LOS ÚLTIMOS YAZIDÍES
Los terroristas del Dáesh pretenden acabar con los yazidíes, un grupo religioso asentado en Irak, Siria y Turquía cuya milenaria y poco conocida fe les resulta herética. Así resisten y mantienen sus tradiciones.
Todo comienza con una foto y un mensaje en el móvil: “Virgen. Bonita. Doce años. Su precio: 11.800 dólares. Se venderá pronto”. Lo ha enviado un miembro del Dáesh, el grupo terrorista que ocupa parte del norte de Siria e Irak. Pretende ganar dinero con los familiares de la pequeña; le resulta más beneficioso que venderla a sus compañeros. Entre los negocios del Dáesh, un monstruo nacido de las cenizas de Al Qaeda, se encuentra la compraventa de mujeres yazidíes, que tratan como si fueran ganado. El precio depende de su edad, si ha estado casada, los hijos que ha tenido, su belleza... A medida que pasan por diferentes propietarios su valor se va devaluando. El de las menores, hasta los nueve años, ronda los 150 euros; el de las adolescentes, es de algo más de 110; y
el precio baja a partir de los veinte años, hasta 37 euros para las mayores de cuarenta. Para que todo quede bien atado, los responsables religiosos del Dáesh editaron en 2014 un manual con veintisiete normas titulado Preguntas y respuestas sobre la toma de cautivos y esclavos donde permite, entre otras aberraciones, “tener sexo con las esclavas que no han alcanzado la pubertad si son aptas para ello”.
LOS HOMBRES FUERON ASESINADOS, Y LAS MUJERES, HECHAS ESCLAVAS
El genocidio yazidí comenzó el 3 de agosto de 2014, cuando el Dáesh entró en la ciudad iraquí de Sinyar, en la frontera con Siria, que este pueblo habita desde tiempos remotos. “Mataron a todos los hombres. Seis de mis hermanos fueron asesinados”, relata Nadia Murad, una superviviente. También eliminaron a su madre, junto a otras ochenta mujeres: carecían de valor sexual. La ONU calcula que perecieron 5.500 personas y 6.300 fueron raptadas. “Se llevaron a los niños mayores de cuatro años a campamentos de entrenamiento. Luego, a las niñas con más de nueve”. Era su botín de guerra.
Ya en el cuartel general del Dáesh, en Mosul, Nadia se encontró con otras yazidíes. Cada hora, los terroristas elegían a una y abusaban de ella. El informe de la ONU sobre la barbarie a la que están siendo sometidas es aterrador: una chica fue vendida ocho veces y violada todos los días mientras la obligaban a tomar píldoras anticonceptivas. Sus familiares pudieron comprarla por 20.000 dólares. Todas las niñas mayores de nueve años se convierten en esclavas sexuales; si una mujer escapa pero es capturada es forzada por todos los hombres del cuartel: lo llaman yihad sexual.
El año pasado, el Parlamento Europeo concedió el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia a dos yazidíes que huyeron del Dáesh, Lamiya Aji Bashar y la citada Nadia. En palabras de Martin Schulz, expresidente de la Eurocámara, fue “una decisión simbólica y significativa”, una forma de llamar la atención sobre el horror que viven los fieles de una religión que hunde sus raíces en el zoroastrismo –la primera de carácter monoteísta–, que surgió en Irán en el primer milenio antes de nuestra era.“Nos dieron a elegir entre convertirnos al islam o morir”, relata Nadia. Pero un yazidí no puede abandonar su fe. De hecho, no se les permite regresar a su comunidad si lo hace. Eso sí, en vista de la situación, sus líderes religiosos han pedido que estas mujeres secuestradas puedan reintegrarse.
Se estima que hay alrededor de un millón de yazidíes. Hoy, la mayor parte de las regiones en las que han vivido desde hace siglos, en Irak, Siria y en el sudeste de Turquía, se encuentra bajo el control del Dáesh. No ha sido la primera vez que han sido reprimidos. Algunos historiadores estiman que han sufrido persecución en setenta ocasiones. La penúltima fue en 2007, cuando Al Qaeda atacó sus comunidades en Irak. Hubo 796 muertos y 1.500 heridos.
