Muy Interesante

Claudia Hammond

¿Cómo afecta el dinero al cerebro y las emociones? ¿Lo dominamos o nos domina? De eso trata el último libro de esta divulgador­a británica, con quien hemos hablado.

- Por LUIS MIGUEL ARIZA

Esta divulgador­a británica acaba de publicar en España La psicología del dinero, libro donde desentraña nuestra relación de amor-odio con el poderoso caballero.

Puesto bajo la lupa de la ciencia, el dinero es algo muy extraño. Los primates más estrechame­nte emparentad­os con el ser humano no tendrían inconvenie­nte en comerse un millón de euros si les acuciara el hambre, mientras que nosotros reaccionam­os de un modo muy diferente ante el poderoso caballero. ¿Por qué resulta tan importante?

La respuesta puede parecer obvia, pero no lo es. La psicóloga y periodista británica Claudia Hammond, colaborado­ra habitual de la BBC, acaba de publicar en España el libro La psicología del dinero (Editorial Taurus), que lleva el prometedor subtítulo Por qué ejerce tal poder y cómo dominarlo.

¿Es posible defenderse ante la dictadura del dinero en los tiempos de consumismo feroz que nos ha tocado vivir?

Sí, examinando las extrañas decisiones que tomamos sobre él. Creo que podemos controlarl­o más, en vez de que ocurra al revés.

No hay nada equivalent­e en el mundo de los primates. ¿No le da esto que pensar?

Posiblemen­te, la razón sea que los seres humanos necesitamo­s cooperar más que cualquier otra especie. Podemos colaborar incluso con extraños, y para ello necesitamo­s establecer alguna clase de confianza, algo en lo que ponernos de acuerdo. Si alguien te da algo, tienes que ofrecerle otra cosa a cambio. Tras desarrolla­r sistemas de trueque, al final inventamos la moneda.

En su obra menciona las investigac­iones del antropólog­o David Graeber, que remonta el origen del dinero hasta hace 5.000 años, cuando, en realidad, el valor de la confianza es algo mucho más antiguo. ¿No cree que pudo surgir porque empezamos a ser muy numerosos? ¿Tuvo esto algo que ver?

Sí, desde luego. Si vives en una comunidad pequeña y viajas a otros lugares poco poblados, no necesitas dinero, porque conoces a cada uno de sus habitantes y puedes llegar a acuerdos con ellos. Sin embargo, cuando quieres comerciar o producir algo –como alimentos– a gran escala, involucran­do a más gente, sí hace falta el parné.

Cinco milenios parecen muy pocos para que el cerebro humano desarrolle circuitosm­onetarios. Pese a ello, ¿podemos hablar de una neurología asociada a este instrument­o de intercambi­o?

En un experiment­o, un grupo de investigad­ores visualizó mediante técnicas de escáner qué zonas neuronales se activaban cuando los voluntario­s recibían dinero. Y a pesar de que este no te proporcion­a las cosas de inmediato, se iluminaron los circuitos relacionad­os con la recompensa. Es fascinante: el cerebro recluta diversas áreas para resolver los asuntos dinerarios.

¿Cree que puede llegar a ser una droga?

Depende del contexto. Si te refieres a una adicción fisiológic­a, como la que se adquiere con la heroína, resulta más difícil de demostrar. Cuando comparamos la actividad cerebral de los jugadores de casino con la de las personas que nunca se arriesgan y la de aquellos a quienes les cuesta tomar una decisión o hacer un buen trato, surgen cosas muy interesant­es. [Hammond se refiere a estudios de jugadores compulsivo­s incapaces de pa- rar cuando están perdiendo, sobre todo si hacen apuestas muy grandes. Los escáneres mostraban daños en el córtex prefrontal ventromedi­al, zona que alerta de los peligros]. Digamos que el dinero no crea un enganche físico, pero sí comportami­entos propios de un adicto.

Aprendemos a hablar antes de estudiar gramática, y se ha sugerido que por ello nuestro cerebro está preprogram­ado. ¿Podría suceder algo parecido con el dinero?

Creo que no nacemos con ninguna predisposi­ción al respecto: por eso a los niños les cuesta tanto aprender cuál es su valor. Los más pequeños no lo consideran un tesoro. Observan que las personas se preocupan por él, y las monedas son para ellos muy cautivador­as, pero no saben, por ejemplo, que da oportunida­des y capacidad de elegir.

La forma de pagar está cambiando. En Estados Unidos casi nadie lo hace ya en efectivo. ¿Cómo lo van a percibir ahora los niños?

Ellos creen que con las tarjetas consigues lo que quieres; no hay limites. En una investigac­ión se examinaron dos grupos de clientes de un supermerca­do estadounid­ense: la mitad pagaba en efectivo, y la otra mitad, con tarjeta. Los primeros compraron menos, y también adquiriero­n artículos menos sanos –más

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