Nefertiti y Hatshepsut
AMARNA Y TEBAS
Sigue el movimiento en la tumba de Tutankamón: este año ha acogido la tercera ronda de escaneado de sus paredes en busca de su pariente Nefertiti, bella entre las bellas. El pasado mes de febrero, expertos del Politécnico de Turín empezaban a examinar con radares de última generación la cámara funeraria más famosa de la historia. Después de que el egiptólogo inglés Nicholas Reeves lanzara en 2015 la hipótesis de que la de Tutankamón no es sino la antesala de una tumba mucho más grande perteneciente a Nefertiti, su colaborador, el experto en radar japonés Hirokatsu Watanabe, hizo pruebas con las que refrendó dicha posibilidad. Sin embargo, las autoridades egipcias quisieron recurrir a una segunda opinión por parte de un equipo norteamericano, que no se mostró de acuerdo con la impresión inicial. Ahora se ha recurrido a otro grupo, el de la Universidad de Turín, para tratar de deshacer este empate técnico que mantiene paralizada cualquier decisión de empezar a tirar paredes y abrir agujeros en tan delicado lugar.
Los escáneres utilizados, capaces de penetrar en el suelo a diez metros de profundidad gracias al amplio rango de frecuencias que abarcan –desde los 200 Mhz hasta los 2 Ghz–, pretenden descubrir posibles estructuras subterráneas. Antes de comenzar, los científicos italianos responsables creían que el proceso tardaría semanas. Por el momento se desconoce si han obtenido resultados.
Más que consorte. Nefertiti fue la esposa del faraón Akenatón, el monarca hereje que en el siglo XIV a. C. relegó las divinidades tradicionales egipcias en favor del culto por Atón, la deidad representada por el disco solar. Se le considera el primer gobernante monoteísta de la historia. Pero Nefertiti fue mucho más que la mera consorte de este revolucionario rey. Diversas inscripciones y cartas sugieren que, durante la convulsa etapa que siguió a la muerte de Akenatón, ella tomó el timón de Egipto en solitario. Esto, unido a su espectacular belleza, inmortalizada en el busto que se conserva en Berlín, la han convertido en el gran icono actual de la egiptología.
Más suerte ha habido con la momia de Hatshepsut, otra reina singular y poderosa del país del Nilo. Sus restos se dieron por perdidos durante todo el siglo XX, hasta que en 2007 pudieron ser identificados entre los que yacían en la tumba de su nodriza, la dama Sitra. Cómo y por qué fue trasladada de la cámara que le correspondía en Tebas a la de su servidora no está nada claro. De lo que sí están convencidos los egiptólogos es de que se trata de ella: un molar encontrado en sus vasos canopos se corresponde exactamente con una raíz de la mandíbula de la momia.