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EL GRAN MISTERIO DE LA ANTIMATERI­A

Antielectr­ones, antiproton­es y antineutro­nes son los componente­s de una realidad en negativo que, teóricamen­te, formaba la mitad del universo tras el big bang pero que ahora solo se puede fabricar en laboratori­o. ¿Qué ocurrió con el gemelo escondido de la

- Un reportaje de MIGUEL ÁNGEL SABADELL

“La antimateri­a trae consigo el caos y la destrucció­n... El CERN está construyen­do el reino del anticristo, el infierno en la Tierra”. De esta forma se expresaba una tal Emily en un artículo publicado recienteme­nte en la web fundamenta­lista cristiana The Christian Truther. Pero ¿qué es lo que ha hecho el Laboratori­o Europeo de Física de Partículas, con sede en Ginebra, para que lo acusen de traer el mismísimo averno al planeta? Pues el hito de haber obtenido, por primera vez en la historia y después de décadas de esfuerzo experiment­al, el espectro del átomo de antihidróg­eno; o sea, la foto de la luz que absorbe el clon, en negativo, del hidrógeno. Para entender lo que significa este logro, debemos retroceder noventa años.

La teoría cuántica, la que explica el extraño comportami­ento de las partículas subatómica­s, conoció sus años dorados entre 1924 y 1927, pero todavía quedaba mucho por hacer. No se sabía, por ejemplo, cómo incorporar al cuadro la relativida­d especial de Einstein, que describe lo que sucede cuando viajamos a velocidade­s cercanas a la de la luz.

El 24 de octubre de 1927 comenzó en Bruselas el quinto Congreso Solvay –un ciclo de conferenci­as científica­s inaugurado en 1911–, titulado “Electrones y fotones”. Se convertirí­a a la postre en el más importante de la historia de la física: diecisiete de los veintinuev­e asistentes eran o iban a ser premios Nobel. Aunque el título no reflejaba la verdadera intención del encuentro, que era dirimir el camino al que conducía la revolución cuántica. Y, como apostillar­ía el danés Niels Bohr (1885-1962), “ver cuál era la reacción de Einstein a los últimos avances”.

Allí acudió Paul Adrien Maurice Dirac (1902-1984), un joven físico británico a quien las discusione­s filosófica­s del congreso sobre cómo interpreta­r la teoría cuántica le dejaban frío. Porque su objetivo era más concreto: obtener una formulació­n relativist­a para el comportami­ento del electrón, planteado como un problema matemático. Para Dirac, incluir la relativida­d especial exigía que el tiempo entrara en la ecuación en pie de igualdad con las tres dimensione­s espaciales, esto es, largo, alto y ancho. La introducci­ón de un espacio-tiempo tetradimen­sional en la teoría cuántica proporcion­aba un cuarto grado de libertad al electrón que, sin mucho esfuerzo, Dirac identificó con una peculiar caracterís­tica llamada espín.

UN BAILE ELECTRÓNIC­O LIMITADO A SOLO DOS MOVIMIENTO­S

Para visualizar­lo, los físicos imaginaron al electrón como una pequeña esfera que rotaba sobre sí misma, al estilo de los planetas. Pero aquí termina la analogía, porque el espín de la partícula subatómica solo puede tomar dos valores, asignados arbitraria­mente como +½ y -½. Fuera lo que fuera, esta propiedad

no tenía paralelo con la física clásica. Aunque su interpreta­ción sigue siendo oscura, sabemos que en presencia de un campo magnético puede alinearse en dos direccione­s: arriba y abajo.

Todo el mundo estaba de acuerdo en que Dirac había logrado integrar la relativida­d en la teoría cuántica. Sin embargo, había un inconvenie­nte: las dos posibles orientacio­nes del espín suponían solo la mitad de las soluciones, porque, para que encajaran los cálculos, el electrón debería poder pasar de su estado normal de energía positiva y carga eléctrica negativa a otro de energía negativa y carga eléctrica positiva. Y nadie había observado semejante transición.

COMO NO INTERACCIO­NAN, NO HAY FORMA DE SABER QUE ESTÁN AHÍ

En diciembre de 1929, Dirac perfiló una explicació­n. Supongamos, dijo, que en el universo existe un mar de energía negativa totalmente ocupado por electrones. No hay forma de saber que están ahí porque no interaccio­nan con nada: son como el telón de fondo de un teatro sobre el que se mueven los actores, que es nuestro mundo de energía positiva. Pero puede darse el caso de que uno de esos electrones del lado oculto salte, dejando tras de sí un especie de agujero de energía negativa. ¿Y cómo veríamos ese hueco? En nuestros instrument­os de medición aparecería como una partícula con carga eléctrica positiva. Dirac primero pensó que su aspecto sería el del protón, pero sus colegas le señalaron que el electrón tenía una masa dos mil veces más pequeña, luego era imposible que al escapar del océano tenebroso dejara tras de sí un boquete dos mil veces más pesado. En 1931, el matemático británico admitió que “estamos ante un nuevo tipo de partícula, totalmente desconocid­a para la física”.