TRADICIONES POCO CONOCIDAS QUE PASAN DE BOCA EN BOCA
Y eso que los yazidíes no hacen ostentación de su vida religiosa. Por el contrario, la suelen mantener en secreto. “En general, prefieren alejarse de la vida pública y la educación. No envían a sus hijos al colegio por miedo a la islamización”, asegura la periodista alemana de origen yazidí Düzen Tekkal. Este es uno de los motivos por los que se sabe tan poco de sus creencias y costumbres. Además, su religión no es conquistadora, como el islam, o proselitista, como el cristianismo. Aunque cualquiera puede encontrar atractiva su fe, nadie que no haya nacido en su comunidad puede convertirse a ella.
UNO NO PUEDE CONVERTIRSE EN YAZIDÍ. PARA SERLO HAY QUE NACER EN SU COMUNIDAD
Su milenario aislamiento –siempre han vivido en una región peligrosa e inhóspita– ha impedido a los antropólogos hacer estudios detallados. El orientalista francés del siglo XIX Joachim Menant llevó a cabo el primer ensayo de carácter científico sobre los yazidíes; aún hoy es uno de los pocos que existen. Además, su tradición es exclusivamente oral, por lo que su historia se fundamenta en leyendas de las que, en el mejor de los casos, se desconoce su origen.
UN PUEBLO HETEROGÉNEO, PERO MUY DISTINTO DE SUS VECINOS
Los yazidíes solo representan una mínima parte de los habitantes del Kurdistán, y aunque hablan la misma lengua que los kurdos, no se parecen físicamente. Así, los pobladores de Oriente Medio consideran a las yazidíes mujeres de gran belleza: de piel morena, destacan por el vigor de su fisonomía y la armonía de sus rasgos, con rostros que se consideran de una regularidad perfecta. De ahí la obsesión de los terroristas del Dáesh por hacerse con ellas.
Su origen es difícil de determinar y sus relaciones con los pueblos con los que conviven no lo hace más fácil. Por ejemplo, los yazidíes de los alrededores del lago de Van, el mayor de Turquía, mantienen conexiones con los armenios; los de Sinyar, se muestran más cercanos a los árabes; y entre los que se encuentran más cerca de Irán, el nexo es mayor con los guebres, los pocos seguidores del mazdeísmo que todavía existen en la ac- tualidad. Ahora bien, todos ellos poseen unas características físicas similares y comparten el mismo principio fundamental en sus creencias, lo que indica un origen común que se nos escapa.
Sobre ellos se han planteado numerosas hipótesis: para algunos descienden de los antiguos asirios; para otros, de un pueblo nómada... Según una antigua tradición, procederían de la ciudad siria de Bosra y las tierras regadas por el bajo Éufrates, pero lo cierto es que no hay pruebas que lo confirmen. Es de los musulmanes de quienes obtenemos más información, de- bido a su proximidad geográfica, aunque hay que manejarla con cuidado; los yazidíes no poseen libro sagrado, lo que los convierte en infieles a ojos de sus vecinos. Muchos suponen que son los seguidores de Yazid I, segundo califa omeya, que reinó en Damasco entre 680 y 683. Yazid combatió a Husayn, nieto del profeta Mahoma a quien derrotó en la batalla de Kerbala (680), y devastó la ciudad santa de Medina. Pero semejante creencia es errónea, y solo se basa en un parecido lingüístico; el término yazidí se usaba mucho antes de que existiera el islam.
EL ÁNGEL CAÍDO QUE ACABÓ RIGIENDO EL DESTINO DEL MUNDO
Resulta muy difícil precisar cuál es el origen de las creencias de un pueblo del que se ignora completamente su historia. Sin embargo, hay aspectos que apuntan a que nos encontramos con una de las religiones más antiguas conocidas. Por ejemplo, su calendario comienza casi mil años antes que el judío.
