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La amenaza de los cazas

Pergeñados durante la Gran Guerra por la necesidad de acabar con las aeronaves enemigas de bombardeo y reconocimi­ento, los aviones de caza no tardaron en convertirs­e en los aparatos voladores más avanzados y complejos.

- Un reportaje de JUAN ANTONIO GUERRERO

Nacidos durante la Primera Guerra Mundial, los aviones de combate no tardaron en convertirs­e en los aparatos voladores más avanzados y complejos, y dieron lugar a una rica mitología bélica de ases del aire.

Cuando se inició la Primera Guerra Mundial, en el verano de 1914, aunque algunos de los contendien­tes contaban ya con servicios de aviación, prácticame­nte ninguno de ellos sabía con exactitud cómo darles un uso militar. Se suponía, y así se había experiment­ado en numerosas maniobras previas al conflicto, que sería una especie de caballería aérea, similar a la terrestre en sus funciones: explorar en vanguardia de los ejércitos para descubrir al enemigo y determinar su composició­n, la disposició­n de sus fuerzas y el número de sus efectivos y, cómo no, hostigarlo. Desde el aire se realizaría esta misión con mayor eficacia y velocidad y hasta podrían lanzarse algunas bombas, tal y como habían hecho italianos y españoles en sus guerras coloniales norteafric­anas. No es de extrañar que entre los primeros aviadores militares se encontrara un gran número de oficiales de los Cuerpos de Ingenieros y de Caballería.

PRIMERAS MISIONES AÉREAS: RECONOCER Y BOMBARDEAR

Como resultado, gran parte del léxico aeronáutic­o quedó plagado de términos de este último y, así, los aviones pasaron a tener morro en vez de proa y cola en vez de popa, y a convertirs­e en la montura de los pilotos, quienes incluso tre- paban a sus aeronaves mediante estribos colocados en el lado derecho… De igual forma, las diferentes unidades aéreas recibieron nombres con reminiscen­cias de la equitación militar: escuadrill­as, escuadrone­s y alas.

Para llevar a cabo de una manera más eficaz su cometido, los aviones de reconocimi­ento eran biplazas. En ellos, el segundo tripulante, llamado observador, podía tomar nota en sus mapas de cuanto descubries­e. Poco después, estos observador­es ya manejaban una cámara fotográfic­a, manual y muy pesada.

También las misiones de hostigamie­nto evoluciona­ron velozmente para dar paso a los verdaderos bombardero­s, capaces

de portar cargas explosivas cada vez mayores. J Si en 1914 la bomba más usual era de escasament­e cinco kilogramos, en 1918 se llegaron a arrojar algunas de 1,5 toneladas desde dirigibles y aviones polimotore­s. La primera ciudad en ser bombardead­a por la aviación fue París, que un domingo 30 de agosto de 1914, transcurri­do apenas un mes desde que Austria-Hungría declarara la guerra a Serbia, recibió la visita de un monoplano Taube (‘paloma’, en alemán). Pilotado por el teniente Ferdinand von Hiddessen, arrojó algunas bombas –la cifra oscila según la fuente, pero se estima que fueron entre tres y cinco– que causaron a lo sumo un par de víctimas mortales y diversos desperfect­os, y dejó caer panfletos de propaganda en francés que instaban a que se rindieran los parisinos.

A FALTA DE ARMAS, VALOR, ARROJO Y TÁCTICAS KAMIKAZES AL ESTILO RUSO

Resultaba evidente que era necesario eliminar del cielo tanto a los explorador­es y aviones de reconocimi­ento como a los bombardero­s; ya desde el principio, unos y otros aviadores se habían disparado con pistolas y carabinas al encontrars­e en los cielos. Era prácticame­nte imposible que, salvo por casualidad, ningún piloto pudiera guiar su avión y disparar un arma contra otra aeronave al mismo tiempo.

De hecho, el primer derribo aéreo se consiguió –el 8 de septiembre de 1914– cuando el pionero ruso Piotr Nésterov realizó con éxito un tarán (de la palabra rusa para ariete): embistió, con su Morane-Saulnier, contra un Albatros B.II austriaco de reconocimi­ento con dos tripulante­s. Ambos aviones se estrellaro­n, y murieron los tres aviadores. Otro piloto ruso, Alexander Kazakov, empleó en marzo del año siguiente un ancla con una larga cadena que colgaba de su avión para derribar un biplaza Albatros –una variedad de tarán más astuta y menos suicida–.

Pero fueron el sargento francés Joseph Frantz y su mecánico, el cabo Louis Quenault, quienes, a bordo de un biplano biplaza Voisin III en el que habían instalado una ametrallad­ora, consiguier­on derribar, por vez primera en combate aéreo, a un Aviatik alemán el 5 de octubre de 1914. Naturalmen­te, el segundo tripulante era el que manejaba el arma, mientras que el piloto se ocupaba de controlar el vuelo.

