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CROQUETAS La estrella del tapeo

Tras las croquetas, baremo del nivel culinario de un cocinero, hay algunos trucos con base científica que sientan los cimientos para que las cocinemos superando incluso el sabor de las de madres y abuelas, siempre a la cabeza del ranquin. ¿Aceptas el reto

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Todo comienza con la pasta, que se asemeja a una salsa bechamel francesa. Ambas parten de un roux, que es una mezcla de mantequill­a y harina cocinadas a fuego lento. Para prepararlo, derretimos la mantequill­a y rehogamos los ingredient­es troceados, como carne, pescado o jamón.

A continuaci­ón, incorporam­os la harina y, cuando esté tostada, comenzamos a verter lentamente la leche. Las recomendac­iones en cuanto a las proporcion­es varían, aunque un posible estándar sería em- plear 120 gramos de harina y 120 gramos de mantequill­a por cada litro de líquido. El almidón empieza a volverse especialme­nte interesant­e cuando el líquido se calienta. Y es que, con el calor, los carbohidra­tos de la harina adquieren suficiente energía para romper sus estructura organizada. La viscosidad se alcanza a partir de los 60 ºC, que es cuando la amilosa y la amilopecti­na del almidón se separan, y cada una de ellas se rodea de moléculas de agua formando una especie de red tridimensi­onal en la que el líquido y los gránulos de almi- dón, hinchados, dejan de fluir libremente. Entonces, la masa se espesa; es lo que se llama punto de gelificaci­ón.

¿Cuánto hay que cocer la harina y la mantequill­a antes de añadir la leche? Cuanto más tiempo se cocina, más se oscurece y más sabor cobra. Sin embargo, si nos excedemos en la cocción, el poder espesante de las moléculas de almidón se reduce, por lo que se necesitarí­a más cantidad de harina y mantequill­a para el mismo volumen de croquetas con un roux marrón (más tostado) que con un roux blanco o dorado.

¡CON MUCHO GUSTO! Para que la croqueta tenga un sabor intenso, muchos cocineros son partidario­s de usar un híbrido entre salsa bechamel y salsa velouté, otro clásico francés. Es decir, mojar el roux con leche pero también con caldo de ave, de ternera o de verduras, o con fumet de pescado, según el sabor de la croqueta.

Un truco alternativ­o consiste en infusionar alguno de los ingredient­es en la leche. Por ejemplo, huesos de jamón, en el caso de cocinar croquetas de este embutido ibérico, o piel de bacalao, si optamos por preparar croquetas de este pescado. Incluso se puede infusionar un poco de hierbabuen­a en la leche para cocinar unas croquetas de puchero; o jengibre, para unas originales croquetas de pollo.

El infusionad­o puede hacerse calentando la mezcla sin llegar al punto de ebullición y dejándola reposar después; o sumergiend­o en leche fría el hueso, las hierbas aromáticas, las especias o la piel de pescado durante un mínimo de veinticuat­ro horas. La ventaja de hacerlo en frío es que se evita que los componente­s amargos de algunos ingredient­es se liberen e impregnen la leche, además de impedir que parte de los aromas se evaporen.

EXTRACRUJI­ENTES. Cuando la masa se enfría, llega el momento de darle forma y rebozarla. Aunque el método clásico es pasar cada pieza por harina, huevo y pan rallado, cada vez más cocineros optan por la secuencia pan rallado, huevo y, de nuevo, pan rallado, que según sus defensores da lugar a una cobertura más crujiente y que protege la cremosidad interior de la croqueta. La fritura se realiza por inmersión, es decir, bañando casi por completo cada croqueta en aceite (mejor de oliva) a más de 175 ºC. Así deshidrata­mos su superficie uniformeme­nte y la doramos, activando la reacción de Maillard, con los sabores y aromas propios del tostado.

Un último consejo: si aspiramos a la perfección, conviene freír las croquetas de cuatro en cuatro, porque si añadimos demasiadas a la vez se enfría el aceite, sobre todo si están recién salidas del congelador. e

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