Los yazidíes creen en la existencia de un ser supremo indulgente y bondadoso, al que llaman Khude, pero no le dedican oraciones o sacrificios. Khude se creó a sí mismo y a siete arcángeles, dirigidos por Melek Taus, el Ángel del Pavo Real. Este habría dado origen a la vida a partir del caos primordial y actuaría como intercesor entre el hombre y Dios. El primer ser humano, Adán, carecía de alma, por lo que Melek Taus sopló el aliento vital sobre él y luego lo puso frente al sol, símbolo del Creador.
Según la tradición yazidí, Dios habría ordenado a Melek Taus inclinarse ante Adán, a lo que se negó por considerarlo inferior. Por su rebeldía fue condenado y pasó siete mil años llorando, hasta extinguir el infierno con sus lágrimas. Al fin, Dios le perdonó y convirtió en gobernante de la Tierra, por lo que es considerado benévolo por los yazidíes.
ALGUNOS CONFUNDEN SU RELIGIÓN CON EL CULTO AL DIABLO
La historia de Malek Taus presenta algunas similitudes con la de Shaytán o Iblis –el adversario o el tentador–, un genio malvado del islam, y el Satanás de los cristianos. Por ello, los yazidíes han sido erróneamente considerados como adoradores del diablo. Para los yazidíes, Jesucristo también sería un ángel que tomó la forma de un hombre, pero no habría muerto crucificado.
En todo caso, las convicciones religiosas yazidíes no reposan sobre un dogma formulado de manera precisa, así que pueden vincularse a las más diversas doctrinas por muy diferentes motivos. Uno de ellos es el de su propia supervivencia. Por miedo a ser perseguidos, han llegado a aceptar algunas prácticas del islam, como la circuncisión y la negativa a comer cerdo.
El yazidismo es una religión que tiene un alto nivel de sincretismo y presenta muchísimas influencias de las religiones que poblaron y aún pueblan Oriente Medio: se bautizan como los cristianos y sienten aversión por el color azul, que procuran no usar en sus ropas o para decorar sus casas, como hacían los sabeos, el pueblo que fundó el reino de Saba. Con ellos comparten las frecuentes abluciones que practican y la costumbre de volverse hacia el sol al amanecer o hacia la estrella polar para llevar a cabo sus ceremonias sagradas.
Los yazidíes también veneran el fuego: a menudo purifican sus manos pasándolas sobre las llamas y luego se frotan las cejas y a veces todo el cuerpo. Esto ha dejado su impronta en los kurdos iraquíes, que han elegido como símbolo el sol ardiente, y cuando juran, lo hacen por el fuego.
ENTRE LA INMORTALIDAD DEL ALMA Y LA REENCARNACIÓN
La mezcla de religiones se observa claramente en lo referente al alma: además de creer en su inmortalidad, como cristianos y musulmanes, también lo hacen en la metempsicosis, como los hindúes. Así, los yazidíes esperan volver al mundo siete años después de su muerte bajo la forma de hombres, caballos, corderos o perros, dependiendo de sus actos. Los grandes pecadores lo harán como estos últimos, y los justos, como humanos.
El lugar más sagrado del yazidismo se encuentra en Lalish, un valle montañoso al noreste de Mosul, que alberga un santuario. Este se alza donde Melek Taus supuestamente descendió por primera vez a la Tierra. Cerca del acceso hay una enorme serpiente negra esculpida en relieve, una talla que ha extendido el rumor de que los yazidíes rinden culto a este animal. Sin embargo, de ella se dice que es un talismán que recuerda el intento de forzar a los yazidíes a abjurar de su fe, pues supuestamente las serpientes negras tienen poderes mágicos y no se pueden matar.
Otra leyenda se refiere al Diluvio, que desempeña un importante papel en la cosmogonía yazidí. Esta sostiene que cuando el arca de Noé chocó con las montañas de Sinyar se rompió una de las planchas que la recubrían, lo que provocó una vía de agua. Cuando estaba a punto de hundirse, Noé rogó a la serpiente que lo ayudara. Esta cubrió el espacio que se había roto y así el arca pudo seguir navegando. Lo cierto es que para los yazidíes el Antiguo Testamento posee una importante significación, y lo veneran más que el Nuevo Testamento o el Corán; para ellos Mahoma es un profeta más, como Abraham o los patriarcas.
