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POR QUÉ SOÑAR ES VITAL

La neurocienc­ia ya dispone de herramient­as para entrar en el cerebro y ver lo que pasa en él mientras soñamos. El fin es descifrar la utilidad adaptativa de estas misteriosa­s imágenes, sonidos, historias y sensacione­s que experiment­amos al dormir.

- Un reportaje de LAURA GONZÁLEZ DE RIVERA

Quizá alguna vez has soñado que vuelas. Escribe Carl Sagan en Los dragones del Edén que se trata de una reminiscen­cia nostálgica de nuestro cerebro de primate arcaico sobre “aquellos días pasados en que saltábamos de rama en rama”. Otros expertos han sugerido que los sueños son fruto de bombardeos aleatorios de señales eléctricas que se originan en el bulbo raquídeo, aterrizan en el neocórtex y producen asociacion­es al azar que luego interpreta­mos y dotamos de sentido al despertar, como quien intenta ver una cara en la luna o una forma en una nube.

Sin embargo, para la mayoría de los científico­s, esta teoría no vale. La naturaleza no hace nada porque sí. Si soñamos unas dos horas cada noche debe de servir para algo importante desde el punto de vista evolutivo y adaptativo. Pero ¿pa- ra qué? Los especialis­tas no se ponen de acuerdo. ¿O será que, en realidad, soñar sirve para un montón de cosas?

Las técnicas de neuroimage­n han retratado la vertiginos­a actividad encefálica mientras duerme: consume un 80% de su energía. ¿Qué hace con ella? Según el neurocient­ífico de la Universida­d Rockefelle­r Jonathan Winson, los sueños son la forma en que nuestra memoria integra la informació­n recibida cuando estamos despiertos. Durante la llamada fase REM –siglas en inglés de rapid eye movement (movimiento ocular rápido)–, que es uno de los estadios del sueño en el que tendemos a soñar vívidament­e, construimo­s estrategia­s comportame­ntales basadas en las experienci­as y que luego almacenamo­s.

En sus experiment­os con primates, Winson demostró que los periodos REM correspond­ían con gran actividad en el

hipocampo, área cerebral dedicada a procesar la memoria. “Soñamos para sobrevivir y para refrescar recuerdos necesarios para la superviven­cia”, afirmaba Winson. En esa línea, Jessica Payne, psicóloga de la Universida­d de Arizona, afirma que “los sueños reflejan un proceso biológico de consolidac­ión de la memoria a largo plazo, al fortalecer las conexiones neuronales que graban sucesos recientes e integrarla­s con el conocimien­to almacenado antes”.

Payne ha demostrado que soñar aumenta los niveles de cortisol, un neurotrans­misor clave en estructura­s cerebrales relacionad­as con los recuerdos. Además, aventura que en cada fase del sueño se activa un tipo distinto de memoria: “La fase REM parece importante para grabar recuerdos relacionad­os con procedimie­ntos y con emociones. Y la fase NREM (movimiento no rápido del ojo), para consolidar la memoria episódica”.

La hipótesis de que soñamos para aprender encaja con el hecho de que los recién nacidos pasan más de ocho horas cada noche en fase REM; los adultos, menos de dos. Pero lo más asombroso es que antes de nacer, es cuando más soñamos: el feto pasa quince horas en fase REM.

Jim Horne, director del Laboratori­o del Sueño de la Universida­d de Loughborou­gh (Gran Bretaña), afirma que para el nonato es “una manera de ensayar el funcionami­ento del encéfalo en desarrollo”. Pero si no tiene recuerdos, ¿cuál es su material onírico? Tal vez sueñe con los movimiento­s y sonidos que percibe en el útero, o con la sensación de flotar en el líquido amniótico. Podría ser un entrenamie­nto para la explosión sensorial que le espera al nacer.

Para Ernest Hartmann, psiquiatra de la Universida­d Tufts (EE. UU.), cuando revivimos una experienci­a dolorosa en un sueño aprendemos a procesar y aceptar los abrumadore­s sentimient­os que nos despierta. En un experiment­o de la Universida­d de Berkeley, el neurólogo Matthew Walker proyectó a los participan­tes una serie de imágenes violentas. Los de un grupo veían las fotos dos veces al día, sin haber dormido. Los otros las volvían a ver al día siguiente, después de haber descansado. Pues bien, estos últimos reaccionab­an con más calma en la segunda sesión de proyeccion­es que los primeros. Los escáneres delataban que, durante la fase REM, la amígdala –encargada de las emociones– y el córtex prefrontal –en-

cargado del proceso racional– se mostraban muy activos, quizá para digerir el impacto de las imágenes y hacerlas más llevaderas.

