moscú, San Petersburgo y otras ciudades rusas se convirtieron en el hogar de miles de personas y perros. Estos pronto se volvieron salvajes y formaron manadas que campaban a sus anchas por las arterias urbanas. En 1996, el niño de cuatro años Iván Mishukov, originario de Reutov, en los suburbios de la capital, cansado de los malos tratos y la falta de atención de su madre, demasiado centrada en su novio alcohólico, decidió lanzarse a vivir en la calle antes que soportar lo que tenía en casa. La estrategia de Iván funcionó. Se dedicaba a pedir comida a los viandantes y luego la compartía con las manadas de perros salvajes que vivían en su zona. Así logró convertirse en su líder del grupo y dormía por las noches protegido por sus nuevos amigos. Ya no tenía que preocuparse del peligro de morir congelado ni de defenderse de los ladrones, pues contaba con un ejército dispuesto a dar su vida por él. Encontró en los cánidos el afecto y la seguridad que su madre no supo darle.
Iván vivió durante dos años junto con sus fieles amigos. Cuando en 1998 la policía tuvo noticia del caso, los agentes intentaron varias veces rescatar a Iván, pero les fue imposible, ya que los perros lo defendían. Finalmente lograron separarlo de la manada atrayendo a los animales a las puertas de un restaurante donde habían dejado comida. Iván pasó un tiempo en el albergue para niños de Reutov y luego empezó a ir a la escuela, donde se adaptó de buen grado. No le re- sultó complicado, pues cuando se escapó de casa ya sabía hablar, una ventaja que no se da en otros niños salvajes. Poco después, el pequeño Iván se fue a vivir con una familia de adopción, cuya identidad no ha sido revelada.
En Rusia se han dado los casos más recientes y estremecedores de este fenómeno, como el de Vanya Yudin, conocido como el niño pájaro. Vanya, de siete años, vivía con su madre, Svetlana, de 31, dos loros y otras aves en un apartamento en Volgogrado. Ella apenas le hablaba, por lo que el niño no pronunciaba palabra y aprendió a hacer los sonidos de los animales con los que convivía. Expresaba sus sentimientos agitando los brazos, como hacen los pájaros con las alas. En 2008, su madre acudió a los servicios sociales y Vanya fue enviado a una institución que se encargó de su rehabilitación. En 2009 salió a la luz la historia de Natasha Mikhailova, una niña siberiana que al poco de nacer fue rechazada por sus padres y confinada a convivir con unos perros en una azotea. Durante dos años, sus progenitores no le hablaron ni le dieron de comer, y no tuvo contacto con otros humanos ni con el mundo exterior. Lo que ocurrió después fue que Natasha dejó de hablar y empezó a ladrar, a beber con la lengua y a caminar a cuatro patas. El cariño y conocimientos que sus padres le negaron lo encontró en los perros. En la actualidad reside en un centro de rehabilitación social.
EL CASO DEL NIGERIANO BELO, UN MONO MÁS ENTRE LOS CHIMPANCÉS
Por su alto grado de sociabilidad, los cánidos –lobos y perros– parecen ser los animales más propensos a adoptarnos, pero los primates no se quedan atrás en cuanto a proporcionar cuidados. Nuestra cercanía y similitudes con ellos, su capacidad de empatía y también su elevado nivel de socialización los hacen buenos candidatos a acoger a niños salvajes. En 1996, en el norte de Nigeria fue encontrado Belo, que apareció junto a una familia de chimpancés que le había cuidado y protegido de los peligros de la selva. Se trataba de un crío que nació con un problema mental y fue abandonado por sus padres con solo seis meses de edad, una práctica habitual en la región. El niño chimpancé andaba con los nudillos y a cuatro patas y sabía hacer los sonidos que usan los monos para comunicarse. Belo saltaba y daba palmadas como uno más. Murió en 2005 en el orfanato que lo acogió, en la ciudad nigeriana de Kano.
