Los lucrativos métodos de los médiums
A principios del siglo pasado, en pleno auge del espiritismo, algunos ocultistas ofrecían cursos que en teoría permitían a cualquiera hablar con los muertos, un absurdo convertido en negocio.
En 1930, si querías aprender en Estados Unidos cómo charlar con los muertos y, de paso, conseguir que efectuaran algunas cabriolas, como mover mesas y sillas o hacer aparecer flores, solo tenías que realizar una cosa: seguir un curso de formación. Eso sí, como es evidente que lograr tal don no era moco de pavo y que exigía un gran esfuerzo, era algo costoso. Y no solo mentalmente, sino también económicamente.
Un curso completo, con todas las técnicas
de comunicación con los espíritus, rondaba los 2.450 dólares, esto es, más de 35.000 actuales. También circulaba el llamado Libro azul, que en teoría ayudaba a los médiums en su trabajo. En él aparecía gran cantidad de información acerca de los asiduos a las sesiones de todo el país, obtenida por medios tan poco paranormales como los periódicos, las informaciones reveladas por los sujetos durante los encuentros y lo que los propios espiritistas averiguaban dando un paseo por el barrio del pobre pardillo. ¿Exagerado? No tanto si tenemos en cuenta que Arthur Ford, el médium que relanzó el espiritismo en los años sesenta, coleccionaba todas las necrológicas publicadas en EE. UU. y no realizaba una sesión sin haber investigado a fondo al solicitante.
Engañar a la gente es más fácil
de lo que parece cuando se abordan estos asuntos. El deseo de creer es tal que puede convertirnos en solemnemente estúpidos. Hasta tal punto es así que ha llegado a darse esta situación. Un asistente a una sesión escucha esta petición: “Espíritu, si estás ahí da un golpe; si no, da dos”. Luego, escucha dos toques y se convence de que, efectivamente, no hay entidad alguna en la sala. De locos. Con sencillos trucos, muchos médiums han engañado a cientos de miles de personas a lo largo de la historia y se han aprovechado de la ingenuidad de muchos de los que se han acercado al mundo de los espíritus sin cierto ánimo crítico.
La siguiente observación
de Thomas Henry Huxley, un biólogo amigo de Darwin, resume la cuestión: “Solo veo una cosa buena en el espiritismo, y es que proporciona un argumento adicional en contra del suicidio. Mejor vivir como un pelagatos que morir y que una médium contratada a guinea por sesión te haga decir una sarta de sandeces”.