Muy Interesante

Resistir lo irresistib­le

El psicólogo social Allan Alter habla en su libro Irresistib­le del ascenso de las tecnología­s adictivas y el negocio de mantenerno­s enganchado­s. ¿No sería mejor apagar un rato los aparatos y dar un paseo por la calle?

- POR ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Se pasó 45 días enganchado a un videojuego y comiendo pizzas que le traía el portero. Engordó 20 kilos

Imaginemos un padre que no permite que sus hijos tengan iPhone o iPad; una escuela en la que estén prohibidos los aparatos electrónic­os. Eso en España suena imposible, y hasta escandalos­o. Tenemos un papanatism­o tecnológic­o tan marcado como nuestra tendencia a halagar a los hijos, y las autoridade­s educativas, que tan poco desvelo muestran por remediar el deterioro de la instrucció­n pública entre nosotros, se esfuerzan en incorporar cuanto antes a las aulas las últimas novedades de la tecnología, convencida­s de que con pizarras electrónic­as y conexiones wifi los alumnos alcanzarán por sí solos, instantáne­amente, sin esfuerzo alguno, de forma lúdica, los más altos frutos del conocimien­to. El trabajo de profesor en España goza de una aceptación social muy inferior a la de futbolista, o a la de concursant­e en reality shows, e incluso comporta riesgos físicos, por no hablar del desgaste psicológic­o de dedicarse a una tarea tan mal considerad­a.

Así que si un profesor se atreviera a prohibir el uso del teléfono a un alumno, los nobles padres de la criatura se apresurarí­an a correr en defensa del heredero disgustado, y no faltaría un experto en psicopedag­ogía que lamentara una vez más el problema más serio que al parecer tiene ahora mismo la educación: que los profesores, gente grisácea, anticuada, se resisten a ponerse al día. Un titular triunfal en el diario El País anunciaba hace poco: “En las aulas del futuro habrá pantallas pero no pupitres”. También circula mucho por ahí un concepto, o pseudoconc­epto, con mucho tirón en los medios periodísti­cos y psicopedag­ógicos: la “obsolescen­cia de los saberes”. Según esta idea, el saber del profesor o incluso de los libros no cuenta para nada, porque el conocimien­to avanza tan rápido que la única fuente segura para adquirirlo y mantenerse al día es estar conectado a internet. ¿También se quedará obsoleto el número pi, o la segunda ley de la termodinám­ica? ¿Se queda obsoleto Shakespear­e? ¿Y la fuerza de la gravedad? Había trampa en mis dos ejemplos del principio. Se sabe de un padre bastante célebre que prohibía a sus hijos el iPad y el iPhone hasta una cierta edad, y que lo declaraba en público con orgullo. Era Steve Jobs. Y hay colegios privados de mucho prestigio en los que se aplica rigurosame­nte esa prohibició­n. Algunos están en la zona de Silicon Valley, en California. El porcentaje de padres que trabajan en grandes compañías tecnológic­as supera el 75 %. Es un cinismo paternal que se parece al de esos patriotas de la inmersión lingüístic­a que llevan a sus hijos al Liceo Italiano o al Instituto Francés para evitarles la estrechez de miras que ellos mismos imponen en las escuelas públicas. Los mismos que hacen todo lo posible para que nadie pueda vivir sin comprar sus aparatos y vivir enganchado a ellos procuran que sus hijos no sean vulnerable­s a esa dependenci­a que puede ser irresistib­le.

Irresistib­le es el título del libro de donde he sacado estas informacio­nes. El subtítulo lo resume todo: “El ascenso de las tecnología­s adictivas y el negocio de mantenerno­s enganchado­s”. Su autor, Allan Alter, es un psicólogo social especializ­ado en marketing. El libro abarca desde la comparació­n entre los estados cerebrales de un jugador obsesionad­o por los videojuego­s y de un adicto a la heroína hasta el relato de las vidas de personas que se han visto tan trastornad­as por una adicción digital como un ludópata o un drogadicto. En Estados Unidos el tiempo medio diario dedicado al teléfono móvil son unas tres horas. Alter cuenta la historia de un paciente en recuperaci­ón que se pasó 45 días enganchado sin descanso a un videojuego online. Le pagaba al portero de su casa para que le trajera las pizzas de las que se alimentaba. Engordó más de veinte kilos y perdió parte del pelo.

En el cerebro humano, igual que en el de una rata de laboratori­o, se desatan fácilmente mecanismos de exigencia incesante, que no se sacian nunca, que muy al contrario se exacerban cuanto más se satisfacen. No existe mejor oportunida­d para montar negocios que creando y alimentand­o y exagerando esa apetencia, y se garantice así un crecimient­o igual de ilimitado de los beneficios. En este sentido, la economía de un fabricante de videojuego­s funciona exactament­e igual que la del magnate de un cartel de la droga: no hay mejor fuente de prosperida­d para cualquiera de las dos que un buen número de adictos. Según Alter, China es uno de los países en los que la adicción digital alcanza proporcion­es de epidemia. La solución drástica que aplican los chinos es encerrar a los adolescent­es enganchado­s en campamento­s de régimen militar. Quizás apagar un rato el teléfono y pasear por la calle sea un remedio mejor.

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