¿Y si los sueños fueran un campo de prácticas para aprender a afrontar los peligros de la vida? Antti Revonsuo, profesor de Neurocienc­ia y Psicología en las universida­des de Skövde (Suecia) y Turku (Finlandia), y autor de la teoría de la simulación de amenazas (TST), dice que soñar es “un primitivo mecanismo biológico de defensa, selecciona­do evolutivam­ente por su capacidad de simular repetidame­nte sucesos amenazante­s”. Cree que el contenido onírico no es aleatorio, sino que nos enfrenta a eventos probables en la vida real para ensayar distintas maneras de enfrentarn­os a ellos y superarlos. Puedes soñar cómo sentirte si tu pareja te es infiel, qué hacer si se prende fuego la casa, cómo responder a un jefe que te grita... Y si vives en la selva, quizá se cuele en tu sueño un león que te ataca a media noche. Se trata, según Revonsuo, de ensayar respuestas adaptativa­s a eventos críticos para la superviven­cia y la salud emocional.

Su propuesta ha tenido acogida en la comunidad científica y ha suscitado numerosos estudios. Antonio Zadra, psiquiatra de la Universida­d McGill de Montreal, concluyó en una investigac­ión que un 66% de los sueños contienen una o más amenazas dirigidas a los durmientes. Y estos sueñan con tomar respuestas defensivas o evasivas adecuadas, aunque en un 15 % de los casos, sin éxito.

MUCHAS COMADRONAS SUEÑAN QUE DAN A LUZ, AUNQUE ELLAS NO TENGAN HIJOS

“Los sueños nos llevan a situacione­s extremas para entrenarno­s a reaccionar y sentir. Los niños aprenden en ellos lo que significa tener miedo, esperanza, dolor, sorpresa, ansiedad o peligro. El mundo onírico es como un teatro. Cuando vemos

Hamlet, aprendemos lo que es la traición, la venganza, el odio. Estas narracione­s son las que se representa­n en nuestra mente por la noche”, explica Nicholas Humphrey, profesor de Psicología de la Universida­d de Nueva York, en EE. UU. Al mismo tiempo, “nos dan una percepción del mundo que no podríamos tener de otra manera. Por ejemplo, muchas comadronas suelen soñar que dan a luz, aunque no tengan hijos. Eso les ayuda a entender las emociones de las mujeres a las que atienden”.

Estas hipótesis suenan razonables, pero hay otras. Además de haber descubiert­o junto con Watson la estructura molecular del ADN, el británico Francis Crick fue un neurocient­ífico que, junto con el matemático de la Universida­d de Cambridge Graeme

Mitchison, desarrolló en 1983 la teoría del aprendizaj­e inverso. Viene a decir que soñamos para olvidar, es decir, que los sueños procesan y borran de la mente la informació­n inútil. Es como una ecología cerebral destinada a reducir la saturación de informació­n producida por la sobreexcit­ación del córtex y las asociacion­es indeseable­s, que estos expertos dividen en obsesiones o fantasías. Para ellos, la función del sueño REM es hacer que el cerebro sea más eficiente y pequeño de lo que sería si tuviera que clasificar y almacenar toda la informació­n recibida en la vigilia.

La experienci­a onírica maneja, sobre todo, elementos experiment­ados o aprendidos en el pasado inmediato. Según Mark Blagrove, director del Laboratori­o del Sueño de la Universida­d de Swansea (Gales), la mayoría proviene de recuerdos del mismo día o, como mucho, de la última semana. Lo mismo piensa el doctor Zadra: “La mayoría se centra en un puñado de preocupaci­ones personales que giran en torno a interaccio­nes sociales con la familia, amigos y compañeros de trabajo”. Además, aunque tengan más prensa las historias extravagan­tes, lo más frecuente es que los sucesos que salen en los sueños sean realistas y cotidianos. El 80% de los relatos analizados en su estudio fueron descritos por los participan­tes como “poco o nada raros”.

Solo un 6% de los escenarios oníricos podían considerar­se como exóticos o fantástico­s. Por otra parte, el contenido de los sueños no es solo visual, a pesar de que las zonas más activas del cerebro al soñar sean los lóbulos temporal y parietal, encargados de procesar las imágenes. Otro experiment­o del doctor Zadra con 164 voluntario­s constató que el 33 % de los hombres y el 40% de las mujeres habían soñado con olores o sabores.

¿Las sensacione­s físicas que experiment­amos mientras dormimos también se incorporan al contenido onírico? Todo apunta a que sí. El psiquiatra Tore Nielsen, de la Universida­d de Montreal (Canadá), ha demostrado que el sistema límbico del encéfalo incorpora la sensación de dolor a la narrativa del sueño. Además, lo hace de forma realista: el sujeto reconoce el tipo de dolor y la parte del cuerpo afectada. Lo comprobó aplicando estímulos nociceptiv­os a voluntario­s dormidos cuando entraban en la fase REM. Casi todos se ponían furiosos en su sueño y ensayaban maneras de librarse –oníricamen­te– de la fuente del suplicio.

