Una grieta en el mundo
Mientras en los telediarios informan sobre los partidos de fútbol y las superfluas competiciones entre los políticos, una grieta de 160 km de largo avanza en la Antártida amenazando aún más el clima del planeta.
No encuentro ninguna alusión a este hecho en los medios españoles. No ver las cosas es una manera excelente de ahorrarse preocupaciones
Una grieta avanza en una pared o en un techo y si está en un sitio poco visible de la casa nadie advierte su avance al principio. Muchas cosas suceden mientras tanto, y aunque son menos importantes, o incluso carecen por completo de importancia, se les presta mucha más atención que al verdadero peligro, ese fallo estructural que progresa y que si no acaba siendo el causante principal de la ruina del edificio habría podido ser un indicio delator de la gravedad que nadie veía. En la naturaleza las formas se repiten a diferentes escalas. Una grieta en una pared o en un techo tiene un dibujo ligeramente sinuoso idéntico al de la grieta gigante que se ha ido formando en uno de los acantilados de hielo que cubren el contorno del continente antártico.
La grieta empezó a ser detectada y fotografiada por los satélites en 2014. Parece, en las fotos, una de esas grietas que se forman en las placas de las aceras de Nueva York, que al pintor Arshile Gorky le parecían fascinantes por su pureza de líneas. Yo miro las grietas de las aceras y miro la de la placa de hielo en la Antártida y me asombra el poco interés que la mayor parte de la gente presta a las unas y a la otra. A veces me da la impresión de que los seres humanos estamos programados o condicionados catastróficamente para fijarnos con preferencia en lo que no tiene importancia ninguna. La grieta en la Antártida, según el New York Times, ha alcanzado desde 2014 una longitud de 160 kilómetros. Le faltan 35 para llegar al otro extremo del acantilado y hacer que la placa de hielo se desprenda y forme uno de los icebergs más grandes que se han visto hasta ahora. Su progreso en los últimos años ha sido bastante uniforme, pero en los últimos meses se ha acelerado. Ahora crece cada día, día tras día, en una longitud equivalente a cinco campos de fútbol americano. Lo que visto desde el espacio es una delgada grieta en una inmensidad de nieve, de cerca va adquiriendo una anchura de desastre: más de tres kilómetros en su pun- to más amplio. Mientras yo escribo esto, mientras en el telediario informan de los resultados de los partidos de fútbol y de las competiciones igual de apasionadas y superfluas de los partidos políticos, mientras Donald Trump y su gobierno andan atareados para desmontar todas las normas de protección medioambiental de los últimos ocho años, la grieta en la Antártida sigue avanzando.
Cuando se complete y el hielo se separe de la masa continental, no acontecerá ninguna catástrofe inmediata. Cuando el iceberg navegue a merced de las corrientes y vaya derritiéndose, no subirá apreciablemente el nivel del mar. Pero los glaciares que eran contenidos en su avance por ese murallón de hielo acelerarán su velocidad y su declive, ya muy favorecido por el aumento de la temperatura global, que es más rápido en las zonas polares. Todo eso ocurre muy lejos, en el extremo desolado del mundo. Miro unos cuantos periódicos españoles en los mismos días en que se publica la noticia en los medios internacionales y no encuentro la menor alusión. No ver las cosas es una manera excelente de ahorrarse preocupaciones. Para conseguir visitas y generar tráfico, como se dice ahora, los periódicos tienen que publicar titulares banales o escandalosos o estúpidos sobre las cosas sin importancia que les pasan a personas célebres que carecen de todo interés. Cuantos más impactos, más posibilidades habrá de atraer ese bien que se ha vuelto ya tan raro, la publicidad, que emigra rápido a otros lugares más de moda.
Pero la grieta sigue, ya visiblemente, filmada en su movimiento sinuoso por los satélites, ensanchándose, haciéndose más honda, creando un río que avanza entre las dos orillas verticales del hielo y acelera su progreso. Los poco familiarizados con los mundos polares creemos que el hielo es siempre blanco, y que un río helado es liso y avanza en silencio. Pero los icebergs y los acantilados de hielo pueden adquirir, según cuentan los que han viajado a esos lugares, colores fantásticos, azules, verdes esmeralda, dorados, rojizos. Y un río de bloques despedazados de hielo no es liso ni es silencioso. Eso lo he visto y lo he oído yo mismo, desde la orilla del río Hudson, en los inviernos de Nueva York. La superficie de un río que arrastra grandes carámbanos de hielo es tan accidentada como un campo de ruinas. Y el hielo hace ruido. Ruido de choques, de roces, de desgajamientos, de desmoronamientos, de crujidos. Sonará así la grieta en la Antártida.