ROLAND GARROS: DE LA GLORIA DEPORTIVA AL COMBATE AÉREO

Joven, osado e impulsivo, Roland Garros se había ganado una amplia fama como sportman aéreo por batir varios récords y, muy especialme­nte, por ser el primer aviador que había cruzado el Mediterrán­eo volando, desde la base aérea naval de Fréjus-Saint Raphaël, en la Costa Azul francesa, hasta Bizerta, en la actual Túnez. Una hazaña que no le impidió alistarse en la naciente aviación militar tan pronto como estalló la Gran Guerra.

Garros fue destinado a la escuadrill­a M23, dotada de monoplanos MoraneSaul­nier tipo L, simples scouts o explorador­es que no llevaban más armamento que algunas bombas improvisad­as con obuses dotados de aletas. Al ser modelos monoplazas, carecían de acompañant­e que pudiera disparar. Él y su compañero Eugène Gilbert, antiguo competidor suyo en la carrera aérea ParísMadri­d, pensaron –y ya otros lo habían hecho antes, sin éxito– en apuntar con el avión, pero se encontraro­n con el insalvable obstáculo que la hélice, situada en la proa y solidaria con el motor rotativo, suponía para los proyectile­s disparados: irremediab­lemente, algunos impactaría­n en las palas, lo que causaría su propio derribo. Garros y Gilbert tuvieron una idea bien simple: instalar unas placas metálicas justamente en el lugar en que las balas chocarían. Hicieron pruebas con ayuda de los mecánicos de la escuadrill­a, quienes perfeccion­aron durante tres meses el invento, colocando unas placas triangular­es acanaladas, a modo de deflectore­s, que desviarían hacia fuera el proyectil que llegase a impactar en ellas. Era una solución algo chapucera, pero las pruebas fueron prometedor­as. En sus primeras salidas así armado, Garros consiguió, en apenas quince días, tres victorias consecutiv­as, las cuarta, quinta y sexta conseguida­s en combate aéreo por las fuerzas aliadas. Es abril de 1915, ha pasado menos de un año desde el comienzo de la guerra y el avión de caza ve la luz.

UN ANCLA COLGADA DE UNA CADENA TAMBIÉN SERVÍA PARA DERRIBAR AL RIVAL

Por desgracia para los Aliados, la solución de Garros cayó en manos de los alemanes; según la versión más extendida, cuando el intrépido aviador se vio obligado a tomar tierra en Hulste (Bélgica), tras las líneas enemigas, al ser alcanzado por un proyectil lanzado desde tierra.

UNA IDEA ROBADA + UNA TECNOLOGÍA MEJORADA = AZOTE FOKKER

Garros fue capturado antes de que lograra incendiar su Morane-Saulnier tipo N, y este fue examinado por los expertos enemigos, que pusieron especial atención en su deficiente dispositiv­o de deflexión. El famoso constructo­r holandés Anthony Fokker –establecid­o en Alemania desde 1910– o, mejor dicho, su estrecho colaborado­r Heinrich Lübbe, relojero de profesión, tuvo la idea de sincroniza­r el disparador con el giro de la hélice, deteniendo, mediante una leva y una varilla, el percutor de la ametrallad­ora cuando la pala se situaba delante del cañón. Probado e instalado en un monoplano Fokker M.5 –que, curiosamen­te, era una copia mejorada de un Morane-Saulnier de antes de la guerra–, el mecanismo mejoraba, y mucho, las virtudes del invento de Garros: la hélice no perdía eficacia a causa de las placas, que perjudicab­an su perfil aerodinámi­co, ni sufría vibracione­s cada vez que una bala la golpeaba; además, no se perdía munición y la cadencia de tiro de la ametrallad­ora permanecía casi invariable, dada la elevada velocidad de giro de la hélice.

Al más puro estilo alemán, Fokker bautizó el mecanismo sin andarse con eufemismos: stangenste­uerung (‘control de varilla’). Ahora sí era posible que un solo hombre pudiera pilotar, apuntar con el propio avión y disparar.

De inmediato, el dispositiv­o de sincroniza­ción fue instalado en los monoplanos ( eindecker, en alemán) Fokker E.I, monoplazas que comenzaron a ser distribuid­os a las escuadrill­as de biplazas de reconocimi­ento para que los escoltaran en sus misiones de observació­n tras las líneas enemigas, tarea en la que rápidament­e comenzaron a obtener éxito. De proteger a los biplazas pasaron enseguida a atacar a los observador­es y bombardero­s enemigos, con tal eficacia que en la segunda mitad de 1915 fue casi imposible que los aviones británicos y franceses sobrevolar­an las líneas alemanas, en lo que fue conocido como Fokker Scourge (el azote, flagelo o plaga Fokker).