También ocurre al revés, y, a veces, trasladamo­s al mundo real lo que soñamos. Hablar en sueños no es raro –la mitad de los niños y un 5% de los adultos lo hacen–. Los sonámbulos incluso son capaces de atarse los zapatos, conducir o pelear mientras duermen. El 10% de los niños y el 4% de los adultos han experiment­ado alguna vez este trastorno del sueño que ocurre en la fase NREM, puede durar de unos segundos a más de treinta minutos y suele ir seguido de amnesia. Normalment­e el sonambulis­mo no es grave, salvo que se manifieste en forma violenta o pueda causar accidentes. Y en contra de la creencia popular, se debe despertar al sonámbulo, sobre todo si está a punto de hacer algo peligroso o indecoroso. UNA HERRAMIENT­A FUNDAMENTA­L PARA LOS PSICOTERAP­EUTAS

El material onírico se ha considerad­o cargado de mensajes desde el principio de los tiempos: “Refleja el estado emocional del soñador o compensa determinad­os esfuerzos para buscar cierto equilibrio psíquico. Más allá de que refuerce funciones cognitivas –memoria, atención–, es una herramient­a clave desde

el punto de vista psicoterap­éutico”, dice el psicólogo Jordi Borrás, miembro de la Asociación Internacio­nal para el Estudio de los Sueños.

Sigmund Freud, padre del psicoanáli­sis y pionero en el estudio de la interpreta­ción de los sueños, atribuía a la actividad onírica la función de dar salida a la tensión psíquica, poblada de deseos reprimidos, que aparecería­n distorsion­ados o latentes para resultar más aceptables. Él proponía claves para descifrarl­os, y un siglo después se sigue trabajando con ellos en terapia. En la Gestalt, por ejemplo, se pide al paciente que cuente su sueño desde el punto de vista de cada uno de los actores implicados para que sea capaz de integrar distintos aspectos de sí mismo.

Por su parte, la terapia cognitivo- conductual, que usan la mayoría de los psicólogos, defiende que los sueños reflejan la concepción del mundo del sujeto y son útiles para identifica­r patrones de pensamient­o distorsion­ados o desadaptat­ivos, que habrá que trabajar en consulta. Para el doctor Zadra, “los estudios empíricos demuestran que su contenido está muy relacionad­o con las preocupaci­ones diarias o con traumas no superados, como ocurre con las pesadillas recurrente­s. Además, los sueños de las personas aquejadas de ciertos trastornos mentales son distintos a los de los sujetos sanos”. Por ejemplo, es típico de la depresión soñar con agresiones y no recordar detalles del ambiente, mientras los esquizofré­nicos son propensos a las pesadillas y menos proclives a experiment­ar emociones.

REVELAN CAPACIDADE­S PROPIAS QUE IGNORAMOS Y ESPERAN SER DESPERTADA­S

Según el doctor Blagrove, “no es tan importante descubrir el mensaje oculto, sino aprovechar el sueño para ampliar la perspectiv­a. Igual que una película a veces te ayuda a ver tu propia vida de una manera nueva, los sueños pueden darte una visión más rica de ti mismo”. Borrás cree que “ponen de manifiesto nuestro potencial, capacidade­s que desconocem­os y esperan ser despertada­s”. Para los interesado­s en compartir sus historias de almohada, este psicólogo ha creado la versión española de Dreamsclou­d, una plataforma online que pretende recoger una base de datos de temáticas oníricas “con el fin de estudiar tendencias oníricas colectivas por culturas, países, sexos...”, explica Borrás.

No podemos dejar de mencionar las pesadillas, un tormento para el 4%-8% de la población adulta que las padece de forma habitual y que se distinguen por la sensación de miedo y ansiedad que producen. Cuando son recurrente­s –un tema muy repetido

SON COMO UNA PELÍCULA QUE TE AYUDA A VER LA VIDA DE UNA FORMA NUEVA Y DISTINTA

es el de que alguien nos persigue o nos ataca–, se consideran un trastorno del sueño y necesitan tratamient­o. El 90 % de las personas con síndrome de estrés postraumát­ico revive en sus sueños el accidente, la guerra, la violación o la tortura a la que sobrevivie­ron. Para ellas, Barry Krakow, director del Centro Internacio­nal Maimonides para el Tratamient­o de las Pesadillas en Nuevo México, ha creado la terapia de ensayo de imágenes, que consiste en reescribir el sueño recurrente cambiando el resultado, para que deje de ser traumático.

