El Babel europeo
Además de centenares de dialectos y lenguas locales, se calcula que en Europa se hablan más de sesenta idiomas de diversos orígenes: indoeuropeo, urálico, altaico, caucásico... En su libro Lingo (Turner), el lingüista y periodista holandés Gaston Dorren traza un mapa lingüístico del Viejo Continente que resulta, como mínimo, sorprendente.
Por ejemplo, en Francia, además del francés, se utiliza el occitano, el corso y el franco-provenzal o arpitano. En Italia, siguen vivos el sardo, el veneciano y, al menos, una docena más de lenguas regionales; entre ellas, alguna de nombre exótico como el friulano, de la región de Friuli.
El rumano, cuenta Dorren, tiene tres variedades –el arumano, el meglenorrumano y el istrorrumano– que perfectamente podrían ser idiomas diferentes, y en lo que antiguamente era el territorio de la Unión Soviética existe un catálogo lingüístico con denominaciones muy sugerentes: el tabasarano, el talishi, el tártaro, el tsajur, el tsez, el cabardiano, el calmuco, el carelio… Decenas de etnias minoritarias se comunican con sus propias palabras.
Y entre los idiomas europeos más curiosos están el casubio, utilizado por algunos habitantes de la región polaca de Casubia; el sorbio, en el este de Alemania; el komi, en la república rusa homónima; el manés, que solo se habla en la pequeña isla de Man (Inglaterra); y el romanche, rético o grisón, empleado oficialmente por 35.000 suizos, la mayoría en el cantón de los Grisones.
Hasta hace poco, de esta última lengua no existía un léxico normalizado, ya que las variantes dialectales de cada valle –suprasilvano, subsilvano, supamirano, engadino… – plantean dificultades para ser entendidas por sus vecinos. Así, la expresión “¡Qué bonito!”, es Che
bel! en un dialecto, y Tgei bi! en otro.