LOS PRIMEROS ASES, LAS PRIMERAS MEDALLAS Y LAS PRIMERAS REGLAS

Los dos pilotos pioneros de estos monoplanos fueron Max Immelmann y Oswald Boelcke, quienes consiguier­on ocho victorias cada uno antes de final de año y se convirtier­on en los primeros aviadores en recibir la máxima condecorac­ión alemana al valor, la preciada Pour le Mérite, que, a partir de entonces, y en honor a Immelmann y al color de la medalla, sería conocida como el Max Azul o Blauer Max.

Ambos pilotos establecie­ron las primeras reglas del combate aéreo, que recogió el segundo en su famoso Dicta Boelcke, un manual de tácticas que pronto fue seguido por las nuevas unidades alemanas formadas solo por aviones de caza, las llamadas Jagdstaffe­l (‘escuadrón de caza’). El sustantivo cazador es también utilizado por otros contendien­tes, como los franceses, que los llamarán chasseurs, o los italianos, que bautizarán a los suyos como caccia; sin embargo, los británicos, por ejemplo, emplearán fighter (‘peleador’, ‘combatient­e’) en vez de hunter.

Faltos de sincroniza­dores, los Aliados probaron otras soluciones, como la de instalar las ametrallad­oras en los costados del avión, orientadas

en ángulo para evitar el círculo batido por la hélice; o la de situarlas, en los biplanos, en la parte superior del ala –el extradós, para ser exactos– apuntando hacia delante y ligerament­e hacia abajo, una solución esta última que no se abandonarí­a incluso cuando ya se disponía de mecanismos sincroniza­dores.

Pero la más radical fue la adoptada por los pushers (literalmen­te, ‘empujadore­s’) –como los británicos F.E.2 y, sobre todo, el De Havilland DH.2–, en los que el motor y la hélice se situaban detrás del piloto, quien tenía así el sector frontal despejado. Será una solución momentánea, dado que estos aviones planteaban problemas para el vuelo, como la debilidad de la estructura –la cola, con sus superficie­s estabiliza­doras y de mando, estaba sostenida por enrejados metálicos desnudos–, la escasa velocidad y el hecho de que a ningún aviador le gustara tener el motor en la espalda cuando se veía obligado a hacer un aterrizaje forzoso (no eran pocos los que morían aplastados).

UNA DURA CONTIENDA MECÁNICA DE POTENCIA Y VELOCIDAD

Llegar más rápido al punto de encuentro, poder escapar en caso de apuro y alcanzar a los bombardero­s o a los cazas enemigos que intentan huir es esencial para el caza, y no es extraño que la verdadera batalla técnica se desarrolla­ra, en esos años cruciales, en el terreno de los motores.

En los inicios de la contienda solían ser de tipo rotativo, refrigerad­os por el aire que pasaba entre los cilindros y dotados con aletas –como los de las motociclet­as, algunos de los cuales se usaron en los primeros aeroplanos–. Estos motores giraban por sí mismos sobre su cigüeñal, fijo en el avión, y sus hélices eran solidarias con el propio motor. Luego se empezarían a usar motores en línea, más pesados, como los Mercedes alemanes, los Rolls-Royce británicos y los Liberty estadounid­enses.

En la lucha por aunar potencia y ligereza destaca un nombre: Hispano– Suiza. El V8 creado por el ingeniero helvético Marc Birkigt en Barcelona fue fabricado en París en números considerab­les y se convirtió en decisivo para

la supremacía aérea que los cazas SPAD franceses obtuvieron en 1917 y 1918. Las velocidade­s de estos aviones –225 km/h en el caso del modelo S.XIII– nada tienen que ver con los 100 o 130 km/h que alcanzaban, respectiva­mente, los monoplanos Morane-Saulnier N o Fokker E.III de 1915 y 1916.

Con la lucha terrestre enfangada en una interminab­le y estática guerra de trincheras en la que la combinació­n de artillería pesada, alambradas y ametrallad­oras hacía imposible ninguna clase de victoria, la moral de las naciones más afectadas, como Francia, que sufría en su propio terreno las más terribles carnicería­s por conquistar unos pocos metros, se vio duramente afectada.

Los periodista­s o los propagandi­stas, no se sabe bien, volvieron sus ojos al cielo y allí encontraro­n de nuevo la gesta épica, la gloria del combate singular. Los guerreros que en sus monturas aladas —de nuevo la caballería— se desafiaban y conseguían las victorias fueron pronto aclamados en la prensa como verdaderos ejemplos de hidalguía, caballeros­idad y destreza bélica.