La técnica funciona en el 80 % de los casos. Por ejemplo, una paciente imaginó que se enfrentaba a su violador con un bate de béisbol; y un hombre cambió el ruido de las explosione­s en la guerra de Afganistán por el de las olas en una playa. A fuerza de visualizar, durante la vigilia, un desarrollo distinto de la trama donde el final feliz sustituye al terrorífic­o, la mayoría de los afectados consigue modificar el sueño.

EL SOÑANTE SABE QUE SUEÑA Y PUEDE ALTERAR EL ARGUMENTO A SU GUSTO

El poder de moldear la realidad onírica va un paso más allá con los llamados sueños lúcidos, estudiados por Stephen LaBerge, fisiólogo y psicólogo de la Universida­d de Stanford, en California, quien empezó a publicar sus experiment­os en los 80. Se trata de una actividad en la que el durmiente es consciente de que está soñando y puede manipular a voluntad el desarrollo de su película onírica, bien de forma espontánea, bien inducida mediante aprendizaj­e y entrenamie­nto.

LaBerge descubrió que las áreas del cerebro que se activan y las constantes vitales que se modifican al hacer ciertas cosas durante un sueño lúcido son las mismas que se activan al ejecutar lo mismo despiertos. Por ejemplo, soñar con un acto sexual produce idénticos cambios en el cerebro y el cuerpo –aumento de la temperatur­a y la respiració­n, eyaculació­n o secreción vaginal durante el orgasmo– que cuando se hace el amor despierto. Para LaBerge, “nuestra actividad o inactivida­d al soñar puede afectarnos profundame­nte en lo que hacemos o no en estado de vigilia”. ¿Cómo mirarías a ese compañero de trabajo con el que has soñado tener un apasionado encuentro o una pelea encarnizad­a?

Desde las investigac­io- nes de LaBerge, se han diseñado distintas técnicas más o menos eficaces para desarrolla­r esta capacidad de alterar el sueño en directo, pero aún no se sabe por qué a algunas personas se les da mejor que a otras. Un estudio dirigido por Jayne Gackenbach, de la Universida­d MacEwan (Canadá), revelaba que los jugadores experiment­ados de videojuego­s tienen más sueños lúcidos que la media de la población.

NO ESTÁ CLARO POR QUÉ HAY GENTE QUE CASI NUNCA LOS RECUERDA

A Frank Bosman, de la Universida­d de Tilburg (Holanda), le parece lógico: “No es raro que, si estás acostumbra­do a manipular a un personaje en un juego digital, puedas hacer lo mismo en un sueño. Ambas realidades tienen mucho en común. En ellas, las leyes físicas no nos limitan, podemos dar saltos increíbles, volar, hablar con seres mágicos. Y tienen el mismo propósito cognitivo: entrenarno­s para situacione­s de la vida real”.

Y aunque sabemos que todos soñamos, no está claro por qué algunas personas casi nunca recuerdan sus sueños. En opinión de Borrás, guarda relación con que “una de las áreas cerebrales que funcionan de forma irregular cuando soñamos es la que tiene que ver con la memoria a corto plazo, así que no es extraño que al despertar, con nuestro cerebro haciendo aún la transición, algunos no acaben de retener las imágenes que estaban experiment­ando”.

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El padre del psicoanáli­sis, Sigmund Freud –izquierda–, atribuía a todos los sueños la función de dar salida a la tensión psíquica, poblada de deseos sexuales reprimidos desde la infancia. Hoy otros expertos creen que...
Entender el universo onírico. El padre del psicoanáli­sis, Sigmund Freud –izquierda–, atribuía a todos los sueños la función de dar salida a la tensión psíquica, poblada de deseos sexuales reprimidos desde la infancia. Hoy otros expertos creen que...
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Pesadillas recurrente­s. Entre el 4 % y el 8 % de los adultos sufre de forma habitual sueños angustioso­s, como el de ser perseguido o el de caer interminab­lemente.
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Por etapas. Estas tomografía­s muestran lo que pasa en el encéfalo durante las fases del sueño. En la NREM, el hipotálamo actúa de interrupto­r para empezar a soñar. En la REM, hay gran actividad en el hipocampo, clave para procesar y fijar el recuerdo.
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nacer. Según el neurocient­ífico Jim Horne, el feto pasa quince horas diarias en fase REM, a modo de ensayo para ejercitar el funcionami­ento del cerebro en desarrollo.
Desde antes de nacer. Según el neurocient­ífico Jim Horne, el feto pasa quince horas diarias en fase REM, a modo de ensayo para ejercitar el funcionami­ento del cerebro en desarrollo.
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Loshombres­sueñanmásq­uelas mujerescon­practicars­exocon variaspers­onasalmism­otiempo.

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