Expresémos­lo de otro modo: el cosmos está lleno de electrones con energía negativa, invisibles a nuestros detectores hasta que un fotón muy energético golpea uno de ellos y lo trae a nuestro mundo. En ese instante se produce una oquedad que se comporta como una partícula gemela, aunque con carga positiva: el positrón. Es el proceso que se conoce como creación de pares. En sentido inverso, cuando un electrón cae y rellena ese agujero, emite dos o tres fotones gamma, y lo vemos como una desintegra­ción con el positrón.

LAS PRIMERAS ANTIPARTÍC­ULAS SE DETECTARON EN RAYOS CÓSMICOS

No es algo fácil de tragar, pero es la única interpreta­ción que se manejó hasta que, dos décadas después, el inigualabl­e Richard Feynman (1918-1988) propuso la suya. En 1949 se hizo la siguiente pregunta: ¿cómo veríamos un electrón retrocedie­ndo hacia el pasado? La respuesta, sorprenden­te, es que sería como un positrón viajando al futuro. Por tanto, afirmó, este último no es más que un electrón yendo hacia atrás en el tiempo.

Pero, al margen de la teoría, ¿sería posible registrar la antimateri­a experiment­almente? Pronto se salió de dudas. En 1932, el norteameri­cano Carl David

DIRAC SE LO IMAGINÓ COMO UN TELÓN DE FONDO DE ENERGÍA NEGATIVA

Anderson (1905-1991) detectó los primeros positrones en experiment­os con rayos cósmicos, esa lluvia de fotones y otros tipos de partículas que generan las tremendas deflagraci­ones del universo.

Hoy, la palabra antimateri­a nos hace pensar en naves espaciales viajando a toda velocidad por la galaxia y extrañas razas de alienígena­s. Aunque no es fácil de imaginar, podemos definirla como la imagen especular, o invertida, de la materia. Los físicos distinguen una partícula de otra del mismo modo que nosotros diferencia­mos las frutas, por propiedade­s como el tamaño, el color, el olor y el sabor.

En el ámbito subatómico, manejamos otros rasgos: la masa, la carga, el momento angular y el momento magnético. Los dos primeros resultan fáciles de entender, pero no los dos últimos. Simplifica­ndo, podemos equiparar momento angular a la rotación y momento magnético a que las partículas –supuestas esferas– se comportan como imanes, con un polo norte y un polo sur magnéticos.

TRES INGREDIENT­ES PARA CREAR UN ÁTOMO DE ANTIHIDRÓG­ENO

Entonces, ¿qué es un antielectr­ón o positrón? Su primer rasgo distintivo es que tiene carga positiva en lugar de negativa. E igual que ocurre cuando vemos girar un balón en el espejo, su rotación o momento angular también está trastocado. Esto le obliga a tener intercambi­ados sus polos norte y sur respecto al electrón, pero, como la carga también está invertida, el momento magnético permanece invariable.

Lo mismo sucede con el protón y su correspond­iente antiprotón, aunque no con el neutrón. Como esta última partícula subatómica no tiene carga, la única inversión posible afecta a sus polos magnéticos. Y ya tenemos las tres piezas necesarias para construir la antimateri­a: un antiprotón y un positrón forman el átomo de antihidróg­eno.

La caracterís­tica más importante de esta realidad alternativ­a causa perplejida­d: cuando una partícula y su antipartíc­ula entran en contacto, se aniquilan mutuamente. La destrucció­n de un solo gramo produce tanta energía como la liberada por la bomba de Hiroshima. Y al revés: si tenemos energía suficiente podemos crear una partícula y su correspond­iente antipartíc­ula, como se consigue en los acelerador­es. En ellos se han hecho colisionar electrones y positrones a velocidade­s cercanas a la de la luz –desde 1987– o se fabrican átomos de antihidróg­eno, hito alcanzado por el CERN en 1995.

Y el pasado mes de diciembre, la misma institució­n obtuvo un “resultado asombroso”, según Alan Kostelecky, físico teórico de la Universida­d de Indiana (EE. UU.): el espectro de absorción de luz –una especie de huella dactilar– del antihidróg­eno. Lo relevante es que al ser idéntico al del hidrógeno corrobora la teoría de la relativida­d especial.

EL CONTACTO CON LA MÁS ÍNFIMA PIZCA DE MATERIA LA DESTRUYE

Debemos ser consciente­s de lo complicado de este logro: la antimateri­a se aniquila completame­nte al contacto con la cantidad más insignific­ante de materia. Los responsabl­es del experiment­o ALPHA-2 encerraron 1,6 millones de positrones y 900.000 antiproton­es en los extremos opuestos de una trampa electromag­nética para liberarlos después. De forma natural, se formaron 25.000 átomos de antihidróg­eno cada quince minutos. Ahora bien, la mayoría se movía demasiado deprisa para ser útil.

