Se avecinan grandes desastres
Descartado el factor humano, el planeta y sus seres vivos se enfrentarían a su primera crisis seria: la glaciación. Aproximadamente cada 100.000 años, las variaciones del eje de rotación terrestre y otros factores –como la presencia de CO en la atmósfera y los océanos–, desploman las temperaturas en el hemisferio norte.
Así ocurrió por última vez hace once mil años, por lo que la vida terrestre no quedaría gravemente comprometida. Los casquetes helados y los glaciares se extenderían hacia el sur y harían retroceder los bosques unos 500 metros por año. Nada que ver con las superglaciaciones ocurridas hace 650 millones de años, por ejemplo, causada en principio por la actividad metabólica de las algas microscópicas. La vegetación se adaptaría a las latitudes meridionales.
Más traumática sería la furia de los supervolcanes, a los que algunos geólogos también asignan ciclos de unos 100.000 años. Todavía está reciente el susto del Krakatoa, en 1883, que liberó una energía de 200 megatones –la bomba de Hiroshima desató 0,015–, aunque el término de comparación debería ser más bien la megaerupción del Toba, en Sumatra (Indonesia), hace 74.000 años. Cien veces más potente, la ceniza y los gases que expulsó ocultaron la luz del sol durante seis años.
Y por último, hay que tener en cuenta un peligro más remoto pero real: se estima que cada 100 millones de años cae sobre la Tierra un asteroide o cometa con varios kilómetros de diámetro. La explosión desencadenaría tsunamis, erupciones, descensos drásticos de las temperaturas y otras calamidades colaterales como las que acabaron con los dinosaurios hace 65 millones de años.