Otro caso protagonizado por primates es el de John Ssebunya, un niño entonces de seis años que fue encontrado en Kabonge (Uganda) en 1991 tras ser criado por
MARINA FUE RAPTADA MIENTRAS JUGABA EN UN JARDÍN. FUE SUBIDA A UN CAMIÓN JUNTO CON OTROS CRÍOS
cercopitecos verdes, Chlorocebus pygerythrus, durante tres años en la selva. Al parecer, cuando tenía apenas tres, John había escapado de la guerra y de su padre, un rebelde guerrillero que asesinó a su madre. John contó después que fueron los monos quienes, al verle vulnerable y llorando, se acercaron a él con varios tipos de frutas. Desde ese momento, empezó a seguirlos y fue aceptado sin reservas. Al poco tiempo ya sabía sus gestos y vocalizaciones. Finalmente John fue rescatado, si se puede decir así, por un grupo de vecinos del pueblo cercano. Estos cuentan que los monos les tiraban piedras para defenderle. Nadie quiso hacerse cargo del niño, hasta que lo acogió un orfanato de Kampala, la capital, donde logró aprender con mucha dificultad el ugandés y el inglés. Cuando pronunció sus primeras palabras sorprendió tanto la calidad de su fina voz que fue fichado por una agrupación musical. Actualmente es miembro de un coro que hace giras mundiales en favor de los niños africanos.
LA NIÑA SIN NOMBRE FUE ACEPTADA POR UN GRUPO DE MONOS CAPUCHINOS
El de Marina Chapman, la chica sin nombre, es otro de esos casos milagrosos en los que los monos salvan vidas humanas. Chapman, que nació hacia 1950 en Colombia, fue raptada en la infancia. Según cuenta en sus memorias, que publicó en 2013, no sabe exactamente su edad, pero calcula que ahora debe andar por los 65 o 66; ignora su nombre y apellidos de nacimiento y desconoce dónde está su familia de origen. Ella recuerda que fue secuestrada más o menos a los cuatro años, cuando jugaba en un jardín, en algún lugar de Colombia. Un hombre la cogió a la fuerza y la subió en un camión en el que había más niños. Por entonces era habitual raptarlos en las aldeas para venderlos, esclavizarlos u obligarlos a unirse a las guerrillas. Después fue abandonada en medio de la selva. Marina solo conserva en su memoria la visión de las piernas de sus captores corriendo mientras ella les gritaba que por favor no la dejaran allí sola.
Al verse desamparada, comenzó a seguir a un grupo de monos capuchinos, primates muy inteligentes y sociables, aunque desconfiados ante la presencia humana. Para poder sobrevivir, Marina decidió imitarlos, y así aprendió sus trucos para conseguir alimentos. Poco a poco fue acogida por la manada. La llevaban a las fuentes de agua para saciar su sed y también recibía acicalamiento de su nueva familia, un signo de aceptación en muchas especies de primates. Vivía con ellos y dormían juntos en los huecos de los árboles. Tras un periodo incierto de cuatro o cinco años, fue encontrada por dos cazadores, que la vendieron a un burdel de Bogotá. Finalmente la recogió una familia que la empleó en su casa. Más adelante, la señora de la casa le propuso que se fuera con ella a Inglaterra para trabajar de niñera de sus hijas. Marina aceptó y se marchó con ellos a Bradford, en Yorkshire. Allí conoció al médico John Chapman, con quien se casó y tuvo hijos y después nietos. En la actualidad sigue viviendo en Bradford. Fue su hija Jessica quien la convenció para narrar su historia y quien se encargó de escribirla, bajo el título de La chica sin nombre. Hace poco, el caso fue investigado por un equipo científico. Se le hicieron pruebas médicas y el test de la verdad en un polígrafo. Aunque había alguna inconsistencia, pasó las pruebas con éxito.
PERFECTAMENTE SANO TRAS VIVIR EN LOS ÁRBOLES CON ORANGUTANES
El caso más reciente ocurrió el año pasado en Malasia, cuyas autoridades anunciaron que habían capturado al niño
orangután, del cual no se sabe ni la identidad ni el nombre. Solo que tiene entre cuatro y siete años y que el ejército lo había estado buscando después de que los vecinos de su zona reportaran su desaparición a la policía. El pequeño ha estado años viviendo con orangutanes, trepando por los árboles, comunicándose y alimentándose como uno de ellos. Los soldados responsables de la misión tuvieron que sedar a tres simios, sus verdaderos parientes, con dardos tranquilizantes para poder cogerlo y llevarlo a la localidad más cercana. No sabe hablar pero tras varios reconocimientos en el hospital, los médicos estaban sorprendidos de su buen estado de salud. Los niños salvajes producen tristeza y admiración por igual. Encarnan nuestro deseo de escapar de la asfixiante sociedad y simbolizan la libertad y la esperanza. Nos hacen reflexionar sobre la naturaleza del ser humano y admirar la bondad de los animales con sus crías.