¡Hágase el agua!

Una reacción explosiva confinada dentro de una manguera nos permite sintetizar una gotita de agua. Oxígeno, hidrógeno y fuego protagonizan este espectacular experimento, que reproduce un proceso químico básico para la vida.

Se cree que el agua llegó a la Tierra en los meteoritos que la bombardeaban cuando era joven, y que su cantidad permanece inalterable desde hace miles de millones de años. También sigue un ciclo que comprende sus movimientos y sus constantes cambios de estado –de vapor a líquido, de este a hielo y viceversa...–. El agua terrestre sería como la energía, que ni se crea ni se destruye, solo se transforma. No es del todo cierto, porque las moléculas de agua

nacen y mueren sin cesar.

Su gran destructor es la fotosíntesis. Para crear las sustancias orgánicas que las componen, las plantas usan el CO2 de la atmósfera, la energía solar y moléculas de agua, compuestas por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Estos no se esfuman en el proceso, pero las moléculas sí, porque se rompen. Si pensamos en todas las plantas del planeta que hacen y han hecho la fotosíntesis, la aniquilación de agua es brutal.

Por el otro lado, tenemos organismos, como el nuestro, que para obtener energía de los alimentos deben realizar procesos químicos que generan nuevas moléculas de H2O, entre otras cosas. En un continuo crear y destruir, el número de estas permanece constante, de forma que el ciclo del agua no se detiene.

A HOMBROS DE GIGANTES.

Nuestro experimento sigue los pasos de Henry Cavendish, el físico y químico británico que en 1766 aisló el elemento que llamamos hidrógeno, aunque no le dio ese nombre. Además, Cavendish fue el primer cientí- fico que unió el oxígeno con el hidrógeno para formar agua. Poco después, en 1783, el francés Antoine Lavoisier inventó un término para definir este elemento: hidrógeno, un vocablo compuesto con palabras griegas que significa ‘generador de agua’. Y eso hemos hecho: fabricar agua, aunque haya sido solo una gota. Lee abajo cómo conseguirlo.