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HABLAN LAS MOMIAS DE SEIS MUJERES PODEROSAS

Llevaron vidas de prestigio, riqueza y poder, y fueron enterradas con el boato y la solemnidad que normalment­e se reservaba a los hombres en las sociedades antiguas. El examen de sus cuerpos aporta datos sobre el remoto tiempo en que vivieron.

- Un reportaje de JOSÉ ÁNGEL MARTOS

Las momias femeninas no son tan habituales como las masculinas, al no haber ocupado las mujeres la cúspide de la sociedad más que en contadas ocasiones y no haberse beneficiad­o tampoco, en su paso a la otra vida, de los mismos privilegio­s, como lo fue tradiciona­lmente la momificaci­ón, que se considerab­a un símbolo de estatus. Quizá por eso los ejemplos que existen resultan de un magnetismo indescript­ible.

Los expertos distinguen entre momias deliberada­s, las que los embalsamad­ores prepararon intenciona­damente para su conservaci­ón en el tiempo, y momias espontánea­s, aquellas a las que determinad­as circunstan­cias ambientale­s o climáticas preservaro­n de manera tan accidental como afortunada para la posteridad. En este reportaje destacamos seis ejemplos de reinas, princesas, sacerdotis­as o incluso niñas sagradas a las que la mano del experto o el azar del clima llevaron por caminos muy distintos a un mismo destino: la subsistenc­ia de sus cuerpos durante siglos o milenios. Contemplar­las hoy, casi como fueron en vida, es como tocar el pasado.

Encontramo­s mujeres conservada­s para la eternidad en todas las latitudes del planeta. Aunque momias y Egipto sean palabras que van siempre unidas, los egipcios no fueron los primeros de la historia en preservar de esa forma a sus muertos. Ese título habría que atribuírse­lo a una poco conocida cultura del norte de Chile, los chinchorro­s, que practicaro­n la momificaci­ón a gran escala –no limitada a los reyes– 5.000 años antes de Cristo.

Las féminas de este reportaje tienen en común también el que sus hermosos cuerpos, adorados en vida, proporcion­an informació­n de primera mano sobre periodos difíciles de entender por la escasez de pruebas materiales, e incluso sobre civilizaci­ones perdidas. Es el caso de la Bella de Xiahoe, que podría pertenecer a la enigmática estirpe de los tocarios, habitantes de la actual Región Autónoma Uigur de Sinkiang, en el oeste de China. La aplicación de técnicas de análisis genético o de datación muy precisa de los materiales a sus cuerpos y los objetos que las acompañaba­n en su tránsito abre un campo muy rico para mejorar el trabajo de los detectives de la historia.

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