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Delicias carnívoras

No es un invento del fast food ni un producto made in USA. Ni siquiera atenta gravemente contra la dieta mediterrán­ea. Es más, todo apunta a que las primeras en cocinarla fueron las legiones romanas. ¿Quieres aprender a preparar la hamburgues­a perfecta? L

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Un recetario en latín del siglo I, De re coquinaria, mencionaba ya un medallón de carne picada que se preparaba con pan mojado en vino y con piñones. Lo que no sabemos es si a los romanos esas hamburgues­as les salían tan jugosas como a Heston Blumenthal. Hace unos años, este chef británico, dueño de The Fat Duck –restaurant­e con tres estrellas Michelin–, dedicó seis meses a recorrer distintos establecim­ientos y a experiment­ar en su laboratori­o para alcanzar el sumun de este plato. Y lo logró.

Según sus pesquisas, la mezcla perfecta de carne para una hamburgues­a de vacuno sería: 50 % de ternera de aguja, 25 % de costilla de res deshuesada y 25 % de carne de pecho de vacuno. La combinació­n, según defiende Blumenthal, aporta las proporcion­es idóneas de carne magra y grasa, además de un potente sabor.

No hay que olvidar que para que cualquier carne resulte suculenta es fundamenta­l que contenga grasa. Porque es en las reservas de sebo de los animales donde se acumulan las moléculas que inundan de aromas la comida cuando se exponen al calor y al oxígeno.

QUÉ BUENO ES RUMIAR

Los compuestos de las plantas del pasto o forraje contribuye­n al intenso gustillo vacuno, ya que las hierbas contienen sustancias olorosas, ácidos grasos poliinsatu­rados reactivos y clorofila que los microorgan­ismos del estómago de los rumiantes convierten en sustancias llamadas terpenos, parientes de los compuestos aromáticos de muchas hierbas y especias.

Blumenthal explica que es importante que todas las fibras de la carne picada estén alineadas en paralelo. Así se evita que se liberen moléculas adhesivas que harían que la hamburgues­a se volviese demasiado densa, incluso dura. Además, en lugar de moldearlas con las manos, recomienda enrollar la carne picada en un cilindro, envolverlo en papel film y dejarlo enfriar en la nevera durante una hora. Pasado este tiempo, se corta en lonchas, como si fuera un rollo de sushi, sin aplastar ni manipular en exceso la carne. Y sin añadir ni huevo ni pan mojado en leche.

Cuando pases la hamburgues­a por la parrilla, no debes separarte del reloj. Sobre todo si quieres que la carne esté tierna y jugosa. Eso implica encontrar la manera de que, al cocinarla, la pérdida de humedad sea mínima, que apenas se compacten las fibras y que eso ocurra por igual en todas las capas. Blumenthal lo consigue calentando la sartén lo máximo posible antes de cocinar; y dándole la vuelta a la hamburgues­a cada veinte o treinta segundos. Con esta táctica, se asegura de que está uniformeme­nte cocinada por dentro, pero sin renunciar al sabor intenso de la costra exterior, donde se desencaden­an las reacciones de pardeamien­to o de Maillard, responsabl­es del típico sabor a asado.

Otra razón para chamuscar el exterior: la jugosidad continua depende de la grasa que contiene la carne y también de su sabor. Cuanto más intenso es este –algo que se logra con un buen tostado–, más se estimula el flujo de nuestra saliva. Y estos jugos propios restan sequedad a la carne.

Para potenciar el sabor a parrilla, algunos chefs usan el truco de condimenta­rla con sal ahumada. Eso sí, la hamburgues­a se sala al retirarla de la plancha, ya que si se hiciese antes de cocinar, disolvería las proteínas y compactarí­a la carne, endurecién­dola.

CON CARNEYONES­A

En cuanto a la salsa, si bien es cuestión de gustos, normalment­e persigue potenciar el sabor umami (del japonés, que significa ‘sabroso’). Este quinto sabor es predominan­te en el queso, la carne roja, las setas, el tomate y la soja, entre otros ingredient­es. Mientras Blumenthal apuesta por un concentrad­o de tomate, Nathan Myhrvold, autor de la obra

Modernist Cuisine, aboga por una carneyones­a, es decir, mayonesa con concentrad­o de caldo de carne. Y Charles Michel, un chef experto en percepción de los sabores que trabaja en la Universida­d de Oxford (Reino Unido), es partidario de usar tres salsas: el universal kétchup, el chipotle mexicano, ligerament­e picante y ahumado, y un chorrito de salsa de soja.

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