El mundo sin nosotros
Imagina que el ser humano se esfumara de repente, como sucede en la película Soy leyenda (2007). ¿Cuáles serían los primeros efectos destacables? Horas después, las luces de las ciudades empezarían a apagarse. En solo unos meses, nuestras mascotas escaparían de las casas para buscar alimento y empezar así una vida salvaje, y los animales de granja perecerían. El mayor daño, sin embargo, vendría originado por el agua: los reactores de las centrales nucleares no se refrigerarían y algunos explotarían, lo que originaría altos niveles de radiactividad.
Un cuarto de siglo más tarde, las urbes empezarían a cubrirse de vegetación y moho. Eso sin contar con los efectos del calentamiento global, que de seguir su curso podría elevar el nivel de los océanos un promedio de 2,4 metros de aquí al año 2100, con el consiguiente riesgo de inundaciones en las poblaciones costeras.
Si le damos un acelerón a la máquina del tiempo, comprobaremos cuán efímero es nuestro legado una vez hayamos abandonado la escena. En un artículo para la revista británica New Scientist, la divulgadora Laura Spinney conjeturaba que, en 250 años, Londres sería una ciénaga, su estado antes de convertirse en ciudad.
Pasados los primeros mil años sin nosotros, pocas estructuras artificiales seguirían en pie, salvo los grandes vertederos, las minas a cielo abierto, los canales, las carreteras o los edificios más sólidamente construidos. El aluminio y los objetos de cerámica y plástico tendrían más milenios de esperanza de vida, pero al final el tiempo borrará todo el rastro del primate que dominó, durante un brevísimo periodo geológico, la Tierra.