Solo perfeccion­ar la técnica que selecciona los átomos lentos les llevó varios años de trabajo. Después había que medir la frecuencia de la luz emitida por esa transición del antihidróg­eno, lo que hicieron con una precisión de dos partes por billón, según han contado los científico­s en la revista Nature. El éxito ha sido fruto de más de dos décadas de esfuerzos.

El mundo de la antimateri­a encierra muchos misterios, pero el más intrigante de todos estriba en explicar por qué

no existe de manera natural. Según el modelo estándar, con el big bang surgió tanta cantidad de materia como de su contrapart­ida, pues la conversión de la energía exige que de un fotón se forme una partícula y su antipartíc­ula. Ahora bien, si este 50-50 fuera exacto no estaríamos aquí: los contrarios se habrían destruido entre sí.

¿EXISTE UN UNIVERSO PARALELO DE ANTIESTREL­LAS Y ANTIPLANET­AS?

Ante semejante escenario solo caben dos soluciones. La primera plantea que nuestro universo esté dividido en dos partes, una con estrellas y planetas y la otra con antiestrel­las y antiplanet­as. Pero este argumento tiene un grave inconvenie­nte: la frontera entre ambos cosmos debería ser visible por las continuas explosione­s que allí se produciría­n. La única salida posible es que hubo un pequeñísim­o desequilib­rio a favor de la materia al principio de los tiempos.

En 1967, el científico Andréi Sájarov –famoso disidente y padre de la bomba H soviética– demostró que la única forma de eludir el problema era que no se cumpliera la llamada simetría CP. Esta asegura que si a una partícula le cambiamos su carga y su paridad –derecha por izquierda– se sigue comportand­o igual. Solo si tal cosa no sucediera podríamos justificar que haya galaxias, estrellas y planetas.

Poco después se registró una pequeña laguna en la simetría CP: la teoría electrodéb­il, que unifica bajo una única formulació­n el electromag­netismo y la fuerza débil –la responsabl­e de un tipo de desintegra­ción radiactiva–, la incumplía. Por desgracia, ese grado de desfase no era para tirar cohetes: el universo solo contendría materia suficiente para llenar una galaxia.

Un trabajo publicado en la revista Nature Physics el pasado 30 de enero arrojaba nueva luz en el enredo. Otro experiment­o del CERN, el LHCb, ha observado lo nunca visto en un acelerador: la formación y desintegra­ción de una partícula llamada barión lambda fondo y su an- tibarión. Según el modelo estándar, esta pareja debería comportars­e exactament­e igual, pero los datos obtenidos apuntan a diferencia­s ¡de hasta el 20 %! Y esto ya es harina de otro costal. De confirmars­e el resultado mediante una tanda más amplia de ensayos, quizá nos coloquemos en el buen camino para comprender por qué demonios hay materia –y tanta– en el universo.

AL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS, HUBO QUIZÁ UN DESEQUILIB­RIO A FAVOR DE LA MATERIA

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 ??  ?? De par en par. Lluvia de partículas y sus respectiva­s antipartíc­ulas –electrones y positrones– generada por un rayo de fotones de alta energía.
De par en par. Lluvia de partículas y sus respectiva­s antipartíc­ulas –electrones y positrones– generada por un rayo de fotones de alta energía.
 ??  ?? En 1933, el británico Paul Dirac recibió el Premio Nobel de Física por su unificació­n parcial de la teoría cuántica y la relativida­d –las dos grandes ideas científica­s del siglo XX– y su predicción matemática de la antimateri­a, luego corroborad­a...
En 1933, el británico Paul Dirac recibió el Premio Nobel de Física por su unificació­n parcial de la teoría cuántica y la relativida­d –las dos grandes ideas científica­s del siglo XX– y su predicción matemática de la antimateri­a, luego corroborad­a...
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El detector ALPHA-2, del CERN, ha registrado por primera vez el espectro o huella lumínica de los átomos de antihidróg­eno, previament­e confinados en trampas –a la izquierda, recreación artística–.
Pillados y fotografia­dos. El detector ALPHA-2, del CERN, ha registrado por primera vez el espectro o huella lumínica de los átomos de antihidróg­eno, previament­e confinados en trampas –a la izquierda, recreación artística–.
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 ??  ?? Terapia de choque. Entre 2003 y 2013, el experiment­o ACE, del CERN, exploró el potencial de los rayos de antiproton­es para destruir células cancerosas, con resultados muy prometedor­es.
Terapia de choque. Entre 2003 y 2013, el experiment­o ACE, del CERN, exploró el potencial de los rayos de antiproton­es para destruir células cancerosas, con resultados muy prometedor­es.

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