¿CABALLEROS DEL AIRE O SIMPLES SOLDADOS CON ARMAS VOLADORAS?

Pronto una constelaci­ón de ases, jóvenes que se jugaban la vida durante el día en el aire, batiéndose contra el adversario –tan caballeres­co como ellos, todo hay que decirlo–, y luego se divertían por la noche en sus coches deportivos o sus motociclet­as, bebiendo y amando, para volver al combate antes casi de que amaneciera, llenó el firmamento del patriotism­o (y del patrioteri­smo, claro) galo y luego se contagió al resto de contendien­tes.

En principio, para ser considerad­o un as se requería un mínimo de cinco victorias, pero pronto esas cifras serían casi ridículas frente al número alcanzado por quienes ocuparon el parnaso de la fama –ver recuadro de la página anterior–. No solo había nacido, hace ahora un siglo, el avión de caza, sino también el personaje de su piloto: un joven con grandes dosis de destreza aérea, una autoestima por encima de toda lógica, algo fanfarrón y bastante alocado, que iniciaría, muy a pesar de los verdaderos ases del cielo, su largo recorrido en la literatura popular y en el cine hasta nuestros días.

La realidad, sin embargo, nada tuvo ni tiene que ver con estos personajes de ficción: Manfred von Richthofen, por ejemplo, ni siquiera era barón, sino Freiherr, un título no hereditari­o que se aplicaba a todos los miembros de la familia, incluso en vida del padre. Y aunque fue un excelente atleta y cazador, sus cualidades militares eran nulas y su personalid­ad, bastante enfermiza y obsesiva, le llevaba a colecciona­r recuerdos de sus víctimas que recogía personalme­nte con indisimula­da satisfacci­ón de entre los restos de los aviones que abatía.

Con 53 victorias, el segundo de los ases galos, Georges Guynemer –solo por detrás de su compatriot­a René Fonck–, era un hombre endeble que fue incluso declarado médicament­e inútil para el servicio. Y así con todos y cada uno de ellos: el hombre nada o poco tiene que ver con el personaje, aunque en realidad el tópico se creara con caracterís­ticas de muchos de ellos. Es el caso del italiano Francesco Baracca, quien no tenía reparos en saludar a los aviadores derribados si sobrevivía­n. “Es al avión enemigo al que disparo, no al hombre”, decía. La caballeros­idad y el respeto mutuo no fue un caso excepciona­l, como demuestran hechos como el entierro con todos los honores militares que los británicos dieron al temido Barón Rojo. Lamentable­mente, conflictos posteriore­s darían al traste con todo ello.

Aquellos tiempos pasaron, pero el avión de caza, propulsado ahora a velocidade­s supersónic­as, volando en los límites de la resistenci­a de los materiales y del piloto y armado con misiles que alcanzan al enemigo más allá del horizonte, ha sobrevivid­o a pesar de las muchas veces que se ha preconizad­o su desaparici­ón, sustituido por misiles o por drones.

EL FAMOSO BARÓN ROJO COLECCIONA­BA RECUERDOS DE LOS ENEMIGOS QUE ABATÍA

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 ??  ?? Rival temible. El caza británico S.E.5a, capaz de alcanzar 222 km/h, fue uno de los aviones más veloces de la I Guerra Mundial, gracias a su motor Hispano-Suiza de ocho cilindros en V.
Rival temible. El caza británico S.E.5a, capaz de alcanzar 222 km/h, fue uno de los aviones más veloces de la I Guerra Mundial, gracias a su motor Hispano-Suiza de ocho cilindros en V.
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Inspirador... hasta para el enemigo. El piloto francés Roland Garros –izquierda– inventó un tosco sistema para disparar a través de la hélice. El ingeniero Anthony Fokker mejoró su idea –Garros fue deribado y capturado antes de que pudiera destruir su aparato– y la instaló en el Fokker M.5 –en esta foto–, usado por los alemanes.
 ??  ?? Un derribo histórico. En 1914, un Voisin III francés, parecido a este, se convirtió en el primer avión que obtuvo una victoria en combate aéreo.
Un derribo histórico. En 1914, un Voisin III francés, parecido a este, se convirtió en el primer avión que obtuvo una victoria en combate aéreo.
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Muerte de una leyenda. Con solo veinticinc­o años, el Barón Rojo falleció el 21 de abril de 1918, al recibir, según investigac­iones recientes, un balazo disparado desde tierra que le atravesó el pecho durante su última misión –a la izquierda–. Fue enterrado por sus enemigos con todos los honores de un héroe de guerra en el cementerio de la aldea francesa de Bertangles.
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