La Dama de Hielo
MACIZO DE ALTÁI
En el santuario natural del macizo de Altái, repartido entre Rusia, China, Kazajistán y Mongolia, un guardia de la frontera ruso-china guió en 1993 a una arqueóloga rusa hasta un montículo funerario situado a apenas diez metros de las alambradas que marcan el inicio del territorio chino. Las altas praderas de pasto de los montes Altái se consideran sagradas desde hace milenios. Allí hacían sus enterramientos los integrantes de la cultura pazyryk, un pueblo de jinetes nómadas de origen túrquico que habitaron la región entre los siglos VI y III a. C. Natalia Polosmak, la arqueóloga, y su equipo apartaron centenares de piedras del promontorio. Luego excavaron durante semanas y encontraron una rica cámara mortuoria protegida por un elemento no planificado por sus constructores: el hielo, producto del agua que la había inundado y que luego se congeló.
Lo primero que vieron en el interior fueron los restos de seis caballos, bien conservados gracias a esa espontánea nevera natural que era la tumba en el permafrost. Los homenajes se habían hecho en honor de quien yacía al fondo de la cámara, en un sarcófago de madera de alerce, reservado a los ricos y poderosos. Al abrirlo apareció un gran bloque de hielo, tan oscuro y opaco que no podían ver lo que recubría.
Tatuajes de fantasía. Tras un cuidadoso proceso para fundir el hielo a base de separar el agua resultante taza a taza, apareció el cuerpo de una mujer joven. Estaba situada en posición durmiente, algo típico entre los pazyryks, para quienes los muertos no hacían sino reposar al pasar a la otra vida. Lucía un gran tocado negro de fieltro que ocupaba un tercio del féretro. Lo más sorprendente llegó al apartarle las ropas: en el hombro, el brazo izquierdo y el pulgar derecho había unos tatuajes que representaban ciervos y animales fantásticos, uno de ellos con cuernos acabados en flores.
La arqueóloga se apresuró a acometer el traslado de la momia, ya que sin duda se descompondría rápidamente fuera del permafrost. Entonces la llevaron a un frigorífico en Novosibirsk (Siberia), que iba a ser su nuevo refugio helado. Tan rápido como sus restos voló su historia. Las gentes de la zona consideraron una ofensa que hubieran abierto su tumba y que les hubieran arrebatado a la princesa tatuada de las montañas de Altái.
Era una mujer sensacional, incluso físicamente: medía 1,67, una estatura elevada para la época. Su enorme tocado y su vestuario, conservado al completo, también indicaban su especial condición. Había prendas exóticas, algunas de seda salvaje traída de la India. No se sabe si era reina, princesa, sacerdotisa o hechicera, pero se conoce más sobre su salud desde que en 2014 se le practicó una resonancia magnética: aparecieron distorsiones en las vértebras torácicas, quizá debidas a la metástasis de un cáncer de pecho. Esto explicaría que en su tumba hubiera restos de cannabis, que le habrían ayudado a soportar el dolor. También se encontraron los cuerpos de un niño y un hombre con heridas fatales en la cabeza, lo que indica que los mataron para que acompañaran a la dama a su gélido más allá.