DESCONFIANZA SECULAR HACIA LOS MUSULMANES
Quienes pasan por sus pueblos destacan que en ellos se percibe una excepcional pulcritud y un respeto igualmente escrupuloso por la fe del viajero. Así, siguen una vida muy sencilla, y entre sus costumbres se puede destacar que rara vez se alimentan de coles u otro vegetal que no les esté permitido, como la lechuga. De los musulmanes y judíos adoptaron la prohibición de comer cerdo, aunque no les inquieta compartir el sustento con los cristianos (no lo hacen con los musulmanes, por su recíproca aversión).
Cuando los yazidíes se levantan por la mañana, se vuelven hacia oriente y, con las manos alzadas, inclinan tres veces la cabeza ante el sol que aparece en el horizonte. Después, se besan las uñas y se ponen las manos sobre la cabeza. Con la llegada de un nuevo retoño, un
cawal –un hombre que relata la doctrina de pueblo en pueblo– entra en la casa mientras la madre simula esconderlo. Cuando lo encuentra, le corta el pelo. A partir de ese momento, el pequeño está preparado para el bautismo. Pero para ello debe ir al sanctasanctórum del yazidismo, la tumba del jeque Adi, el profeta de esta religión. Allí, será sumergido en el agua santificada, que se encuen- tra en un estanque próximo conocido como Primavera de Zamzam. Al menos una vez en su vida, entre los meses de agosto y septiembre, los yazidíes deben peregrinar a la tumba de Adi, que en el siglo XII sistematizó sus dispares creencias. Es más, se le considera la encarnación del Ángel del Pavo Real.
Todos los yazidíes crecen siguiendo las ceremonias del culto sin otra iniciación que las prédicas de los cawales, cuya instrucción consiste en inspirar el horror hacia los musulmanes y el respecto por otras religiones. Aquellos también tocan distintos instrumentos cuando tiene lugar una boda. Los contrayentes se presentan ante el jeque, que levanta acta. Entonces, el novio ofrece un anillo o un trozo de plata a la novia. Después, se fija un día para la ceremonia. La esposa, cubierta por un velo de pies a cabeza, se guarda tras una cortina en la esquina de una habitación oscura durante tres días de festejos, momento en que el esposo puede reunirse con ella.
UN PUEBLO SENCILLO Y ESENCIALMENTE PACÍFICO
Otro de sus ritos más llamativos tiene que ver con la muerte. Tras el óbito, el cadáver es rociado con agua fresca y enterrado en dirección a la estrella polar. La viuda viste de blanco, se cubre la cabeza de polvo y se frota con barro. Al lado del difunto se deja una botella como recuerdo de los sufrimientos que ha padecido. Los asistentes al sepelio vierten sus lágrimas en ella, que se entrega al muerto con la esperanza de que su deidad vacíe su contenido en las llamas del infierno. Para los yazidíes no existe la condenación eterna: todos acaban en el cielo tras pasar por un periodo de expiación durante el cual, como comentábamos antes, su alma ocupará el cuerpo del ser vivo que les corresponda en función de las faltas que haya cometido en vida.
Este es, en parte, el modo de ser de un pueblo sencillo, pacífico, sin más pretensiones que dominar la naturaleza lo justo para poder sobrevivir. En una región caracterizada por la presencia de grupos conquistadores y, a menudo, opresores, han aprendido a convivir con otros pueblos en las condiciones más adversas. De ellos se dice que son las personas con las que resulta más fácil hacer las paces..., pero nadie puede hacerlas con los salvajes del Dáesh.
SU FE, DE CARÁCTER SINCRÉTICO, INCLUYE ELEMENTOS DEL JUDAÍSMO, EL ISLAM, EL CRISTIANISMO...