La Bella de Xiaohe
DESIERTO DE TAKLAMAKÁN (SINKIANG)
En medio de la desolación del desierto de Taklamakán, en el remoto oeste de China y rodeada por intimidantes montañas, se oculta una necrópolis que desciende hasta cinco niveles bajo el suelo. El complejo funerario de Xiaohe comprende unas trescientas tumbas datadas hacia 2000 a. C. Los cuerpos allí enterrados pertenecieron a una extinta sociedad de agricultores y ganaderos que aprendieron a desenvolverse en el árido desierto. Fue un cazador de la zona quien dio con el sitio a principios del siglo XX, pero no se excavó a conciencia hasta el año 2002, ya que el entorno y la lejanía resultaban disuasorios para los arqueólogos. La extrema sequedad y los gélidos inviernos de Taklamakán habían contribuido a preservar algunos cadáveres de la descomposición y los estragos del tiempo. Ninguno estaba mejor conservado que el de la Bella de Xiaohe, una dama que había sido enterrada elegantemente abrigada con un gorro afelpado y unas botas de piel. Su edad, unos 4.000 años, la convierte en la más antigua del elenco de princesas eternas de la arqueología.
En la época en que la mujer vivió, el desierto de Taklamakán aún formaba parte de la cuenca del río Tarim, actualmente seco. No está claro el origen de la momia ni del resto de cuerpos hallados, pues la Bella de Xiaohe presenta rasgos más occidentales que orientales. El caso es que la región de Sinkiang en la que se encuentra está habitada por pueblos de la etnia uigur, de origen túrquico, lo que encaja con el hecho de que los antiguos cuerpos muestren rasgos más europeos que asiáticos. Establecer su árbol genealógico no es sencillo, pero los principales marcadores genéticos –ADN mitocondrial y cromosoma Y– sugieren que las momias descendían de una mezcla previa de poblaciones de Europa Oriental y de Siberia que habrían llegado en su migración hasta estos lugares. Podría tratarse de un personaje relevante del pueblo de los tocarios, uno de los más misteriosos de la Antigüedad. Penes de madera para ellas; vulvas para ellos. Otro hecho que llama la atención es la forma en que están enterradas las momias, bajo barcas vueltas del revés, algo propio de pueblos del norte de Europa, como los vikingos. Pero al margen de su origen, más o menos incierto, la decoración del enclave dice mucho sobre sus preocupaciones: les obsesionaba la fertilidad. En los ataúdes femeninos, incluido el de la Bella, hay falos de madera de tamaño natural, mientras que los de los hombres contienen unos artefactos que al principio se interpretaron como remos, pero que más tarde se descubrió que se acoplaban con los penes, por lo que los expertos concluyeron que eran vulvas simbólicas. De ahí también han deducido que el bosque de palos con que está señalado el cementerio, cada uno de 4 metros de altura, tiene una significación fálica. La presencia de sugerentes faldas de tiras de cuerda en las tumbas femeninas se relaciona asimismo con el culto a la fertilidad de una población que debió de experimentar problemas demográficos que posiblemente contribuyeron a su final.